Nene triste, chico soñador y joven leyenda, Leo Mattioli cumple hoy una década en la eternidad.
Desde hace diez años, la vida del León Santafesino ya no tiene carácter biográfico. Su historia es una leyenda. Sus primeros escenarios fueron las ramas de los árboles que trepaba en su Barrio Centenario natal, desde donde regalaba serenatas a las caminantes. Cuando no pasaba nadie, cantaba para sí mismo “Pinocho malherido” y lloraba.
Sus primeras lágrimas de amor fueron para su viejo, al que perdió muy temprano y que inspiró algunas de sus canciones más sentidas como “Cuéntale”: Si yo lo encuentro le diré/Que desde niño yo envidié/Aquellos que tenían papá/Y podían abrazar a ese gran señor. Esos momentos significativos, más los tristes que los alegres, se hicieron carne en sus canciones y por eso él mismo dirigía su empresa y decidía adónde ir y adónde no: “Cuando llevaban a lo de Tinelli grupos bailanteros, lo rechacé, porque ahí se burlan de todos, ¿cómo no se iban a burlar de mi? y eso que yo soy re fanático, no me pierdo un programa. Pero es parte de su show y lo entiendo. Los temas que compongo y que canto son historias mías, y me daría no sé qué que me den vuelta la letra o que se burlen”, dijo en Gente en 2008, tiempo en el que la cumbia era ridiculizada por un santafesino, Miguel Torres Del Sel, que ya había hecho lo mismo con Horacio Guarany. Y después fue embajador…
Hoy, imitadores, tributos y homenajes recrean la figura del León no solamente con total respeto, sino con genuina admiración y agradecimiento sincero, algo que quedó demostrado durante su velorio en la Estación Belgrano, por la que desfilaron miles de personas para tirarle rosas y despedirlo al rugido de “¡Ay amor!”. Durante esa despedida, lo lloró su público y también sus compañeros y colegas: “lo más lindo que tenía era eso que nos demostraba a todos los que luchamos por ser cómo él algún día. Tenía una humildad y un corazón muy grande, lo vamos a llevar por siempre en el corazón”, dijo Karina ese día, una de las apadrinadas por él en sus inicios, como también lo fueron Dalila y Mario Luis.
Su obra, que empezamos a conocer bien desde su arranque como solista, a sus 27, trata los grandes temas como el amor, la vida y la muerte, pero también del oficio de cantante y de los excesos. Con su primer disco, Un homenaje al cielo, pasó de ser famoso a ser ídolo. Meses antes había estado de cara a la muerte por segunda vez y por segunda vez le dio la espalda. “Hoy no”, como aprendimos a decirle al Dios de la Muerte en Game of Thrones.
En ese disco inicial, se respira un disco divino y teñido de celeste como su portada, casi literalmente se lo puede escuchar cómo, a medio camino entre vivir y morir, salió de su cuerpo, flotó y tuvo una perspectiva sobre la existencia: el volver para estar un rato más con sus hijos (“Solo le pido a Dios”), la ofrenda a sus amigos que fallecieron en ese choque (“Es imposible volar al cielo”) y hasta su última voluntad (“Si tú te vas”). Un hit atrás del otro, así salió de terapia intensiva y volvió a caminar, contra todos los pronósticos clínicos.
De ahí en adelante, un poquito más de una década más trepando escenarios y después, finalmente, el cielo que él mismo supo escribir a través de 19 álbumes. Almorzó con Mirtha y le regaló joyas a Susana, se abrazó con el Diego y se sienta con nosotros en cada peña, cada cumpleaños y cualquier fiesta que sea. Lleno de oro y rosas se lo retrata hoy en memes y stickers de WhatsApp porque es mucho más que un cantante o un artista, es un cuadrito bendiciendo las paredes pintadas con cal, es la voz que todavía suena desde los ranchitos más lejanos, un sol entre los astros cumbieros.
La mesa estaba puesta ese domingo al mediodía. Leo había muerto, pero no nos había abandonado, todo lo contrario. Gracias por volver, entonces.