La docente y especialista en alfabetización Marta Zamero habla sobre la actualidad de las políticas educativas en torno a la lectura.
Marta Zamero es docente e investigadora, profesora titular de Didáctica de la lengua y la literatura III en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autonomía de Entre Ríos (UADER). Es leída y seguida por docentes y estudiantes de todo el país, que encuentran en sus reflexiones y sus clases una guía para el trabajo en las aulas. El martes 7 brindó una charla sobre “La lectura como derecho” en la apertura del Ciclo de formación y actualización de mediadoras y mediadores de lectura Laura Devetach: La lectura como experiencia. Comunidades lectoras en las escuelas santafesinas, organizado por el Plan Nacional de Lecturas Santa Fe.
Pausa conversó con la especialista sobre el encuentro que se transmitió por la cuenta de Facebook del Ministerio de Educación de Santa Fe, donde sigue disponible. Sobre la actividad, resaltó tres conceptos clave: lecturas, en plural; experiencia y comunidades.
—¿En qué sentidos se habla de lecturas en plural?
—Desde hace un tiempo, venimos utilizando el término lecturas para mostrar la pluralidad en la que queremos ubicar a la escuela, institución que se configuró pensando en la constitución de una nacionalidad. En la educación primaria las lecciones eran libros de lectura, para trabajar por ejemplo la entonación, la literatura quedaba fuera. No así en la secundaria, que estuvo reservada para las elites, para las clases que iban a dirigir el país, no olvidemos que es obligatoria desde 2004. Esas dos singularidades conforman partes de un modelo con el que estamos discutiendo todavía: hoy la literatura es un derecho conquistado en el nivel inicial y la escuela primaria, y en el nivel secundario la conquista es la libertad de leer ampliamente, no solo con la lengua como modelo a imitar. Entonces, el primer plural nos habla de esas discusiones que una escuela concebida en términos emancipatorios les plantea a aquellos modelos. Nos dice que leamos ampliamente, dando lugar a las lenguas originarias de nuestro país y de nuestra Patria Grande, fuera de los textos moralizantes y abriendo la puerta al territorio literario.
Pero el plural también refiere a otra discusión que es si la lectura en la escuela es solamente leer literatura, y por supuesto que no. El plural se impone en un momento en que las comunidades lectoras, dentro y fuera de la escuela, leen literatura y ciencias, y no podemos de ninguna manera obviarlo. Así como algunos lectores siguen largas sagas, hay muchos chicos que forman comunidades en torno a intereses científicos. La ciencia tiene un modo propio de ser leída y tiene que estar en ese plural: tenemos que ser capaces de defender ese placer particular de los lectores, que se produce al construir sentido con textos de ciencia. Además, como decía en la conferencia, al citar al maestro Firpo, y su colección de frases en “¡Qué porquería es el glóbulo!”, las metáforas no solo aparecen en relación con la lectura y la escritura estéticas. La construcción de sentido es siempre libre. Por eso la lectura, como la alfabetización, es siempre una metáfora de la libertad.
—En ese plural, ¿también hay otras formas de llegar al libro?
—Sí, también. Es cierto que la utilización de lecturas en plural empieza a finales del siglo XX a designar un conjunto de experiencias fuera del libro clásico, que no estaban asumidas como lectura, en géneros como el libro álbum o la novela gráfica, pero también todo tipo de peritextos y epitextos como reseñas, booktrailer, etc. Por otra parte, nos debemos indagaciones y análisis más finos sobre la presencia de la literatura en el currículo como dimensión que lo enriquece, no solo el de Lengua, porque los docentes en las escuelas se dan el lujo de hacer muchas cosas con la literatura y hay unas cuantas experiencias exitosas, relacionadas por ejemplo con la Educación Sexual Integral o la historia, en los que muchos docentes han descubierto en la literatura una puerta para hablar de temas. Yo pretendo un mundo con literatura en los más recónditos intersticios y reivindico obviamente su presencia no solo para la lectura estética. Hay que volver a pensar cómo diferenciamos los sometimientos de la literatura a otras finalidades para rescatar su presencia en las conversaciones que hacemos con los chicos, en los momentos que necesitamos saber cómo somos, pensarnos desde la ficción para ayudar a diferenciar esta presencia de la literatura de su uso utilitario y descartable.
