Leo un texto en las noticias random del celu y quedo sorprendida: El Matadero, de Esteban Echeverría, el primer cuento argentino que narra la tortura de los federales al unitario en el Matadero del Alto, entre barro, sangre y achuras, es (probablemente) una operación mediática y, por supuesto para la literatura de la época, una movida política. Igual que Lugones con el Martín Fierro, más adelante.
El Matadero es canon de lectura en quinto año, a les adolescentes les encanta. Lo que más fascina no es que este texto sea panfletario (es lo que más aburre) sino su plasticidad, la desmesura del lenguaje y su ritmo. La alternancia entre el registro culto y el callejero, la construcción maquetada del unitario liberal y la animalización de los federales rosistas, son exageraciones literarias vibrantes, divertidas y crueles, que bien podrían relacionarse con el grotesco criollo posterior, el que dará como resultado un personaje como el de Juan Moreyra.
Damos este texto en secundaria porque es uno de los textos fundantes de la lengua argentina pero Cristina Iglesia (ensayista de la literatura rioplatense y colonial, a quien se entrevista en la nota random) sospecha que las tachaduras antirosistas (la del final es evidente) fueron agregadas por Juan María Gutiérrez, el amigo, compilador y editor de la obra de Echeverría. El Matadero se escribe en el exilio entre 1838 y 1840 y se publica en 1871, veinte años después de la muerte de Echeverría. No hay registros, en los frecuentes carteos entre ambos, sobre el cuento. Sí sobre otras obras. Pero cuando Gutiérrez lo publica, después de la muerte de su amigo, se transforma en un éxito.
Mientras tanto, y antes del exilio a Uruguay, Echeverría y el músico Juan Esnaola se hacían fama en los salones literarios y en las calles de la época escribiendo canciones de amor. Dice Iglesia: “Eran canciones de amor, canciones que no tenían nada que ver con la fundación de la nación, con nada de eso, y que las bailaban y las cantaban los rosistas y los unitarios”. Iglesia afirma que, para el autor del Matadero, estas canciones fueron su alma, y que el Matadero, sólo un deber ser impuesto por Gutiérrez para erigirlo como poeta nacional.
Al terminar de leer la nota, busqué las canciones de Echeverría y las escuché. Están en la Fonoteca de la Biblioteca Cervantes, interpretadas por la soprano Elena Jáuregui. Es cierto que las letras construyen una la mujer idealizada (Echeverría es heredero del romanticismo europeo importado al país en 1830). Pero parece también que estas canciones fueron un escándalo en la época porque el tema y su forma, la canción de amor, prendieron chispa tanto en los salones como en la calle, y fueron gusto compartido y disfrutado entre unitarios y federales.
En el Matadero todos los personajes están cerca de la carne, con las achuras, enredados y sucios de sangre. Las mujeres aparecen alrededor del festín que dejan los que levantan el cuchillo. Una vez carneadas las piezas, las negras y las criollas, y los niños, se abalanzan alrededor de las sobras. Todos se solazan en la carne menos el joven unitario, quien es sometido en el final y entonces sí queda chorreando, “reventado”, dice Matasiete. De lo mejor del texto es su plasticidad carnívora. De lo peor, la soledad y la indiferencia alrededor del niño decapitado. Importa más en el Matadero del Alto traer de nuevo al corral un toro, que la cabeza cortada del niño en el barro.
Parece una de zombis, profe. Desde ese lugar leímos en clases esta obra. También desde el reconocimiento de la lengua que usamos y la lengua que tenemos y no usamos, pero está viva en el sistema. Los diálogos de los federales, cantores a pesar de la crudeza del tema (achuran vacas o unitarios) generan sorpresa y alegría cuando les adolescentes se encuentran con que el lenguaje es de todos y es de nadie, aunque siempre esté en disputa. Se preguntan qué es entonces la literatura y la lengua nacional, si hay palabras cercanas a las experiencias, si hay palabras lejanas, que otros digan por el resto.
Una crítica a Rosas con la boca sucia, profe. Esteban Echeverría está en ese uso y, aún si el amigo Gutiérrez tachó y agregó, la obra perdura por su tensión narrativa, el paisaje nauseabundo y su lengua viva. El Matadero pone en el centro del relato nacional a la carne, a los cuerpos de humanos y animales, y también a quiénes son sus dueños y deciden por ellos.
No olvido las canciones, comidilla ardiente de aquella época. Es difícil entender la fonética de la soprano pero es muy bello escucharlas en el oído intentando atrapar los versos. No son muy distintas de las canciones de moda, cantadas entre dientes, como apretando, estas rimas: “entre mis venas corre sutil, ardiente llama/ que sin cesar me inflama”.