Spoiler alert: esta es una historia pequeña y turbia, poco conocida, voluntariamente olvidada. La mayoría de los elementos que la componen también son pequeños pese a lo cual se intenta evitar el uso de diminutivos aun a costa de repetición o retorno.
En internet no quedan casi rastros, algunos comentarios perdidos y patéticamente jocosos. En un blog medio fantasma, alguien recuerda una foto del cumpleaños de su hermano, en la foto hay un colectivo enano, estacionado en la puerta de su casa, frente al colectivo, un enano disfrazado de inspector posa rígido junto al pequeño cumpleañero quien intenta imitar la postura del extraño personaje. ¿Dónde están todas las otras fotos que ya nadie quiso ver?
En el 82 el agua trajo a Tincho Carpincho a Canal 13, fascinación infantil absoluta, por primera vez algo fantástico estaba en la tele y también en la realidad. Al poco tiempo, Tincho paseaba su pelambre marrón por la costanera subido a un tractor, saludaba moviendo sus brazos que parecían cortos bajo esa cabeza enorme. Juntaba ropa y comida para los inundados y casi no podía avanzar por la marea humana que luchaba a codazo limpio para tocarlo o verlo de cerca. Daba un poco de miedo.
Pronto, el alegre mamífero, ídolo de grandes y chicxs fue presentando nuevos amigos en su programa: El Abuelo Lobato que andaba por las islas y contaba historias, el Mago Solber que empezaba a hacer su magia y el Detective Pirincho, el de la foto, que carecía de cualquier gracia aparente fuera de su corta estatura y el contraste de ésta con el estatus de su traje. No hablaba ni hacía nada, tenía una lupa grande. Quizás por eso alguien tuvo la idea.
El colectivo del Detective Pirincho era un colectivo muy pequeño, como de juguete, pero de verdad. Cuando lo veíamos doblar por alguna calle del centro, corríamos, desesperados, burbujeantes de adrenalina hasta que lo perdíamos de vista y nos lamentábamos esperando otra oportunidad. Era el mismo de la tele. A veces iba lleno de chicxs. El detective, siempre al volante, claro.
Una vez con mi primo lo vimos estacionado en Junín, frente a Luz y Fuerza, intentamos todas las formas posibles de entrar. Esperamos, alucinados, que de algún lugar apareciera Pirincho y nos invitara a pasear. Nos cansamos de esperar, supongo.
Pasaron algunos años, ya no existía el programa, todo el mundo había visto muchas veces el colectivo y cada vez menos gente sabía quién era ese enano que lo manejaba o ya no le importaba. Pese a esto, el detective se las ingenió para estirar el provecho de la fama todo lo posible. Entonces puso, en una esquina del norte, cerca de una escuela, unos videojuegos, con puertas pequeñas y todo pequeño. Los chicos que iban a jugar ahí no habían alcanzado a ver Tincho Carpincho, pero el colectivo todavía andaba y Pirincho, cada tanto, llevaba alguno a pasear y al final del paseo apagaba el pequeño motor en algún descampado. Terminó preso en Las Flores por violador de niños, en una celda que seguro no habrá sido la más pequeña porque en algún momento también era la celda de Monzón, o al menos eso se decía.