7 prisioneros: otro retrato sobre la miseria humana

Dotada de realismo, la película se suma a los registros de la industria cinematográfica sobre la pobreza y sus avatares en Latinoamérica.

7 prisioneros es un drama social que aborda la esclavitud actual y la opresión que padecen un grupo de jóvenes que llegan a una gran ciudad de Brasil para torcer su suerte. Dirigido por Alexandre Moratto, el filme está protagonizado por Christian Malheiros y Rodrigo Santoro.

El trabajo esclavo, la inmigración sin documentos, el abuso de poder, la violencia en sus diferentes manifestaciones, una ciudad corrompida y la supervivencia en condiciones hostiles son ejes argumentales que suelen reiterarse en las tramas de la industria audiovisual cuyos escenarios son los países de Latinoamérica, siendo la pobreza el gran sustrato temático. El narcotráfico en Colombia o México, las mujeres latinas que llegan –engañadas– a un destino que las condena a vejaciones y prostitución, las marginales villas argentinas (casi siempre del Gran Buenos Aires), o la trata de personas en Brasil son algunos ejemplos de una representación poco feliz, que por veraz no deja de conllevar algunos cuestionamientos. El caso más reciente es el filme 7 prisioneros (Brasil, 2021. Noruz Films, O2 Filmes. Distribuidora: Netflix), dirigido por Alexandre Moratto, con las actuaciones protagónicas de Christian Malheiros y Rodrigo Santoro.

Bajo el registro del drama social y el thriller, esta producción parte de un pequeño poblado rodeado de vegetación llamado Catanduva, donde Mattheus (Malheiros, sobresaliente) vive con su madre y sus hermanas y aguarda el momento del viaje que lo llevará a Sâo Paulo. La búsqueda del trabajo, la prosperidad y el deseo de estudiar son las ilusiones que impulsan a este joven de 18 años. Llegado el día, y ya sobre la camioneta que lo traslada junto a otros tres muchachos (uno de ellos no conoce su edad ni sabe leer), las inmensas torres y el infinito cableado de la gran ciudad dejan atrás –quizás para siempre– la frondosa flora y los montes del campo. Los cuatro bajan en un desarmadero de autos, donde se les explica en qué consisten las obligaciones, qué se puede y qué no se debe hacer. Con el transcurrir de los días, no hay paga y el contrato laboral prometido ni se asoma. Así sobreviene la resistencia que planta el cuarteto ante el mandamás Don Luca (Santoro, ganado por las canas de su barba y con una interpretación indiscutible): la respuesta es el castigo. Y la esclavitud ya no guarda disimulos. Aquel sueño de un futuro mejor se desploma cuando un ámbito cruel e inhóspito se adueña de las vidas de los muchachos que, ahora, no trabajan para vivir sino para cumplir con la deuda que supone la comida, el alojamiento y el presunto pago que recibieron sus familias. A esto se suma la amenaza de “conocemos quién es y dónde vive tu madre”.

La película se centra en las decisiones morales de Mattheus y su vínculo con el mandamás Don Luca.

La visión sobre el lado oscuro de la sociedad que expone el realizador Moratto (coguionista también) se fortalece en la combinación precisa de la tensión que ofrece la música, la fotografía y la iluminación que hacen del realismo un artífice privilegiado al momento de retratar la miseria material y humana (no en vano la cinta se presentó en los festivales de Venecia y de Toronto; a tales fines es efectiva). Se debe añadir, además, un suspenso relativo si se tiene en cuenta que durante la primera media hora de metraje la libertad de los esclavizados no se vislumbra ni en el cielo de la noche. De modo que el giro de la trama se inscribe en la decisión de Mattheus de entablar una negociación con Don Luca. Ese diálogo derivará, con el paso de los días, en un dilema moral cuando el joven –convertido en capataz– se vea tan interpelado por sus compañeros y por la necesidad de su propia supervivencia. En esa instancia, la dialéctica del bueno versus el malo se queda corta de cara al engranaje corrupto que propicia el funcionamiento de una ciudad entera y alcanza una campaña electoral. Vale decir, Mattheus y Don Luca son tan solo dos piezas de una tremenda maquinaria.

En términos argumentales, 7 prisioneros puede asociarse a algunas obras de Pablo Trapero (como Leonera, Carancho o Elefante blanco), Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, habida cuenta de la composición cinematográfica sobre las opresiones de quienes padecen la brutal desigualdad social y, sobre todo, el aprovechamiento de los entramados mafiosos en tales estructuras económicas, institucionales y políticas. En ese orden, el filme de Moratto (autor de la laureada Sócrates, 2018) cumple el cometido de la denuncia, o al menos, de la expresión artística sobre la dura realidad. Lo hace, por cierto, a partir de una narración clásica (el abandono del lugar de origen para salir de pobre) y con un relato atractivo y bien hecho. La semiosis de la prisión a la que alude el título de la realización se desplaza hacia otra prisión: la que conlleva una decisión moral de no fácil juzgamiento. Quizás, lo novedoso –y no menos necesario– para la ficción industrial se inscriba en otras narrativas referidas a los pueblos latinoamericanos. Sus luchas, sus hermandades, sus retos, sus poesías y sus proezas lo ameritan y justifican.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí