Operación Carpincho: ¿quiénes están detrás de la invasión que puso a Nordelta, el epicentro del narcotráfico del país, en la mira?
No, los carpinchos no pueden ser intendentes. A priori explicaré que esta aseveración surgió después de consultar a tres constitucionalistas distintos al respecto, y los tres fueron tajantes: no tienen ni idea, no pudieron ponerse de acuerdo, no sabían ni dónde estaban parados… y aun así, repitieron hasta el cansancio que como constitucionalistas son de suma importancia. Es decir, son incluso más importantes que la mismísima Constitución. Por tal motivo no interesa lo que dice en rigor la letra de la ley máxima, sino más bien sus interpretaciones personalisímas. Y en ese terreno no podían ponerse de acuerdo. Así que no, mi respuesta final es que los carpinchos no pueden ser intendentes. Por ahora.
Debo ser muy honesta, las escenas memeadas hasta el hartazgo de las últimas semanas no dejan de parecerme simpáticas y, sin embargo, ya no puedo mirarlas más. Sucede que tenemos esta tendencia irrefrenable de hacer de todo lo que amamos, nos interpela, y nos constituye como sociedad un circo de intensidades exacerbadas. Como país, amamos algo hasta matarlo. Asi somos, así nos gusta. Así dejamos ir al Comandante Fort cuando aún le quedaban años de Maeame por disfrutar. Disfruto entonces de la fiebre de los capibaras pero manteniendo la distancia prudente que me asegura que en cuanto esto termine yo no saldré lastimada.
Ahora bien, también voy a admitir que se me entumece un poco el órgano palpitoso cuando veo que de todas las lecturas posibles que podemos hacer con la aparición de un colectivo de carpinchos organizados en el epicentro del narcotráfico en el país nos detenemos sólo en la primera y más evidente, que es la que nos demuestra la importancia de repensar nuestra relación con el medio ambiente. Entiendo ciertas contradicciones incluso en esa lectura. Por un lado, difícil es que logremos hacer reflexionar a un sector de la sociedad, que no se caracteriza por ser muy empático que digamos, en la importancia de convivir de manera más sustentable y responsable con nuestro medio ambiente. Sin ir más lejos, son las mismas personas que como patrones propondrían engancharle una GoPro a sus empleados en la cabeza para cerciorarse de que no les roban, y que como padres mandan a abortar a sus hijas en silencio pero después militan en contra de los derechos sexuales y reproductivos. No, yo no creo que un par de carpinchos correteando por la calle de La Alameda del Country Club Los Cardales haga que Roberto Gómez Narciso Roldán cambie de opinión acerca de lo mal que está emprender negocios inmobiliarios en tierras que deberían ser bosques nativos. Perdónenme la falta de fe.
Lo que sí no computo es que esta gente que ahora se sorprende porque los carpinchos les han tocado el timbre un sábado a la mañana como cualquier mormón de barrio viejo, en algún momento, allá lejos y hace tiempo, esgrimió que su necesidad de vivir en un lugar como Nordelta yacía en la intención de estar más en contacto con la naturaleza. A mí no se me ocurre vínculo más estrecho con la naturaleza que tomar mates en el patio con dos o tres carpinchos masticándote las escarolas. Sin ir más lejos, son bichos muchos más nobles que ese ser del infierno, salido de la grieta misma del averno, forjado en histerias y ladridos chillones que es el caniche toy. Será que el caniche toy es natural de alma, no de piel. El carpincho, aparentemente, es natural de piel, pero negro de alma. Es así, tal cual les digo. O ya me perdí en mi propia comparación.
Así que, en principio, así y como están las cosas, no podemos esperar nada de los chetos de Nordelta. Seguirán haciendo esa danza en la que ellos creen que inventan cosas, cuando en realidad se la copian a la gente divertida, interesante, popular y con alma. Y cobrarán por eso fortunas.
