Al cumplirse 20 años del atentado a la Torres Gemelas, “¿Cuánto vale la vida?” narra cómo un abogado formó un fondo de compensación para los deudos de las víctimas y los dilemas que debió enfrentar.
¿Importa hallar una decisión justa o cerrar el asunto y continuar? ¿Por qué no pagarles a todos y a todas lo mismo? ¿Por qué los deudos se deben diferenciar según el trabajo y las condiciones de los muertos? ¿Se puede establecer una fórmula perfecta? ¿Qué monto logra reparar la pérdida de un ser querido? ¿Puede aplicarse la ley de forma general? En vísperas al 20° aniversario del ataque a las Torres Gemelas, el gigante del streaming Netflix colocó en su menú el drama ¿Cuánto vale la vida? (Worth, Estados Unidos 2020). La trama del filme aborda el trabajo del abogado reconocido Kenneth Feinberg para formar un fondo de compensación estatal destinado a las familias de las víctimas de aquel fatídico atentado. Sobre la base de hechos reales y el libro What Is Life Worth? (autobiografía del propio Feinberg), la película se inserta en el conjunto de revisiones del pasado dotadas de una suerte de mensaje instructivo. No obstante, cuenta con algunos puntos interesantes al considerar la composición de la trama que transita el impacto general de la tragedia para apoyarse, luego, en las historias personales que interpelan al protagonista.
El relato que construye la directora Sara Colangelo (responsable de la remake de La maestra de jardín, 2018, y Pequeños accidentes, 2014) se fortalece, fundamentalmente, en la actuación de Michael Keaton, quien interpreta al letrado especializado. Con mesura, detalle y la cuota justa de inquietud en el semblante, el personaje se muestra como un perito pragmático que debe evitar que los familiares de las víctimas demanden al Estado y lograr que acepten la suma ofrecida que resulta, a su vez, de un coeficiente. Aficionado a la ópera (al punto de contar con una abultada colección de CD y viajar en tren con el discman, lo cual excede una simple caracterización para convertirse en una marca de la trama), Feinberg a lo largo de dos años afronta reclamos y situaciones particulares que lo llevan a abandonar el distanciamiento que su misión le exige. Sucede que en ese camino planta postura Charles Wolf (Stanley Tucci), un hombre que perdió a su esposa el 11S y manifiesta su convencimiento moral sobre lo que supone una reparación y aspira modificar el fondo diseñado por Feinberg. Los diálogos entre ambos constituyen uno de los nudos dramáticos más sólidos del filme. En parte porque impulsan el argumento sobre lo que es justo y lo que no lo es, sobre qué se hace luego de una catástrofe que deja miles de personas fallecidas, sobre el respeto y la dignidad y sobre la memoria individual y colectiva. Para todo ello, la obligación no es otra que superar el factor económico como el sustrato de la situación, tanto como activar la sensibilidad necesaria que humanice la discusión en juego.
Otro de los factores no menores para el planteo argumental son los roles del gobierno y del Congreso de Estados Unidos al momento de diseñar estrategias para menguar los costos políticos de la catástrofe. De modo, que Feinberg se vincula con al menos tres interlocutores: el poder (con el que parece tener buenos contactos), el peso de los abogados de las víctimas ricas (cuyas familias piden más dinero y amenazan con litigios poco convenientes) y los dolidos y desgarrados testimonios de quienes perdieron afectos, cuales personas del montón.
A su vez, la recreación de la época tampoco constituye un dato menor si se tiene en cuenta los 20 años transcurridos desde el 11S hasta la fecha. En ese sentido, el trabajo de fotografía es acertado y se articula con la moderación que le facilita al filme no caer en emotividades excesivas y sí poner el foco en los rostros de los personajes que forman el equipo de Feinberg, cuyas expresiones son parte constitutiva de la narración. No es sencillo lidiar con números, calculadoras y personas que sufren. “¿Cuánto vale la vida?” es una pregunta que, quizás, pueda quedar sin respuesta para el derecho, la filosofía, la metafísica y hasta la poesía. Lo que sí puede ocasionar es un cuestionamiento a las reglas del statu quo y ese es el desafío que asume el filme. En suma, un prolijo drama que encaja con buen tino tal cometido.