No obstante, el objeto libro sigue siendo un artefacto complejo para comprender, sea papel o libro digital y sigue siendo un aprendizaje a realizar en la escuela. Que el bosque no nos oculte el árbol: reconocer y abrirse a esa pluralidad de lecturas no implica despreciar, subestimar u olvidar el concepto de lectura y de lector en sentido estricto, que implica procesar un texto en su dimensión más literal y en determinado momento hacerlo con autonomía. Este conocimiento es sustancial para las sociedades democráticas y no puede, no debe, ser sustituido o secundarizado. Si no, corremos el riesgo de volver al tiempo de los escribas, aulas donde solo lee el docente y eventualmente algunos alumnos mientras el resto solo escucha.
—Decías que en parte la lectura es un derecho conquistado, en el presente, ¿qué falta todavía?
—Si me pregunto ¿cuántos son los chicos que aprenden a leer con textos literarios?, ¿cuántos son los que participan de lecturas literarias todos los años a lo largo de la educación obligatoria? Las respuestas son muy diferentes si miramos Argentina y Latinoamérica, porque en nuestro país hemos avanzado mucho comparativamente y las políticas del Plan de Lecturas y las colecciones de aula son parte de ese avance. Pero también es muy diferente si miramos zonas y hasta te diría instituciones. Hoy la diferencia más relevante es el corte que produjo la pandemia. Perdimos la intimidad de los gestos y la proximidad de los cuerpos de las escenas institucionales de lectura, tenemos que asumirlo, no es que no pasó nada y nuestras conquistas serán retomadas en la misma estación en que las dejamos antes de la pandemia. Millones de niños cortaron su relación con la escuela y con la literatura, porque la literatura no es omnipresente, no está en las casas de padres no alfabetizados o que no tienen tiempo o dedicación para leer. El concepto de experiencia de la lectura nos habla de la “gran ocasión” vivida en la escuela, con los otros, en torno a un texto. Es muy diferente leer solito en tu casa que leer en una comunidad, donde se hace con respeto y curiosidad por el gusto del otro, porque en la escuela no se puede leer siempre el texto que te gusta a vos y cuando se les pregunta a los chicos sobre sus preferencias, lo saben. Con esas reglas, con el respeto al silencio, las lágrimas, la emoción, el comentario banal, el que se ríe mientras otro casi llora, todo eso que puede pasar cuando un texto convoca, la experiencia de la lectura en la institución escolar siempre cosecha sus frutos. Entonces, la lectura es un derecho que estamos conquistando nuevamente en la pospandemia y sin tiempo que perder.
—¿Te parece que hay posibilidades de que la escuela cambie, de acá en más, sus formas de organizarse, de ordenar el tiempo para mejorar la lectura?
—En la situación de pospandemia creo que el tiempo debe ser repensado para garantizar la lectura dentro de la escuela, porque es lo que te sostiene como estudiante, marca el grado de alfabetización para enfrentar el estudio. La lectura y por supuesto la escritura tienen que ser pensadas metodológicamente, Santa Fe tiene maravillosos ejemplos como la Escuela Serena de las hermanas Cossettini, que muestra cómo maestros comunes organizados institucionalmente pueden hacer cosas tan valiosas. Para que la lectura sea un derecho tiene que estar en la escuela y requiere de decisiones de política educativa muy concretas y asignadas a los distintos actores, no solamente al maestro. Le hablamos mucho al docente porque es la figura que más respetamos, pero yo siempre digo lo mismo: ¡dejémosle de hablar unilateralmente al maestro! Tenemos que hablar con los equipos directivos y de supervisores. Nunca como en 2020 tuve conversación con supervisores y directivos que se preguntaban qué hacer frente a los avances de procesos que creíamos superados. Enfoquemos estos niveles de decisión, donde debe haber criterios de seguimiento, e indicadores sencillos de producir y fáciles de comunicar para saber si los chicos están aprendiendo a leer, y para reorientar ese proceso de la forma más rápida posible. Eso es muy posible y la Didáctica de la Lengua posee un estado de conocimientos suficiente para tomar decisiones seguras y accesibles interpretando el contexto que hoy nos toca vivir.
—¿Cómo ves esa toma de decisiones?
—Yo soy optimista, si nos miramos respecto del mundo, en Argentina estamos mejor que en muchísimos lugares, pero viendo hacia adentro y en un análisis respetuoso de las diferencias en el país, con todo lo que tenemos, podríamos estar mejor. Fundamentalmente porque el sistema educativo argentino ha incluido nuevas capas de la población y eso requiere toma de decisiones específicas, al igual que el contexto pospandémico. Creo que se está hablando a los docentes como si no hubiera existido la pandemia. Hay demasiado ruido, demasiados discursos hablándoles a los docentes, incluso con posturas contradictorias, y poca especificidad con quienes tienen que decidir institucionalmente para implementar y evaluar la marcha.