La vida personal del racismo

El filme cuenta con la dirección de Nella Larsen y se puede ver en Netflix.

“Claroscuro” es un film que aborda el reencuentro de dos amigas negras, en el Harlem de los años 20. Intimista y delicado, resulta un drama que plantea el ser negro y negra en una sociedad de blancos.

En un día caluroso Irene Redfield (Tessa Thompson) acude a un salón de té. Allí se siente extraña. Corren los años 20, la melodía es la de un piano un tanto melancólico y Nueva York despliega su elegante estilo. La luz natural del lugar y las vestimentas claras conforman una fotografía amena, en la que sobresalen algunos rasgos de lo que será el curso de “Claroscuro” (Passing, 2021), el filme independiente que se distingue en la amplia propuesta de Netflix (por tomar distancia de los moldes narrativos que caracterizan a la propia plataforma). Se trata de una obra filmada en blanco y negro, colmada de matices y sin mayores artilugios técnicos, que se centra tanto en Irene, como en Claire Kendry (Ruth Negga). ¿Quién es esta última? Una vieja amiga de Chicago que a Irene le resulta difícil reconocer en aquel salón. Sin muchos rodeos, ambas son negras, pero Claire “se hace pasar por blanca”. Cuando Irene advierte el cambio, la abruman tanto el asombro como el rechazo por tal decisión.

Este drama es la ópera prima de la actriz y directora británica Rebecca Hall, quien se ha dejado llevar por los encantos de la novela escrita por Nella Larsen en 1929: “Passing” se centra, justamente, en estas dos amigas, su reencuentro, sus modos de ser mujeres, la identidad que cada una asume, sus respectivos matrimonios y sus maternidades. De alguna forma, es un testimonio de una época particular para la comunidad afroamericana en Estado Unidos. En ese contexto, passing resulta –en la traducción aplicada al momento histórico– el “hacerse pasar por” con el fin de despojarse de discriminaciones, poder acceder a ciertos beneficios o sostener un rango social y económico sin dificultades. Dicho de otra manera, una cuestión de apariencias sociales y étnicas que tuvo su auge en aquellas primeras décadas del siglo XX.

Un tercer protagonista de la trama no es más ni menos que el denominado Renacimiento de Harlem (no mencionado taxativamente). Esto es un movimiento de ideas, artes y política que tuvo como epicentro ese barrio de negros de Manhattan. En tal clima, Irene es la esposa de un médico afroamericano alarmado por el racismo que no deja de expresarse en las calles de su país. Este matrimonio tiene dos hijos varones, los cuatro habitan una casa pequeñoburguesa y cumplen con las costumbres sociales de rigor (como tener una criada negra). Irene, también, se dedica a la caridad y la beneficencia dentro de su comunidad. Por otro lado, el esposo de Claire es un hombre de negocios, blanco y racista confeso, mientras la hija de ambos estudia en un internado suizo. ¿Y qué se pone tensión entre ambas?

Claire asume que vive una mentira, que no es libre ni segura y que extraña a los negros. Irene –en un baile colmado de esa música tan movediza y entusiasta de los ’20– habla con un afamado escritor sobre su amiga y le comenta reflexiva e irónica: “Para un negro es fácil pasar por blanco. Pero para un blanco no es tan fácil pasar por alguien de color. Todos nos hacemos pasar por algo”. Y en esa concepción se asienta el nudo argumental de “Claroscuro”, entre el negro y el blanco del rodaje que simboliza el cómo estas mujeres eligen sobrellevar sus vidas en un mundo para nada igualitario. Una pertenece a la comunidad de negros y la otra buscó pertenecer a la comunidad de blancos.

Con una cámara siempre a disposición de un trabajo estético bello, sensible y delicado (los planos en los que cae la nieve son preciosos), el relato se fortalece en la gama de grises. Porque son los grises anímicos de Irene los que constituyen un hilo conductor de la narración, en tanto la Claire primero irrumpe, luego altera, se entromete en todos los espacios de su vida y deviene en un ser querido que incomoda. Entre ese cúmulo de emociones puesto en juego se abre un juicio ético –un prejuicio– en constante estado latente. De forma inevitable, los mundos de estas dos mujeres se ponen en crisis.

Al hilo de las experiencias que atraviesan los personajes centrales (y lo que implica el final), el racismo es la columna vertebral de la historia tanto desde la segregación que los blancos ejercen contra los negros, como el propio ámbito de negros que ellos necesitan construir para que un lugar de pertenencia tenga sentido. De una u otra forma, los negros no pueden ser como los blancos (ya que la sociedad, la historia, la cultura, la política y la descalificación no lo permiten). Y las mujeres negras, muchos menos. Por lo tanto, el passing de Irene puede ser cuestionado, aunque no tan condenado porque, al fin y al cabo, Irene –en este caso– también se muestra contenida, cautelosa de decir algo inapropiado. “Claroscuro” deviene en una obra singular, un drama potente y una película con marca propia (en efecto, varias escenas parecen extensas, con marcas de cine clásico y no lo son). Por la temática expuesta, el posicionamiento argumental, las actuaciones y la dirección, esta realización ya camina la senda de los galardones a fuerza del poderoso diálogo que establece con quien se ubica frente a la pantalla.

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