Colectiva Rodante estrenó “Espejo de agua”, una obra de teatro de sombras contemporáneo, que indaga en el pasado y el presente de la Laguna Setúbal. Un hecho artístico para pensar nuestra propia historia.
Quiloazas, Lencinas, Grande, Grande de los Saladillos, Guadalupe y Setúbal, en sus nombres pasados se cifra la historia de nuestra laguna. Con el primero de los nombres comienza el itinerario de Espejo de agua, obra de teatro de sombras recién estrenada por Colectiva Rodante. En un ir y venir, indaga en el pasado de Santa Fe, desde las bases de nuestra identidad, con sus fragmentos y ocultamientos, hasta los desafíos del presente.
La dirección, el guión y la puesta en escena pertenecen a la Colectiva: Paula Yódice, Sofía Esper y Laura Martínez. Las tres artistas se vinculan de distintas maneras con la danza, la animación, las figuras recortadas y la narración oral escénica; y dan vida a distintos proyectos en paralelo a su trabajo y formación como docentes de áreas artísticas. El debut de la obra fue el viernes 1° de octubre en la Sala Maggi del Foro Cultural de la UNL.
El Espejo de agua tiene en frente un retroproyector. Ahí Laura dibuja con tintes y polvos naturales, figuras de papel, recortes de colores y exquisitos mapas traslúcidos, rescatados a mano del olvido. El telón de fondo, un lienzo blanco en medio del escenario a oscuras, se usa en dos direcciones. Cuando el retro se apaga, una linterna desde el otro lado ilumina las siluetas de flores y ramas que brotan del cuerpo en danza de Sofía, o de siluetas estáticas, que dicen mucho aunque no se puedan mover. En el medio, junto a una banqueta de libros, se para Paula para narrar las partes de esta historia, que empieza con unos pies posados en la orilla, brevemente, hasta que se los lleva el agua.
Del pueblo quiloaza no se sabe mucho más que el nombre. Fue un pueblo canoero, que organizaba su vida en torno a la laguna. Pertenecían a la tribu étnica de los timbúes, eran cercanos a los corondás y dejaron de ser mencionados por la historia eurocéntrica a finales del siglo XVII. Se alimentaban sólo de carne y pescado, cuenta Paula en su narración, mientras Laura tira redes en la imagen que completa el relato.
Colectiva Rodante toma la sustentabilidad como lema, así que ni las redes ni ningún elemento del montaje llegarán en forma de deshecho a la laguna. Entre otras búsquedas previas al estreno, las artistas caminaron las calles de sus barrios en busca de ramitas caídas, hojas secas y ramilletes que duren frescos para llevar a escena.
¿Cuándo fue la última vez que estrenó en la ciudad una obra de teatro de sombras? El grupo la toma como disciplina contemporánea y pone en juego la danza, la fotografía, las marionetas y la narración oral. “Concebimos el teatro de sombras contemporáneo como una forma artística interdisciplinar y metafórica, un modo de rescatar historias que han quedado ocultas y ponerlas a la luz, origen mismo de esta manifestación artística”, explican las realizadoras.
En una historia como la de Santa Fe, enclavada en el comercio el tráfico colonial y las guerras del siglo XIX, hecha de sombras, el “espejo de agua” juega con la luz y ensaya relatos en distintas direcciones. Las artistas encontraron un lenguaje propio, poético y experimental que cruza las tecnologías del pre cine con la costumbre cotidiana y ancestral de compartir historias para recrear, por unos minutos aunque sea, parte de nuestro patrimonio simbólico. Así, algo del caudal de historias perdido con la colonización, la inmigración y la invisibilización de las identidades no europeas, llega a la escena.
Lo primero que se escucha es una voz que invita a un pequeño juego, para dar inicio a la obra de manera participativa. Después, la voz de Joselina Martínez, cuentacuentos, narradora oral y formadora de narradores santafesina, acerca los primeros fragmentos de la obra, con su tono que abre oídos e invita a querer escuchar más. La narración oral, el arte de contar historias nacido del boca a boca y de las noches en torno al fogón, se expande en toda su potencia escénica gracias a la poesía de la luz que atraviesa la puesta. Las imágenes, delicadas y precisas en su confección artesana, cobran vida y ritmo cuando se dibujan con agua y polvos desde el retro, y con el movimiento de Sofía del otro lado de la tela.
