Las primarias del justicialismo ponen sobre la mesa la historia reciente del partido provincial, el kirchnerismo local y su relación con la conducción nacional. Gane quien gane, demasiado se pierde si una vez contados los votos quedan demasiados heridos en la banquina.
A casi cuatro semanas del cierre de listas y a 20 días de una elección clave, luego de la unidad imposible, de los ajustes de cuentas por arriba y por abajo, del revoleo de lealtades y traiciones, de contradicciones pasadas y presentes que no le convienen a nadie, la campaña del FDT parece haber entrado –bajada de línea mediante- en el cauce de 2019. Es el momento de poner sobre la mesa lo que realmente se juegan Cristina, Omar, Marilín y sobre todo Agustín Rossi, sin dramatizaciones y pensando en algún futuro venturoso.
Ninguna nota –y mucho menos ésta– es capaz de intervenir para reordenar la agenda del debate político y público, por muy disruptiva y novedosa que resulte, sin importar la centralidad o el escándalo del hecho o los datos que revele. Sin coordinación entre pares, sin una planificación amplia y de mínima al estilo “cadena nacional” o “coro de operadores afines”, no hay sonoridad ni eficacia que valgan. Esto le pasó muchas veces a El Cohete a la Luna y a El Destape durante el macrismo, incluso hoy, cuando los multimedios mencionados piden más y mejor información al gobierno, alguna sintonía gruesa sino fina, para poder instalar los temas que –más allá de algunos tropiezos y derrotas autoflingidas – diferencian claramente la gestión del Frente de Todos del desastre perpetrado por Cambiemos, con premeditación y alevosía y por convicción ideológica.
Asumido esto, creemos necesario despejar el imperativo categórico que supone para cualquier analista político la mentadísima foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez –sólo falta un análisis sesudo o en solfa al estilo de Foucault con Las Meninas de Velázquez– para decir junto a Jean Bouvier que “no hay que dejarse atrapar por el prestigio de los escándalos, no son ellos los que dan cuenta del desarrollo histórico. Los regímenes económicos y políticos no mueren jamás por los escándalos, mueren por sus contradicciones”. Dicho esto, a concentrarse en cosas más urgentes, el 29,1% de inflación en siete meses con un escalofriante acumulado del 51,8% anual y la nota prometida en el título, por supuesto.
El viejo sueño de jubilar al Chivo
Casi todes, sin importar si locales o porteñes, saben que el promedio ideológico del peronismo santafesino no da kirchnerismo (en ninguna provincia excepto Santa Cruz diría Claudio Scaletta), ni siquiera la media aritmética. Tampoco durante los años más felices del proceso conducido por Néstor y Cristina, tentativamente ubicados entre el 2003 y el 2011 y relevando la simpatía inicial de Jorge Obeid por el pingüino, que en realidad provenía del aval de Eduardo Duhalde en su afán por cortar a Menem. Luego el mismísimo Jorge Obeid, subordinado tácticamente a Carlos Reutemann –el verdadero conductor del PJ santafesino durante toda una década– se alineó con el zabeca de Banfield para conformar el Peronismo Federal que resistía la hegemonía política y cultural del kirchnerismo, junto a Rodríguez Saá, Felipe Solá, el portugués Das Neves, Jorge Busti y varios ex menemistas como Miguel Toma. Tanto es así que en el entorno de Néstor y cuando salía el tema Santa Fe, sin ironía se decía que les resultaba más sencillo acordar políticas y objetivos generales con Binner, hasta que el socialista olió sangre y le prestó el balcón de la Casa de Gobierno y la Plaza 25 de Mayo a la Mesa de Enlace para relanzar el golpe de estado blando, blanco y patronal.
