Las estructuras tradicionales ganan fuerza si cae la afluencia electoral. Los frentes mayoritarios se lanzaron a una interna feroz, aunque las primarias solo ordenarán las candidaturas para noviembre.
Tópico común de las coberturas televisivas, comentario de verdulería también, las primarias 2021 caen en un marco de apatía y cansancio general. Ante el saldo triste de la pandemia y la crisis económica, las campañas oscilaron entre la desubicación, la sordidez, el egoísmo y la pavada, con algunas pocas excepciones. Con las contiendas de la ciudad y la provincia de Buenos Aires proyectadas a todo el país por parte de los medios falsamente rotulados como nacionales, nos fumamos el cumpleaños en Olivos, Fernando Iglesias rascándose los huevos, una maestra gritando, el sitio Chequeado avalando las falsedades del ex presidente Macri sobre la histórica e inútil –no para él y sus amigos– deuda externa que dejó, el debate sobre un personaje de Dragon Ball, dilemas sobre garchar y fumar porro, horas y horas de pantalla para las inconsistencias anarcofascistas –sí, tal cosa es posible– de Javier Milei. El ruido político tapa las propuestas concretas de los candidatos –que las hay– y socava la legitimidad misma de una democracia hoy en una situación brutal, que podría ser mucho peor de no ser por el muro antiexplosivos que, en 2009, levantó el kirchnerismo con la Asignación Universal por Hijo. La AUH es el aporte más decisivo a la estabilidad de las instituciones democráticas desde 2001 a la fecha.
Una por una, las listas de precandidatos santafesinos para el Congreso Nacional
Y el IFE y el ATP, en pandemia, permitieron que hoy lleguemos acá. De no ser por la combinación de esas tres políticas de seguridad social –y Billetera Santa Fe, acotan desde la campaña del gobierno provincial–, la malaria sería mucho más profunda que la que enmarcó aquella elección de 2001 donde triunfó el ausentismo, el voto en blanco y el voto salame. Y aquí cae la primera clave de esta elección.
Fortaleza de las estructuras
El electorado argentino está divido, a trazo grueso, en tercios. Hay un tercio peronista, que puede partirse según la oferta también peronista, un tercio antiperonista, que también se puede partir en ofertas que van desde la izquierda trotskista a Federico Angelini, y un tercio lábil y fluctuante, al que supuestamente deberían apuntar las campañas. Ese mismo tercio es el que reniega de ir a votar en estos contextos de asfixia y discurso político en cualquiera lo que, a la inversa, refuerza el peso de la maquinaria partidaria a la hora de votar. El aparato va a pesar más. El recuento de intendentes, presidentes comunales, listas propias de concejales, presencia de fiscales es más decisivo. Los oficialismos de mayor proximidad tienen mayor capacidad de movilizar voluntades, vencerlos jerarquiza aún más el triunfo en una elección donde no queda claro exactamente qué es ganar. Y esa es la segunda clave de estas primarias.
¿Qué es ganar?
A diferencia de una elección para un Ejecutivo, donde el ganador se queda con todo, una elección para el Poder Legislativo sólo tiene ganadores y perdedores relativos. Este año, para hacer una buena elección, la oposición necesita superar o equiparar el 2017, cuando se llevó el 40% de los votos del país. A la inversa, para hacer una mala elección, el oficialismo tendría que obtener menos del 39% de los votos: el 20% de Unidad Ciudadana y el 19% del otrora peronismo Macri friendly en sus diferentes expresiones, hoy dentro del Frente de Todos.
Con foto en el Instituto Patria, Cristina blanqueó su apoyo a la lista de Perotti
Se renuevan las bancas que se jugaron en 2017 y es frente a esa contienda –y no a 2019– que se debe medir el resultado, más allá de que, obviamente, también hay un ganador tan puro y duro como simbólico: el frente que más votos junte en total. Aun así, vale recordar: en 2009 el gran ganador fue el Colorado De Narváez (¡sobre Néstor Kirchner!), en 2013 Sergio Massa y la avenida del medio y en 2017 Esteban Bullrich le ganó a Cristina Kirchner. El ex rector de la UNL Albor Cantard le dio cinco de nueve diputados santafesinos a Cambiemos, para después perder con el 20% en la disputa por la intendencia de Santa Fe, en 2019.
