Charly es "El punto de encuentro entre la tristeza y la felicidad" y sus canciones son como el fondo sonoro de esas escenas en la película de la memoria.
Por Federico Di Pasquale*
En mi mente de niño, Charly era un poquito Lennon, un poquito Chaplin y alguien que, nacido para mirar lo que nadie quería ver, lo narraba con belleza y sencillez porque podía compaginar la inocencia con la piel (Cinema Verite, Serú Giran). Un personaje también, pero que, a la hora de componer, tapaba la boca del que sea y tiraba por la borda cualquier teoría prejuiciosa que intentara que el árbol tape el bosque. En la tele bombardeaban con que se había bajado los pantalones, pero, yo ponía el casete y la Negra cantaba “Nace una flor, todos los días sale el sol. De vez en cuando escuchas aquella voz, como de pan, gustosa de cantar, por los aleros de la mente, con las chicharras” (Inconsciente colectivo) y todo se aclaraba; era el que mejor expresaba el sentimiento popular y eso, es parte de la genialidad de sus canciones; por más simples o complejas, despojadas o barrocas que sean, se vuelven himnos de cualquiera, bandas sonoras de la vida. El tipo metía a Jung en un tema que iba a ser un ícono en la voz de la Negra Sosa. Eso, inteligencia, referencias, estado receptivo, vida, libros, discos, películas.
Sus formas de ser son impensables sin los contextos económicos, políticos y sociales. Su música y subjetividad parecen camaleones entrelazados que permiten hoy, abordar cómo era una época. Para quienes nacimos en la segunda mitad de la década del 70 y que vimos, en nuestra infancia, los últimos tanques de la dictadura merodear por las calles, la guerra de Malvinas cuando llevábamos golosinas a la escuela para que supuestamente las enviasen a los soldados y el retorno de la democracia o cómo esa fiebre popular se expresaba en la música (ooooh oh-oh-oh.oh), Charly García y sus canciones, son como el fondo sonoro de esas escenas en la película de la memoria. Sui Generis fue algo que descubrí después, como la Máquina de Hacer Pájaros, en retrospectiva, haciendo ese juego arqueológico con la música que me encanta hacer, yendo largas décadas hacia atrás.
En los ‘80s una efervescencia popular se apoderaba de los estadios; recuerdo haber ido con mis viejos y mi hermano que era muy chiquito a ver a Charly a la cancha de Unión (esto no implica simpatía por el equipo en cuestión). Formaba parte de un clima popular que se respiraba en acontecimientos colectivos, luego de tanta represión. Charly se encargaba de borrar los prejuicios y las distancias entre tango y rock; rock y folclore; Brasil, Inglaterra, Estados Unidos, Uruguay, siempre Argentina, sobre todo, Buenos Aires. Un espíritu de época antidepresivo imperaba en los corazones. Charly se plantaba con las Madres de Plaza de Mayo, porque siempre tuvo muy clara su posición política. La Negra lo cobijaba y, que ella pueda valorar la película Submarino Amarillo o canciones de The Beatles, se debe al vínculo con Charly. Esas cosas muestran una apertura de cabeza que aún hoy es avanzada frente al dogmatismo y cerrazón de ciertos fanáticos.
Charly formaba parte de una movida de la que él era el faro como compositor, pero, que era mucho más amplia que el rock, o lo que podemos entender como tal cosa en sentido limitante; era parte de una energía latinoamericana; de ponerle fin a una separación entre géneros que obedecía a sectores o mentalidades más conservadoras y a una dictadura que ya había caído en varios países de Latinoamérica: Charly aportaba maravillosas canciones en ese escena, como también Caetano Veloso, Chico Buarque, León Gieco, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y decenas, cientas y cientos más; eso estaba hilvanado por la madre de las madres, la voz de las voces, esa hermosa Negra Mercedes Sosa aunando todo; borrando las fronteras y las orillas entre los géneros, las edades, los prejuicios. Ese espíritu, además, se congraciaba con quienes desde otras latitudes compartían sintonía, entonces aparecían Sting o Peter Gabriel como siendo parte de una gran movida musical global.