En este contexto, la historia de Agustín Rossi es la de una fidelidad originaria y sin fisuras con lo que por entonces era más épica que realidad, más intriga y desideratas que un proyecto encarnado y consistente. También una historia de una soledad bastante singular, porque el problema de Agustín era tornar hegemónica una variante fuertemente resistida por casi todo el PJ santafesino, por sus figuras principales que solían quejarse a viva voz de que “lo que Néstor y Cristina no entienden es que acá el FPV es una marca perdedora, divide más de lo que junta”. Es conocida y real la anécdota de la entrevista de María Eugenia Bielsa y Cristina Kirchner, cuando el Frente para la Victoria desesperaba por una definición de la hermana de Rafael y Marcelo para la campana 2015. Las condiciones de María Eugenia para aceptar fueron casi todas inadmisibles, pero la más ofensiva para la ex presidenta fue algo como “no podemos competir con la marca FPV, es piantavotos en Santa Fe y hay que cambiarla”. Agustín Rossi jamás hubiese abjurado de esa camiseta.
Néstor acertaba al decir que “nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio, nosotros somos peronistas”, pero la radicalización del amor y el rechazo que provocaba el gobierno más peronista desde 1974, generaban una resistencia compacta por parte de un peronismo santafesino que –de 2007 en adelante fue perdiendo vocación de mayorías, proyecto político de escala y vocación de poder, que prefirió fracturarse, rosquear y perder con el socialismo que cederle el poder al kirchnerismo personificado por Agustín Rossi. Y como en ésta nota vamos a atajar todas las digresiones, a escuchar las chicanas del lector y la lectora modelos (nada que ver con estereotipos frívolos, ver Umberto Eco), diremos que buena parte de los propioculistas que prefirieron mantener sus privilegios y señoríos territoriales que coaligarse con kirchneristas para ganar la provincia, hoy bancan al Chivo contra un candidato que les sentaba mucho mejor, hasta que dijo que venía a “cortar los vínculos del delito con la gestión”.
Pero no nos desviemos demasiado, el botón de muestra más significativo y menos peronista (porque como diría el Chueco Mazzón, el peronismo jamás juega a perder) fue la campaña de 2011, en donde el Chivo gana la interna sobre Omar Perotti y Rafael Bielsa; le saca 10 puntos al rafaelino y 12 al ex canciller. Para ser justos con la historia, si bien Cristina evitó pronunciarse por ninguno, Rossi no era el caballo de la Jefa, que había mandado a hacer campaña por Bielsa a Boudou, a Débora Giorgi y al administrador del ente que concentraba la ayuda social, Diego Bossio (hoy sanguchito a la cuenta de Monzó).
La suma de los tres candidatos peronistas sacó 27.000 votos más que el Frente Progresista, pero en las generales no hubo suma, Omar se fue a su casa en la Perla del Oeste y se concentró en su candidatura como diputado, María Eugenia acompañó al Chivo pero –por ésas delicias de la Boleta Única patentada por Javkin– fue la candidata más votada considerando todas las categorías y volvió a pedir “por derecho natural” más de lo que Rossi le iba a conceder.
Terminó mal para el peronismo, derrota con desazón para Cristina y el comando electoral del FPV, pero resultó funcional para Frente Amplio Progresista que –gorilismo obliga– acusaba al kirchnerismo de “clientelar” y “convertir al Congreso en una escribanía del Poder Ejecutivo” pero compró leyes y voluntades sin rubor durante más de una década.
La derrota fue durísima para Rossi, tercero detrás de Del Sel y a 16 puntos de Bonfatti. Y aquí otro dato libre de opinión: Cachi Martínez (hoy en el armado del Chivo) y Omar Perotti habían ganado bancas como diputados nacionales y le pidieron a Juan Manuel Abal Medina todos los organismos nacionales territorializados que controlaba el ex Jefe de Bloque que Néstor fue a buscar a Rosario: Pami, Anses, Afsca y Radio Nacional. Adquiría volumen nacional la movida de jubilar a Rossi como máximo referente político y elector en la provincia de Santa Fe, de pasarlo a retiro al influjo de una derrota autoinflingida por el PJ.
