Cuanto mayores son los problemas, más necesaria es la participación. Si no decidimos, otros lo harán por nosotros.

Se ha dicho que estas elecciones primarias generan apatía. Y que la gente llega cansada a las urnas, harta de la pandemia y de las crisis que se apilan una tras otra. Se repitió una y mil veces que se trata de comicios intermedios que no le importan a nadie, fuera del micromundo de los candidatos y de la política partidaria. Si bien eso es cierto, también es necesario reafirmar el valor de la participación ciudadana en los momentos de mayor incertidumbre. Si no decidimos, otros lo harán por nosotros. Si no nos expresamos, otros se expresarán en nuestro nombre.

La democracia no es un sistema perfecto, pero es el mejor que supimos concebir. Nuestra democracia no ha logrado solucionar los grandes problemas de esta época: en los 80 resultó impotente ante la crisis de la hiper inflación y el golpe de mercado; en los 90 cobijó un sistema de desigualdades crecientes que estallaría en 2001; en los primeros tres lustros del nuevo siglo, aún con la recuperación de la estabilidad institucional, no logró aplacar las tensiones inherentes a un sistema económico que deja la distribución de la riqueza librada a las fuerzas asimétricas de la libre economía. La democracia argentina demostró sus limitaciones para enfrentar las severas consecuencias de las crisis autoinfligidas (el macrismo) y de las imprevisibles (la pandemia global del coronavirus).

Sin embargo, es un error suponer que la democracia fracasó como sistema. Por el contrario: cuanto mayor es el retroceso en materia de bienestar social, más necesaria se vuelve la participación de la gente en las instituciones y en los partidos políticos. De las crisis se sale siempre con más y mejor democracia.

Es falsa la idea, que algunos tratan de imponer en base a sus propios intereses, de que en estas primarias no hay nada en juego. Iremos a las urnas para elegir a los candidatos que competirán en las generales de noviembre y también para ratificar la vigencia de nuestra democracia. Los viejos problemas –y los nuevos– solo podremos solucionarlos a través de una mayor participación. Todo lo demás es antipolítica: el verdadero caldo de cultivo de los autoritarismos.

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