Alberto Fernández tiene hoy la chance de recuperar el apoyo a su gestión; Cristina ya señaló las claves. La convocatoria al "acuerdo nacional" y la relación entre CFK y el presidente.
En las elecciones de medio término no se elige gobierno, se elige oposición. Cuando no están en juego los cargos ejecutivos, la ciudadanía observa otra cosa: principalmente, la relación política y el equilibrio de fuerzas entre el oficialismo y la oposición.
En 2005 una amplia mayoría decidió acompañar al gobierno nacional, en los albores del kirchnerismo. Ese año la voluntad mayoritaria castigó a la oposición y le dio un voto de confianza a un proyecto que recién despuntaba. Desde entonces, el kirchnerismo en el gobierno perdió las elecciones intermedias de 2009 y 2013. Más que voto castigo, en esos comicios hubo una suerte de “voto límite”.
El macrismo ganó las elecciones de medio término en 2017. Otra vez: no se trató tanto de un aval o de un cheque en blanco a la gestión nacional; más bien hubo un rechazo mayoritario a la posibilidad de que el peronismo gane poder en el Congreso, cuando recién promediaba el gobierno de Cambiemos.
Rara vez las elecciones intermedias arrojan resultados que se puedan extrapolar a las generales. Le pasó al kirchnerismo y también al macrismo. Y este turno electoral, pandemia y crisis de por medio, no es la excepción.
El reparto de bancas en el Congreso, a partir de diciembre, configura un escenario de equilibrio entre los dos principales espacios políticos nacionales. Juntos por el Cambio se impuso en los distritos más poblados, pero no tiene tanto para festejar. El Frente de Todos sigue siendo mayoría en las dos cámaras, aunque es cierto que ahora el gobierno está obligado a negociar con la oposición y con las terceras y cuartas fuerzas para avanzar en los proyectos que requieren respaldo legislativo.
Contra el discurso que intentaron imponer el macrismo y sus medios aliados, el domingo 14 no se plebiscitó el gobierno de Alberto Fernández. Apenas se renovó en forma parcial el Congreso y, al interior de cada espacio, también se comenzaron a perfilar los liderazgos de cara a 2023. El resto es una sobreinterpretación interesada de los resultados.
La reconfiguración de la oposición implica otra intensidad –en cuanto a la potencia que le otorgan a Juntos por el Cambio la cantidad de bancas logradas– y también una naturaleza más plural, donde si bien sigue habiendo predominio macrista, también hay un crecimiento relativo de la izquierda y la aparición de nuevos actores políticos, como los libertarios de Milei y Espert. Esos últimos dos fenómenos apenas tienen peso en Buenos Aires y difícilmente logren construir un proyecto de escala nacional.
Sin quórum propio en el Senado y con un empate virtual en la Cámara de Diputados –donde el Frente de Todos tendrá 118 bancas y Juntos por el Cambio 116–, a partir de diciembre el gobierno nacional dependerá más que nunca de los acuerdos que pueda tejer con los bloques minoritarios y con las fuerzas provinciales para avanzar en el Congreso.
Esa situación, que a primera vista parece un problema severo para el oficialismo, también representa una oportunidad. Cuando Cristina Kirchner perdió el control del Congreso en 2009, a manos del llamado “Grupo A”, supo desplegar un conjunto de políticas públicas desde el Ejecutivo que funcionaron como relanzamiento de su gestión y le dieron impulso para ganar con comodidad la reelección en 2011.
Si bien el contexto es distinto –ahora hay una oposición más potente y mejor organizada–, Alberto Fernández tiene la oportunidad de acertar de una vez por todas en la definición de políticas económicas que generen alivio en los sectores más postergados. Bajar la inflación y mejorar la calidad de vida de las mayorías sigue siendo la principal tarea del gobierno.
En su carta abierta posterior a las primarias de septiembre, la vicepresidenta Cristina Kirchner ya había dejado en claro su posición respecto a la primera etapa de la actual gestión: “Hay que alinear salarios y jubilaciones, obviamente, precios, sobre todo los de los alimentos y tarifas”. Según Cristina, el primer objetivo es que los dividendos del crecimiento económico de 2021 –efecto rebote después de cuatro años de recesión– no se lo queden “tres o cuatro vivos nada más”. Hasta ahora, nada de eso ocurrió.
Pocos días antes de las elecciones del 14 de noviembre, el Frente de Todos –en una jugada de manual ante la inminente derrota– anunció la convocatoria a un amplio “acuerdo nacional” con la oposición, los empresarios y los trabajadores. Más que un instrumento de gestión, es un gesto a los acreedores externos –FMI a la cabeza– que esperan señales claras sobre el rumbo del país. Para gobernar, Fernández no necesita a la oposición: la experiencia 2009-2011 es un antecedente concreto.
La convocatoria a ese hipotético “acuerdo nacional” pone la pelota en campo de Juntos por el Cambio. Finalizada la campaña, ya no corren las excusas, ni las chicanas, ni mucho menos el discurso anti Cristina; la vicepresidenta ya dio sobradas muestras de que el que gobierna, para bien o para mal, es Alberto. Y ese capítulo no terminó el 14 de noviembre: termina el 10 de diciembre de 2023.