La santafesina Ailén Heredia presenta “Lavanda”, su primer disco, con el piano como protagonista y con notas de folclore.
Nacida y criada en Santa Fe, Ailén Heredia toca el piano casi que de toda la vida. En su casa, papá era el que activaba más las cuestiones musicales. Con Los Beatles o cantando temas de Serrat acompañado con la guitarra fue educando el oído de su hija, que desde muy temprano ya tenía curiosidad por manipular los instrumentos que había: “Teníamos un tecladito en el living con el que jugábamos con una amiga mía que iba a piano y venía a casa y me mostraba las cosas que aprendía en clases. Habré tenido ocho años y enseguida empecé a estudiar”.
Así fue, entonces, que la pequeña Ailén empezó su estudio del instrumento, del que tenía claro lo que quería conseguir. “Yo quería tocar el piano grande, que era el acústico, de cola y por más que me mostraban música popular que hoy me parece hermosa yo quería tocar clásica”, le cuenta a Pausa. Hoy, Ailén está presentando su primer álbum, Lavanda, en el que firma siete de las diez canciones, todas en distintos registros folclóricos pero ejecutados con la singularidad de su toque: “Son temas míos que no pertenecen a ningún género, porque, a pesar de la clara búsqueda folclórica, yo te podría decir de dónde surgió cada canción y hablaríamos de músicas que a simple vista no son tan parecidas, como la música brasileña o la música clásica misma. Es un disco de autor digo yo. En cada una de las canciones hay alguna pequeña historia o alguna lectura soslayada. También estados de ánimo que fui transitando, como ‘Chacarera del infierno’ que la compuse en un momento muy difícil que estaba pasando, que fue durante la pandemia, o ‘El rancho de Doña Maru’ que fue durante un viaje a Catamarca”.
Revela la pianista que la música argentina siempre le llamó la atención, que le provocaba una sensación de misterio, un magnetismo que la atrapó no con nombres clásicos sino con artistas más modernos como el Negro Aguirre o Aca Seca Trío. Cuenta que su forma más habitual de conocer viejas zambas es a partir de versiones más contemporáneas: “Si es alguna canción vieja lo más probable es que no la conozca, hice el camino inverso en ese sentido”, comenta.
Sus dos grandes maestros son personalidades más que reconocidas. Por un lado, la pianista Hilda Herrera: “La conocí en un encuentro de músicos en Rosario y cuando la escuché tocar decidí que me quería dedicar a lo mismo. Después me mudé a Buenos Aires para estudiar con ella”. Por otra parte, también aprendió mucho de Juan Falú, que dijo sobre Lavanda: “Podría hablar de sus composiciones, de su originalidad armónica, de sus arreglos solistas o en ensambles, de la particularmente lograda zamba El rancho. Podría referirme a su ductilidad para recorrer el mapa musical argentino. Pasar del chamamé a una chacarera, con una parada en la zamba. O del juguetón gato cuyano a la sagrada vidala, y decir que en todos esos abordajes hay una familiaridad estilística notable. Pero eso está a la vista. Lo más profundo y sutil está seguramente en su vida y en cómo la abrió a los sonidos para erigirse en una música notable que sabe traducir las pertenencias de sí misma, de su gente y de su tierra”.
—Es difícil que un disco sea tan diverso pero parejo y coherente en su conjunto, ¿cómo se logra eso?
—Ahora tengo en mente mucho esa cuestión de cómo es el proceso de composición dentro de los límites de un estilo. Voy a encarar un proceso de investigación de esto porque siento que la tradición -con todo lo que ese concepto da para pensar- y la creatividad terminan haciendo una combinación mágica a la que todavía no le encuentro del todo una explicación. Cómo hacer que una zamba suene a zamba, que una chacarera suene a chacarera… no tengo una respuesta final, te repito: para mí es mágico. Por supuesto que hay que sacar los temas y tocarlos mucho, pero no alcanza con eso. Hay algo más.
—¿Cómo soñás la noche de la presentación?
—Me gustaría que sea una experiencia espiritual. Me gustaría que haya un hermoso piano, ya que es tan protagonista del disco estaría bueno contar con piano acústico, si se puede. Pero bueno, el instrumento es el 50 por ciento de la música, si está bien cuidado, afinado y demás te da muchas posibilidades expresivas. Cuando el piano anda mal demanda un esfuerzo extra. También quiero incorporar de alguna manera a la lavanda, que a mí me convenció por la sonoridad de la palabra pero terminó siendo mucho más y estaría bueno poder sumarla para provocar algo más sensorialmente.
—¿Tenés en mente el mapeo de los pianos que hay en cada sala?
—Sí, claro, el del Paraninfo, el de ATE Casa España; en el Teatro Municipal hay un Bosendorfer muy lindo, el Museo Rosa Galisteo tiene un piano hermoso también. El mejor de todos es el del Centro Cultural Provincial, es un Steinway nuevito, divino, a ese le apuntamos para la presentación.
—¿Por qué elegís hacer música?
—Me hace feliz. Durante el tiempo en que yo abandoné un poco todo me di cuenta de que iba a ser infeliz toda la vida si no tomaba las riendas de mi deseo. En el momento en que decidí hacer esto, abandoné otras cosas y nunca me arrepentí. Es la felicidad día a día para mí y, sobre todo, cuando logro entrar en el estado de composición, esa situación me hace sentir en plenitud total. El flujo en el que pierdo la noción del tiempo y del mundo exterior y me meto adentro del piano: me encanta eso. Hacía mucho que venía escuchando sobre ese estado y hace muy poco que lo empecé a experimentar. En el escenario no me pasa.