De los carpinchos, sin embargo, yo no me olvidaría tan rápido. Si algo nos ha demostrado la historia argentina es que nunca debemos menospreciar las intenciones de aquellos que se mueven en búsqueda de la validación, la aprobación, el sentido de pertenencia. La mezcla de la potencia de la organización colectiva, la necesidad de venganza y la certeza de que ese lugar es suyo y de nadie más puede llegar a resultar explosiva. A los carpinchos los rechazaron. Los desconocieron en su cara y en su casa. Les dijeron, en criollo, “ustedes acá no, que no van a llegar a nada”. Si la historia reciente nos sirve de parámetro, cualquier Mauricio carpincho puede querer llegar a ser presidente para demostrarle a papá Franco carpincho que no es ningún inútil. Y ya sabemos cómo termina eso.
¿Pueden los carpinchos ser intendentes? Así de una, no. Primero me los imagino caminando desganados por la zona de Panamericana, buscando nuevos hogares, con el andar cabizbajo de quien no logró ingresar al boliche con un DNI prestado y ahora deberá conformarse con tomar un porrón tibio en la plaza. Caminarán y caminarán con sus pequeñas pezuñas cargadas de ilusiones, y en ese camino se encontrarán con la voz interior que mueve todas las cosas. Esa que les susurrará diversos proyectos, estrategias, planes de vida. “Ponete una cervecería artesanal, una barbería, un centro de estética, un almacén de pan”, les dirá a algunos. “Estudiá para ser piloto de drone”, a otros. “Subite a una bici y recorré la ciudad con un megáfono inventando canciones”, a un tercero. “Buscate un partido obsoleto, usá el sello de goma y presentate como candidato a intendente”, al más vivo. Allí es cuando la historia comenzará a tomar forma.
¿Puede un carpincho ser intendente? Para eso hay que trabajar, máquinas. Para eso hay que ponerse la camisa celeste cielo y cortarse el pelo como odontólogo. En lo posible, seleccionar a la carpincha que dé mejor en cámara (aunque, admitámoslo, todas dan bien en cámara) y formar la familia carpincha que lo acompañará en toda su carrera política. Deberá trazar alianzas con los distintos sectores que puedan llegar a favorecerlo. Hará campaña, hará promesas. Quizás pegue el salto después de una fugaz carrera como concejal. Puede que su ingreso sea el fútbol. Primero como jugador de primera, un cinco deslucido pero que siempre llevó con orgullo los colores del club. Después como presidente, ingresando a la institución en alguna copa o torneo internacional. Otra opción (más arriesgada) es ingresar en el mundo de los medios. Dedicarle su vida a las noticias, a los móviles, al horario central. Conducir un noticiero, un programa de cable, un show de sábado.
¿Ustedes la ven? Porque yo la veo clarísima. Con su ternura y su pelaje que invita a la caricia ocuparán cada espacio que dejemos vacío, cada silla que ya no nos interpele, cada discurso que creamos vetusto. Y así irán avanzando, movidos por la necesidad de venganza, conscientes de que lo único que quieren es llegar a esa casa de Nordelta que les corresponde no ya por las vías subversivas, si no por las notariales. Ese carpincho quiere que cualquier mañana el señor de Nordelta se levante para sacar a su caniche a defecar y se encuentre, para su sorpresa, con que el nuevo intendente se ha mudado a la residencia de al lado. Y que no es sólo un vecino nuevo. Es, ante todo, un guerrero. Un luchador. Alguien que supo hacer de la desgracia, la injusticia y el abandono una bandera.
Así que… ¿puede llegar un carpincho a ser intendente? No lo dudo. Con empeño, gracia, carisma y buenos contactos se puede todo. Pero con sed de venganza mucho, muchísimo más.
Ahora bien, ¿debe un carpincho ser intendente? No lo sé. Pero si vamos a probar, probemos en ese lugar ficticio del horror que alberga a todos los millonarios aspiracionales que ya no saben que más inventar para no aburrirse en sus pobrísimas vidas como usurpadores de humedales.