La actriz Mariana Mosset estrenó el monólogo “El alcohol es una patria”, basado en textos de María Moreno y Emma Barrandeguy, dirigida por Ana Laura Municoy.
El escenario está al fondo de un bar largo, chorizo. En el centro, bajo la luz cenital, una mesa y una mujer vestida de azul con una flor roja en el pecho y un pañuelo en la cabeza. Cuando comienza a hablar se enciende, pero se mueve de a poco, apoyándose en la mesa. “Cómo me gustaría en vez de esta angustia tener un síntoma físico que me saque del mundo al hospital”, se lamenta. El maquillaje, los gestos y las expresiones son casi una máscara clown, la mirada con el público y las pausas un poco también.
La actriz es Mariana Mosset, que estrenó el monólogo El alcohol es una patria, basado en textos de María Moreno tomados de Black out (Random House, 2016) y de Emma Barrandeguy en Habitaciones. En la misma función, el pasado viernes 20 en Uh La La, se presentó La última carta, basado en cartas de Antonin Artaud y la última carta de Silvina Ocampo a Alejandra Pizarnik. En la dirección de las dos puestas está Ana Laura Municoy, con quien ambas terminaron de tomar forma, afirma Mariana.
Casi sin pausa durante la pandemia, Mariana impulsa y trabaja en varios frentes por el sostén del teatro independiente. Coordina talleres y tiene en marcha distintos proyectos, algunos en la etapa de investigación o ensayando, otros por estrenar y otros, como sus monólogos, en crecimiento con cada puesta en escena. Como sus maestras reconoce a Cristina Banegas y a Graciela Camino, con quienes estudió la huella de la dramaturgia de Alberto Ure. También estudió con Alan Robinson, que trabajaba en la línea propuesta por Artaud en El teatro y la peste. En librerías y centros culturales de Buenos Aires presentó un monólogo llamado Artó y fue ya de regreso en Santa Fe, en 2015, cuando montó la primera versión de La última carta, en cruce con Pizarnik.
Aunque se presentan con una pausa en el medio, los dos monólogos traen una borrachera primero y la escritura de una carta después a una escena ubicada en un mismo recorte de tiempo y espacio, que sin dudas es en Argentina y abundan las referencias políticas y literarias, en un frenesí introspectivo que atrapa, con un “sentimiento que nada tiene que ver con el curso corriente de la vida”. Tomadas de los textos y montadas con talento, las palabras se vuelven elementos escénicos en este universo oscuro y la carga de su sentido histórico y político juega, según sea el momento, al servicio de la escena y así en vez de redundar se expanden.
Los dos monólogos se conectan en un mundo de locura, tangos y libros en el que se habla de federales, unitarios, montoneros, poseedores, iracundos, desposeídos y violencia, y se corren las unas a las otras en el divagar de alguien que habla sola, borracha, despechada, sin golpes bajos, pensando, por ejemplo, si la amistad está en la piedad o en la irresponsabilidad y haciendo comedia de sí misma. Al nombre de Manuel Puig lo dice finito, arrastrando la u, y sin estar muy lejos del llanto, el público se ríe.
Las del gremio
Una en un pueblo chico, la otra en la ciudad, Barrandeguy y Moreno vivieron los años de la dictadura con estrategias distintas siendo las dos del gremio, como se decía antes. Barrandeguy fue contemporánea del boom literario latinoamericano, pero tenía fama de tortillera, era de provincia y sus obras no llegaron a tener una gran circulación. En 2002, La Parte Maldita editó Habitaciones, una novela suya hasta entonces inédita. De esa obra y de Black out de Moreno son los textos de El alcohol es una patria. “Escrita mucho antes de que se teorizara sobre las minorías sexuales, Habitaciones puede leerse como algo que está por delante de ellas, en un horizonte más radical en tanto que denuncia los espejismos de toda elección, la multiplicidad de los deseos y de sus formas”, escribió Moreno en el prólogo. En forma de cartas, la novela es una memoria de sus amores, de sus búsquedas sexuales y eróticas, de su pensamiento de izquierda y sus críticas a la Iglesia, es la historia de una lesbiana nacida en 1914 a orillas del mismo río que Juan L. Ortiz.
Barrandeguy nació en Gualeguay, donde desde chica leyó todo lo que pudo y fue parte, siendo muy joven y la única mujer, de la agrupación de izquierda Claridad junto a Juan L. Se fue a Buenos Aires y trabajó en el diario Crítica de Natalio Botana y Salvadora Medina Onrubia, la periodista, dramaturga, feminista y militante anarquista, esposa de Botana y abuela de Copi. Con título de maestra, fue periodista, secretaria, traductora y revendedora de joyas de Once, entre otros trabajos, y estudió Filosofía. Volvió al pueblo en 1976 para cuidar a su hermana y casi hasta su muerte en 2006 colaboró con el diario local, El Debate Pregón. Por suerte, esos textos pueden leerse en Cronosínstesis, editado en 2016 por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos en su bella colección El país del sauce.
“Yo me llamo socialista porque de algún modo hay que llamarse cuando vos sos medio colorada. En el fondo yo soy anarquista, porque a mí no me gusta ningún patrón, ni ningún barrandeguista”, afirmó Barrandeguy en 2005. María Moreno la conoció y conversó mucho con ella, que le decía cosas como que “una relación no puede ser perenne y sólo recién ahora lo están comprendiendo” y “envejecer no es triste porque siempre queda el clítoris”. “Yo conversaba con Emma como si fuera una contemporánea, aunque ella me adelantaba siempre”, escribió Moreno después de la muerte de la entrerriana. “Las dos hablan de las parias, las que estamos al margen, los borrachos, los alcohólicos”, dice Mosset.