Y es aquí donde aparece un dato sumamente útil para les flamantes perottistas cristinistas y rossistas de histórica e igual fe: ¿cómo resolvió Cristina aquél asunto? Pues respetando la preminencia del Chivo al decir “Santa Fe sigue siento territorio de Rossi”, arreglen con él. Y he aquí otra persistencia histórica del peronismo santafesino desde la irrupción de la anomalía kirchnerista, ser magnánimos y generosos en las victorias y orgánicos en las derrotas cuesta demasiado, nadie puede dejar de actuar de sí mismo y todos –parapetados detrás de sus coartadas y justificaciones– hacen lo que tienen que hacer para que todo acabe mal, excepto durante la ajustadísima campaña de 2019, pero esa fue otra historia.
Cristina y las elecciones
La mayor grandeza de la que parecía no dudar ni fallar, de la “Jefa” (fatal vocablo que no admite disidencia ni duda metódica sino sumisión acrítica de tropa) a quienes todes le pedían autocrítica y disculpas, fue sin dudas hacer esa autocrítica en acto en los oscuros años macristas, sin perder volumen mítico ni el centro de la escena, sorprendiendo a propios y extraños al convocar a un Frente de derechas e izquierdas, de pañuelos verdes y celestes, de creyentes y ateos para cortar al macrismo. Unge a Alberto, dialoga con Moyano, negocia con Massa, abre, junta, convence, entusiasma y posibilita un triunfo que le debe muchísimo para no hacer cuentas más finas.
Esa misma Cristina pragmática y que ya avizora un reemplazo que en 2015 no tenía, eligió a Omar Perotti –aunque siempre vio en el “modelo Rafaela” la reproducción a escala del modelo que quiso imponer a nivel nacional– no por lealtad política o ideológica sino porque es el gobernador y jefe político por legítimo derecho, porque suma lo que Agustín no, porque quiere renovar la conducción del PJ santafesino y finalmente porque (según los números que maneja) garantiza –no la pluralidad ideológica del PJ santafesino o su fidelidad al legado kichnerista– sino la victoria y el recambio. Nunca es dura ni triste la verdad y tal vez no tenga remedio pero desata procesos complejos, contradictorios, apasionantes y no asegura finales cantados.
Más allá del asunto del consultor Guillermo Seita y su marca para provincias separatistas, de la negativa cerrada de Omar a que Rossi figure en ninguna lista, del neo reutemismo de muchos de sus dirigentes, de las desinteligencias entre Alberto y Cristina para resolver el dilema santafesino y la ficha sucia de Traferri y buena parte de los integrantes del NES, el Chivo resiste su jubilación y con ella la conversión de su espacio en una patrulla marginal dentro del Frente de Todes, eso es lo que se está jugando.
Es una campaña que pone a Rossi en el brete de jugar al punto contra la banca, radicalizando los embates y apuntando al gobernador como contendiente real. Sin dramatizar, todos se quedaron sin juego amable y conminados a ganar, Alberto, Cristina, Omar y Agustín ganan y pierden mucho en este cruce, institucionalizado por la ex presidenta en 2009 para evitar sorpresas desagradables como éstas.
Cristina bajó a Randazzo en 2015 porque la que perdía en esas primarias contra Scioli era ella, lo que Florencio nunca pudo ni entender ni superar. Eso no podía pasar ni puede pasar ahora. La jugada es demostrar que los votos kirchneristas en Santa Fe son de ella y no de Rossi, que puede trasvarsarlos a Sacnun para garantizar la victoria de la lista de Perotti y operar así el relevo hacia el futuro.
A todes les asiste el derecho de participar para imponer una impronta hegemónica o resistirla. El proyecto del gobernador de depurar al PJ y a la política santafesina de corporaciones extorsivas sigue en stand by y mucho depende de éstas elecciones legislativas. Pero descartando chicanas infantiles e inconducentes y señalando que para todes debería ser más importante la unidad para la victoria que tener coherencia y razón, hay que decir que Rossi se ha ganado de sobra el derecho de competir y si de lo que se trata es de jubilarlo es muy simple, hay que ganarle en las urnas y no perder de vista lo que Alberto Fernández sostuvo en campaña: “no podemos seguir aceptando la lógica del verticalismo o el oportunismo que habilita que el gana tenga derecho a someter a todos a su lógica”. Para que el Frente siga siendo de Todes y por el bien del peronismo provincial, que así sea.