La narradora en escena, Paula, aparece al lado de una banqueta de libros de los que toma retazos de relatos y leyendas, registros escritos que quedaron de aquel patrimonio perdido, de esa región incompleta de nuestro imaginario santafesino: “nunca sabremos qué historias se contaban remando, ni qué pensó el último quiloaza al mirar la laguna”, confiesa.
Algunas de las narraciones orales de la obra se inspiran en el libro de Lina Beck – Bernard, “El río Paraná. Cinco años en la República Argentina” (Eduner). Beck Bernard fue una escritora francesa que vivió en Santa Fe entre 1857 y 1862. Vino junto a su marido, Carlos Beck -de la Sociedad Colonizadora Suiza Beck y Herzog- que llegó para fundar la colonia San Carlos. En su Diario de viaje, iniciado durante el trayecto de Inglaterra a Río de Janeiro, Lina registró “magníficos colibríes de un verde esmeralda con matices dorados, otros negros y rubíes”, los caballos salvajes, el aguará guazú, el peligro de los yacarés y las víboras de la cruz, las costumbres santafesinas de la época y las historias que llegaban desde las colonias y la costa.
Aunque su pluma y sus memorias eran europeas, el libro de Lina permite orillarse a la forma de entender la Santa Fe de aquellos tiempos. En el “espejo de agua” brillan, gracias a ella, algunas de las leyendas nacidas en los primeros años del culto a la Virgen de Guadalupe, en lo que en aquel momento era un paraje de quintas. Aparecen un toro blanco y dorado y una sirena, nacida seguramente de la mezcla de culturas y mitologías, y del parecido del mar que tenía la laguna cuando no se podían ver sus bordes desde una orilla a la otra y su superficie era de 384 km cuadrados.
Como pasa con todos los relatos populares, esas leyendas del siglo XIX están hermanadas con las historias que cuentan hoy los pescadores. Siempre en el agua hay que tener cuidado cuando se siente una presencia, ya sea en forma de bolas de fuego, como dice Lina, o silbidos inexplicables. La propia historia de Lina está tan rodeada de rumores como de lagunas el relato oficial. No está claro por qué ella no se fue a San Carlos con Beck; ni por qué apareció, al borde de nuestra laguna, una ermita a la mexicana Virgen de Guadalupe. “No se sabe si la leyenda fue hecha para la capilla, o la capilla fue hecha para la leyenda”, finaliza una de las narraciones de Paula, retomando el espíritu de las narraciones de Lina.
La investigación previa al montaje indagó también en las crónicas de Ulrico Schmidl, un alemán que vino al Río de la Plata en 1535 para participar de la expedición comandada por don Pedro de Mendoza, y formó parte del viaje al Paraguay. Además, la obra se nutrió de las investigaciones del geólogo Carlos Ramonell (FICH UNL) y del periodista Nicolás Loyarte; y de los aportes del profesor de Historia Aldo Green. De todas esas fuentes y conversaciones, la obra toma elementos para su composición, por ejemplo, para la música, que empezó con sonidos rítmicos, de posibles rituales originarios, y continuó con la búsqueda de un fluir más electrónico, concluyendo en el trabajo original de Esteban Coutaz. La ficha técnica se completa con Julia Torres en la operación de sonido, Sofía Gerboni en la asesoría de vestuario y Aldana Mestre en el registro.
En Espejo de agua, Laura, Paula y Sofía prueban, con sus linternas y sus formas de decir, caminos para conectar el pasado y el presente de la laguna, en un mapeo experimental de la memoria santafesina de los quiloazas y su tiempo. De ese mapeo la obra hace nacer cartografías nuevas, personales y efímeras, que hacen que el público salga de la sala con más de una pregunta sobre el futuro de la ciudad y relación con la naturaleza, sobre nuestra educación y las historias que nos cuentan.