“Atleta A” es un documental que exhibe los reiterados casos de abuso sexual que padecieron chicas adolescentes, a lo largo de décadas, en el Equipo Nacional de Gimnasia de Estados Unidos. Todo ello sumado a un férreo régimen de entrenamiento y el ocultamiento de las autoridades.
El nombre y la imagen de Simone Biles recorrieron el mundo, en las últimas semanas, debido a que la joven admitió públicamente su malestar mental ante la presión que supone participar en una competencia de alto rendimiento como son los Juegos Olímpicos. Su nombre y su imagen aparecen y reaparecen en Atleta A, el documental de 2020 (Netflix), que no solo exhibe el hostigamiento y el cruel entrenamiento que han afrontado las gimnastas de Estados Unidos a lo largo de décadas, sino también –y centralmente– el abuso sexual reiterado por parte del médico del equipo oficial, Larry Nassar. Como si se despejase un manto de silencio y complicidades, el filme logra poner en evidencia la impunidad, los dolores contenidos, la vergüenza que soportan las víctimas, los malos tratos psicológicos, la obediencia obligada y las ofensas a través de las redes sociales. En la conjugación de todos estos factores se advierte el abuso de poder y la violencia machista que, con los años, han desafiado centenares de sobrevivientes –muchas de las cuales son entrevistadas– en el deporte de élite.
Bajo la dirección de Bonni Cohen y Jon Shenk, esta realización parte de la experiencia y el testimonio de Maggie Nichols, quien denunció que Nassar había cometido abuso contra ella en 2015. Una vez que su madre y su padre se enteraron de lo ocurrido, se remitieron a las autoridades de USA Gymnastics. Sin embargo, la entidad no elevó la denuncia ni a la policía ni a la Justicia –infringiendo la norma– y como si fuese poco les indicó a los padres que el FBI estaría a cargo de la investigación y que no se debía interferir. Posteriormente, Maggie quedó fuera del equipo oficial que competiría en Río 2016. No fue casualidad.
A partir de esa historia, Atleta A comienza a dar cuenta de las vivencias de otras deportistas (ya adultas), a través de sus propios testimonios, que también fueron abusadas y sometidas a un temerario régimen impuesto por Martha y Bela Károlyi. Se trata de un matrimonio que permitió la consagración de Nadia Comaneci, la gran figura de la gimnasia rumana en épocas del no menos terrorífico Nicolae Ceaucescu. Martha y Bela se instalaron en Estados Unidos con el mismo plan de trabajo bajo el brazo y montaron un centro de entrenamiento en un rancho localizado en Texas. Esa fue la casa del horror para niñas, adolescentes y jóvenes. Con la valía del interesante material de archivo, la historiografía necesaria, atinados primeros planos y la tensión adecuada, el documental se fortalece con las voces de un grupo de periodistas del The Indianapolis Star que llevó adelante una meticulosa investigación y dio a conocer esta pavorosa realidad. Aunque para la prensa ese era el punto de inicio. El objetivo era llegar a lo más alto en la pirámide del ocultamiento: Steve Penny.
Penny tuvo a su cargo, primero, el marketing y luego fue el presidente y CEO del Equipo Nacional de Gimnasia de Estados Unidos (USA Gymnastics). Tal como lo analiza una de las mujeres que pasaron por aquellas tortuosas experiencias, Jennifer Sey (productora del filme), a su país le gusta ganar en todo, lo que supone fomentar una cultura del éxito y, claro está, un buen negocio en relación con auspiciantes y recaudación de dinero. Para eso lo primordial era obtener galardones sin importar el costo. ¿Podría importar, en este contexto, el abuso y la aflicción de las chicas? ¿Y sus derechos? Todo debía ser encubierto y de eso se ocupó el jefe Penny.
En su narración, el documental arriba a la instancia clave que permite darle sentido a la palabra justicia: lo hecho por la detective Andrea Munford y la abogada Angela Povilaitis, quienes lograron que Nassar –hábil para atraer la simpatía de sus víctimas mientras cometía abuso y aducía que se trataba de un procedimiento médico– cargase con la pena de prisión por los cargos de pornografía infantil, agresión sexual en primer grado y agresión sexual. A la par de los testimonios personales que acreditaron los delitos, las mujeres que pasaron por el tribunal coincidieron en la reparación que implica quitarle poder al opresor, dejando atrás cualquier atisbo de vergüenza y de “normalización” de un vejamen. Más tarde o más temprano, hablar sana y el ocultamiento sistemático se despedaza.
Los machos
Bonni Cohen y Jon Shenk también dirigieron Audrie y Daisy (2016, Netflix), un documental sobre los casos de abuso sexual que sufrieron dos adolescentes en Estados Unidos. La primera se suicidó, en 2012, tras ya no poder hacer frente al escarnio público que supuso la divulgación de imágenes de lo que para ella fue una noche de padecimiento. La segunda tomó la misma decisión el 4 de agosto de 2020.
Ni más ni menos, el filme pone de manifiesto las características de la cultura de la violación, el maltrato –con agresiones en redes sociales– que deben afrontar las víctimas; y exhibe las masculinidades que dan por sentado que otra persona puede ser humillada sin ningún tipo de perjuicio. Es la expresión del machismo, siempre violento, en su forma más elocuente. El punto en común con Atleta A se encuentra en la propia violencia: la víctima no es dueña de su voz, no es dueña de su cuerpo, no es dueña de su pensamiento. Y qué decir de sus derechos si se tiene en cuenta que una relación sexual no consentida es una violación. El victimario, fiel a los preceptos machistas, se ampara en la complicidad de quienes saben y no hablan. La sociedad, por su parte, pone en juego todos sus prejuicios a la hora de condenar, discriminar, hostigar y responsabilizar a las chicas de sus propias dolencias. Aquí, allá y más allá, el patriarcado se lleva vidas y, con mejor suerte, sobrevivientes que no se callan.