Comer poco y comer mal. Las ollas populares procuran alimentar a las familias de los barrios empobrecidos, pero la ayuda del Estado resulta escasa en cantidad y en calidad nutricional.
“El comedor funciona de lunes a viernes, las raciones pasaron de 100 a más de 500 y nunca llegaron los recursos necesarios para que las ollas tengan alimento nutritivo, porque no vivimos de fideos hervidos nosotros”, comenta Georgina Mansilla, de la asamblea de barrio Los Pumitas, Rosario. El hambre, pero también qué se come, fue uno de los temas de debate en el encuentro que las mujeres y disidencias de La Poderosa tuvieron en Santa Fe.
Desde todas las asambleas se planteó que la mercadería que envía el Estado para los comedores no sólo es insuficiente, sino que es muy poco saludable. “Los recursos que te baja el Estado son alimentos secos que no incluyen los frescos ni las verduras, eso lo tuvimos que conseguir de forma autogestiva –con venta de empanadas, pastas, fideos– para poder sumar la carne o las verduras y que el plato que llegue a cada familia sea nutritivo”, agrega la militante rosarina. “Casi siempre mandan alimentos a base de harina, que sabemos que no son sanos y que afectan un montón a nuestros gurises y nuestras barriadas”, aporta Gisela Zapata, de Paraná.
La semana pasada, desde el comedor de Costa Azul, en Santo Tomé, emitieron un comunicado advirtiendo sobre esta situación: “En julio entregábamos 304 raciones, en sólo tres meses, hubo más del 30% de aumento. Sin embargo, la mercadería del gobierno nacional no llegó en septiembre. En octubre finalmente llegaron alimentos; pero la calidad y la cantidad son muy pobres. Harina, polenta, lentejas, yerba, leche, membrillo y cacao: ¿cómo combinar tan poquitas y disímiles cosas en una olla que alimente a 400 personas? ¿De qué manera cree el Estado que nos alimentamos en los barrios populares?”.
Mientras los contagios y las muertes por covid siguen bajando, también caen las restricciones y la vuelta a una cierta “normalidad” se impone y festeja. Pero para muches, esa “normalidad” es una pobreza estructural que viene desde hace décadas, que el macrismo llevó al 35,4% y que con la pandemia se profundizó hasta superar hoy el 40% a nivel nacional. “Más allá de que ya podemos tener más presencialidad y actividades, las familias que perdieron trabajo durante la pandemia aún no lo recuperaron”, explica Mansilla. “Son cada vez más los vecinos y vecinas que tienen que salir a cartonear para poder llevar un plato de comida a sus casas, eso se sostiene, quedó en el mismo número, las colas para ir a buscar la comida dan vuelta a la cuadra”, afirma.
Zapata grafica la crítica situación alimentaria –y económica, laboral, de aumento de precios– con una escena cotidiana del barrio San Martín de la capital entrerriana: “El consumo problemático de drogas viene aumentando y son cada vez más chicos. Antes veíamos a gurises de 15 o 17 años consumiendo, hoy ya empiezan a los 8 o 9. En mi barrio, un lugar muy empobrecido, prefieren comprar una bolsa de droga que un kilo de carne, porque la droga es más barata, eso es real. Y con la droga no tenés hambre, no tenes sentimientos, no tenés nada, entonces prefieren estar drogados porque no les alcanza para nada más. La poca carne que se come en los barrios es la que intentamos hacerles llegar desde los comedores. Crecieron el consumo, los hechos de violencia de género, el hambre. Estamos cada vez peor”.