Recuerdo un quiosquito por calle Urquiza; una ventana, vendían figuritas; sobre la pared de atrás había un cuadro de Lennon, uno de Clapton y otro de Charly. Es que Charly, más en esa época cercana a Serú Giran y donde lanzaba sus discos solistas, era nuestro Lennon, recientemente asesinado. Era nuestro compositor mayor. En cierto sentido ponía el cuerpo, no se guardaba nada. Charly pasando la música por el cuerpo y quemando la vida sin evitar acercarse demasiado al dolor ni a la belleza y, ese acercarse mucho, te incendia. Algo así como la versión tanguera y beatle de la saudade. El punto de encuentro entre la tristeza y la felicidad. Sensación melancoloide.
Vino el mundial del 86; Maradona era el Charly de la pelota; el que se animaba a llegar a lo más alto y mostrarnos las heridas; no es gratis ser Dios, ni jugar a ser él, mediante el deporte o la música reorganizando y creando un mundo. Y como el Diego, en los 90 y 2000, Charly dio testimonio del infierno y nos mostró qué había detrás de la puerta que no queríamos cruzar por nosotros mismos: desesperación, exceso, locura, sufrimiento, un cuerpo tóxico dependiente y mucha soledad.
Nos sirve también para pensar los estereotipos del rockero desde un lugar crítico y de salud mental; en una ciudad como Santa Fe, en donde hemos visto caer en los últimos años tantas personalidad ligadas al mundo del rock y levantado homenajes y pintado murales sin poner en cuestión, versiones del deber ser ligadas a los excesos y la autodestrucción, Charly Ave Fénix también nos sirve para dar testimonio de las secuelas de cumplir con esos roles y esos mandatos de manera acrítica; hacerlos parte de otras épocas, comprendernos como un eco de aquellos mensajes que como olas, nos llegan más suaves, pero nos siguen llegando, nos puede ayudar a recordar que antes que la sustancia, era la música. Lo primero era la música, lo importante era la música. Luego vino la sustancia y fue ganando protagonismo. Volvamos al sonido anterior a la sustancia. Recordemos ese amor de niño con la música. Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar (Mientras miro las nuevas olas). Ahí está Charly, en ese amor por la música en donde es imbatible, más allá de todo lo demás que ha construido (más la industria y los medios que él) en torno a su figura. Me lo imagino como si fuera un vecino, sin excentricidades, al que escucho una mañana cualquiera tocando un piano y cantando; quedaría maravillado, no dudaría ni un segundo, de que somos cientos en un estándar, pero que además, cada tanto, viene un Charly, un Diego, un vecino, dando un salto cualitativo.
Charly cumple 70 y es una enorme alegría; celebrarlo es menester por tanta obra y canción inmortal, por nutrir nuestro acervo. Por decir que no te olvides de él, cuando estés mal y solo, porque sabe que te puede estimular. Pero, también, quiero proponer aprovechar para pensar de qué otro modo o maneras, podría él haber llegado a este cumpleaños, si la sustancia no hubiese ganado tanto terreno sobre un vínculo de amor que proviene de la infancia y que es una relación directa entre el corazón, la mente y la música, nada más. Y no lo digo desde la moralina, sino desde el lugar de alguien que, como tantos, entendió por Charly y por tantos otros, que el amor por el sonido y las canciones, necesitaba sí o sí, el condimento de la autodestrucción y el consumo porque así, de cara, I can`t get no satisfaction. Busquemos al niño, en su inocencia, descubriendo las notas de un piano; un intervalo que llama la atención, una armonización que paraliza y eriza la piel; mientras un olor a biscochuelo y a leche con chocolate entran por debajo de la puerta: ahí estaba todo, los pilares para la obra cumbre: sonido e inocencia, música y niñez; un vínculo fundacional que debemos intentar recuperar y limpiar un poco de todo los aditamentos, parafernalia, circo, destrucción… En definitiva al principio, ese Carlitos pecoso en su casa que hace música, ya sabía un gran secreto que el mundo le iba a hacer olvidar o pasar a un segundo plano; hasta volver a recuperar el secreto ya con el cuerpo castigado y diciendo es demasiado tarde aunque no tanto, pero de qué otras maneras podría haber sido. Dicen que Carlitos confunde su nacimiento con cuando escuchó por primera vez a John, Paul, George y Ringo.
*Federico Di Pasquale es músico. Algunas de sus bandas: Rictus, Submarino Amarillo Beat Band y Fede Di Pasquale y la Afrostone.