Esa elección de 2017, donde Cambiemos era “la marca” y no importaba quién la portara, es la que hoy tiene que batir el oficialismo y sostener la oposición. Y así llegamos a la tercera clave: la proliferación de internas.
Esto también pasará
Las trifulcas del ayer son los acuerdos de hoy y viceversa. Principales actores en las elecciones de 2001 de la Alianza, como Nilda Garré, Leopoldo Moreau o Vilma Ibarra, son hoy figuras del kirchnerismo. Las internas a muerte de hoy tendrán otro color dentro de dos años, sin menospreciar las heridas y arrogancias del caso.
La interna más destacada es la que enfrenta a Agustín Rossi con la lista del gobierno provincial apadrinada por Omar Perotti. Rossi va a medir en las urnas a quién pertenecen los votos de haber defendido siempre al kirchnerismo. Perotti va a medir qué valor tiene decir a los cuatro vientos, y por primera vez en su carrera, que su lista es la lista de Cristina. Su activo en la política local siempre fue exactamente esa distancia. Para no quedar rengo durante los próximos dos años, el único escenario potable para Perotti es vencer en septiembre y en noviembre. En el camino, quien fuera el mayor tribuno de toda la historia del kirchnerismo, casi que dinamitó todos los puentes. Las oposiciones son mucho más suaves con el gobierno provincial que él mismo. Rossi está jugado y parece no preguntarse, otra vez, si después de tanto batifondo lo acompañarán, en caso de que gane la interna.
El panorama santafesino oculta la regla general: en el país la unidad y la fragmentación se dieron vuelta. El oficialismo actual estaba estallado en 2017 y está unido en 2021 –con las sonoras excepciones de Tucumán y de nuestra provincia– y la disgregación general hoy la tiene la oposición, en comparación con la unidad consolidada con la banca del Estado nacional que Cambiemos tenía en 2017.
Para muestra, el pago chico: en la lista oficialista para el Concejo Municipal hay quienes se referencian con la socialista Clara García, quienes van con el otro socialista, Rubén Giustiniani, y quienes apoyan al radical en Juntos por el Cambio Maximiliano Pullaro, ex ministro de Seguridad del Frente Progresista, todo junto y a la vez. Peor es el caso de Juntos por el Cambio, donde se ve la herida abierta del ex Grupo Universidad, con Mario Barletta y José Corral en caminos separados, y la absorción de la ultraderecha con Amalia Granata como precandidata a senadora. Esa interna, en todo el país, combina la pretensión de ascenso de la UCR con la interna de PRO entre Horacio Rodríguez Larreta y Mauricio Macri, sazonado con nuevos figurines mediáticos de ocasión –¿le dará el pinet a Carolina Losada?–, el único modo eficaz con el que Cambiemos supo aglutinarse y ofrecer alternativas electorales potentes.
En esa crisis interna formidable se hace difícil esperar el acompañamiento de los derrotados en las generales, si bien el orden de la lista final lo dará el sistema D’Hondt, mezclando entre sí las listas que hoy se dicen barbaridades mutuamente. ¿Qué razón tienen todos los intendentes radicales, que supuestamente estarían detrás de Pullaro, para apostar a cualquier otra lista de Juntos por el Cambio?
Pero, además, entre diferentes categorías se producirán cortes que son decisivos a la hora de pensar la futura campaña. Así puede darse el particular caso de que una precandidata a concejal con serias chances de ganar su interna, como Adriana Molina, termine en una misma línea con Amalia Granata, haciendo realidad aquello que Cristina pedía, unir a verdes y celestes, en un grado extremo.
Gestos
El ruido profundo y real de la política, que hoy es el de un electorado que está al límite de sus fuerzas, pasa hoy muy lejos de estas alquimias. Cuando se hace política más allá del cotillón y el contubernio y más acá de los desengaños que siempre produce el marketing electoral desnudo, emerge entonces un liderazgo que trasciende y atraviesa al resultado electoral y a su circunstancia. Eso quizá sea lo que explique por qué y para qué Cristina jugó su derrota en 2017 y por qué hoy Mauricio Macri, en el fondo, se desentendió de su espacio, para no hacerse cargo de pagar las cuentas de las derrotas.