“La niña comunista y el niño guerrillero” es un libro recupera diez testimonios de hijas e hijos de militantes desaparecidos por el terrorismo de Estado. Un texto necesario para seguir haciendo memoria.
¿Cómo contar el terror con ojos de niño, de niña? El tiempo se fija suspendido en la memoria. Un último gesto se vuelve denso, frágil, imborrable. Algunas horas, algunos días, se pierden: “lo sé porque me lo contaron, pero no lo recuerdo”. Algo desmembrado para siempre: un padre o una madre desaparecidos, la irrupción de la patota en la noche o a plena luz del día, lo que se estaba haciendo en el momento exacto en que todo cambió para siempre. “Estábamos comiendo fideos con tuco y mirando El planeta de los simios en la tele. Y después nos fuimos a dormir”. “Era el 3 de diciembre de 1976. Yo no quería acostarme a dormir la siesta, así que estaba jugando en la vereda con una nena de enfrente”. “El último beso de mi padre a mi hermana ella lo recuerda siempre, en ese momento se lo dio y se lo llevaron”.
Esas frases pertenecen a algunos de los relatos que la artista plástica María Giuffra recoge en La niña comunista y el niño guerrillero. Una historieta subversiva. María es hija de Rómulo Giuffra, desaparecido el 22 de febrero de 1977. María tenía entonces cinco meses. Durante su infancia en el exilio en Brasil, descubrió las historietas y el dibujo como una forma de expresión. Eso es justamente lo que puede leerse en cada página de su libro, el trazo firme de diez historias de hijas e hijos de personas desaparecidas o asesinadas por el terrorismo de Estado.
La obra fue presentada en Santa Fe el 29 de octubre, en una actividad co-organizada por HIJOS, la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y el Sindicato Argentino de Docentes Particulares (Sadop).
Entre 2001 y 2005, Giuffra pintó la serie Los niños del proceso, también trabajada a partir de charlas con las hijas y los hijos de militantes desaparecidos en la dictadura. “Siempre tuve la idea de hacer una historieta”, cuenta a Pausa. “Es un lenguaje que está bueno para transmitir cualquier historia”, agrega. En 2018 se presentó a la Beca del Fondo Nacional de las Artes, a partir de entonces comenzó el trabajo que dio forma al libro. Para recoger las historias, María visitó a sus compañeros. “Iba a verlos a la casa, les tomaba testimonio con una computadora. Me iban hablando y yo iba escribiendo. Les decía ‘contame tu infancia’ y se largaban a hablar. Cuando ellos decidían terminar, revisaban y quedaba ese texto. Después no se corrigió nada, por eso es un testimonio en bruto”, relata.
No son relatos cronológicos sino imágenes viscerales que se superponen. Cosas pequeñitas e inmensas a la vez, destellos de ternura que cuentan una vida en una casa, en una familia; que relatan infancias atravesadas por el compromiso militante y también por la persecución política. Madres amorosas que cuidaban mientras abrazaban la causa revolucionaria, padres que explicaban con paciencia las claves de la clandestinidad, mudarse de un lugar a otro, el cuadro de un perrito en la pared, recuerdos que emergen como fotos en una batea.
Y después: el estampido de los gritos, los llantos, las balas. La patota rompiendo todo. La muerte avanzando con botas y trajes verdes.
Y más tarde: el silencio y el miedo. El no poder decir qué pasó con tu papá, el rumor del “algo habrán hecho”, la mirada incisiva en la escuela. O tener que dejar la escuela.
Y pasado el tiempo: encontrarse con otros y otras, con historias hermanas. Formar HIJOS. Abrazarse para siempre a las Madres.
“En estos testimonios cada compañera y compañero se abrió totalmente en sus sentimientos y en sus recuerdos”, dice Giuffra. Cuando se le pregunta por el hilo común de las historias que componen el libro, afirma que todas las personas dijeron “no haber tenido infancia”. El título de la obra, se explica en la presentación, responde a aquel estigma que pesaba, en los años del “no te metás”, sobre las hijas e hijos de aquellos militantes perseguidos, asesinados, desaparecidos.
María reflexiona: “Tenemos derecho a que se sepa nuestra verdad y se escuche nuestra voz. Nuestras historias están muy entrelazadas con la historia del país. Si exigimos a la sociedad un compromiso con los derechos humanos, tenemos que darle a esa sociedad información sobre lo que pasó: nuestra verdad”.
—¿Por qué es importante hablar de las infancias en la dictadura?
—Para que no suceda Nunca Más hay que saber qué es lo que no tiene que suceder nunca más. Hacer memoria, más que un regocijo con el pasado, tiene que ver con el futuro. Es construir un relato nuestro y propio.
Valeria Silvia, hija de Luis y Nilda Silva, contó su historia de niña en el libro. Durante la presentación valoró la importancia de “visibilizar las infancias” en el contexto del terrorismo de Estado, “con un Poder Judicial que nos invisibilizó en esos procedimientos espantosos que llevaron contra nuestros padres y madres”. Y agregó: “No era casualidad que nosotras y nosotros estuviéramos en esos operativos: la patota elegía ese momento y ese horario, cuando nuestros padres y madres estaban con nosotros, en un momento en familia y amoroso para invalidar la posibilidad de huir”.
Gabriela Gillie es hija de Deryck Gillie, secuestrado el 30 de septiembre de 1977. Gabriela tenía cuatro años en ese momento y dio testimonio en el libro. “Cuando María me pregunta sobre mi infancia aparecieron sentimientos que en otros lugares no expresé. Nunca había hablado de esa parte de mi niñez con nadie. Creo que ahora hay un lugar para eso, porque ya pasamos muchos procesos y ahora somos adultos”, relata a Pausa.