Foto: Gabriela Carvalho

Mujeres y disidencias reclaman reconocimiento por el trabajo que realizan en los barrios de todo el país.

Bajo la mirada atenta de una Ramona Medina inmortalizada en las paredes del Centro Cultural y Comunitario Marielle Franco, las mujeres y disidencias de las asambleas de la región centro de La Poderosa se encontraron, por primera vez de forma presencial tras la pandemia, para reflexionar sobre las problemáticas estructurales que las atraviesan en tanto mujeres empobrecidas.

Desde Santo Tomé, Paraná, Rosario y Córdoba llegaron a Santa Fe casi un centenar de mujeres, lesbianas y travas que día a día sostienen a puro pulmón y lomo los diversos espacios que la organización despliega en los territorios. Comedores, merenderos, cooperativas de trabajo, postas de salud, casas para mujeres y diversidades son gestionados mayormente por las feminidades que integran La Poderosa y ese fue, entre muchos otros, un tema recurrente en las charlas y debates de la tarde del sábado 16 de octubre en barrio Chalet.

“Nosotras nos preguntamos si el Estado se pregunta quién cocinó todas esas raciones de comida y quién sostuvo las ollas en los barrios populares durante toda la pandemia”, dice Georgina Mansilla, de la asamblea de barrio Los Pumitas, Rosario. La militante se refiere a los 10 millones de argentinos y argentinas (dato del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación) que comen en los espacios comunitarios de todo el país, y a los 45 mil platos por día que cocinan ellas desde La Poderosa.

En un país con más del 40% de su población por debajo de la línea de pobreza, porcentaje que llega al 50,5% en el Gran Santa Fe, y tras un año y medio de restricciones y actividades recortadas por la pandemia, fueron miles de organizaciones sociales de todo el país las que sostuvieron a fuerza de ollas populares, nodos de conectividad para niñes, refugio para mujeres víctimas de violencia y postas de salud, a esos millones de argentinos y argentinas para que no caigan en el abandono total.

El reconocimiento por parte del Estado de ese trabajo esencial es lo que reclaman las mujeres y disidencias de La Poderosa. “Nos estamos haciendo cargo y nos vamos a seguir haciendo cargo mientras el Estado mira para otro lado”, dice claramente Beatriz Silvera, de la asamblea de barrio Yapeyú, Córdoba. “Nosotras somos trabajadoras, no hacemos las cosas ‘de onda’, yo de onda puedo limpiar y cocinar en mi casa, lo demás es un trabajo comunitario y el gobierno se tiene que hacer responsable. El Estado tiene que reconocer que nosotras estamos haciendo un trabajo que deberían hacer ellos”.

Foto: Priscila Pereyra

La consigna “no es amor, es trabajo no pago”, aplica también a las tareas que cada día realizan cientos de miles de vecinas y vecinos en cada barrio del país. “Este es un trabajo al cual le dedicamos muchas horas diarias, quienes estamos en los espacios alimentarios dedicamos entre cinco y siete horas dependiendo del menú; son horas que por más corazón que le pongás no dejan de ser trabajo”, señala Gisela Zapata, de Paraná. “Ahí dejamos prácticamente todas las horas que tenemos en el día, compartimos muy poco con nuestras familias para poder ayudar a otros. Pero si no lo hacemos nosotras ¿quién lo va a hacer? Si no estamos nosotras en los espacios alimentarios, acompañando a los chicos con consumos problemáticos, en las postas de salud ayudando a que todos vayan a vacunarse, higienizando los tupers para cuidar a las cocineras que dan la comida, acompañando mujeres a hacer denuncias o refugiándolas de los violentos, no hay nadie, no hay otra cosa, solo nosotras y nuestros espacios”.

Políticas públicas efectivas

María Claudia Albornoz, santafesina y referente nacional de La Poderosa, comenta cuáles son las políticas que le solicitaron al Estado nacional para afrontar estas problemáticas: “Tuvimos una reunión conjunta con Elizabeth Gómez Alcorta, ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, y con Daniel Arroyo, que en ese momento era ministro de Desarrollo Social, para plantearles el reconocimiento salarial para las trabajadoras comunitarias. Ahí Arroyo nos dijo que lo ayudemos a instalar el tema”.

Según comenta Albornoz, el entonces ministro se comprometió a implementar un cobro doble del Potenciar Trabajo -equivalente a un Salario, Mínimo, Vital y Móvil- para las trabajadoras. “Meses después vino una actualización de datos del Potenciar, que ya les habíamos advertido que no la hagan porque no había forma de entrar a la página y era muy complicado con muchas compañeras que no están alfabetizadas, y pasó eso: muchas se cayeron o les sacaron el ‘bono esencial’ de cinco mil pesos que habían otorgado a raíz de la muerte de Ramona Medina y que se termina ahora en diciembre”, cuenta.

A fuerza de trabajo y visibilización de las problemáticas, el proyecto de salario para las trabajadoras comunitarias tuvo su eco en la Directora Nacional de Economía, Igualdad y Género de la Nación, Mercedes D’Alessandro, quien en una reunión con Albornoz y otras integrantes del Consejo Asesor del Ministerio de las Mujeres, les informó que se estaba evaluando la propuesta junto a otros ministerios para ver cómo implementarla y que podría comenzar a llegar, en principio, a unas 300 mil trabajadoras.

“La ecuación no es complicada, yo creo que la decisión política es la que falta”, afirma Albornoz. “Si ven los números de la pobreza deberían empezar a direccionar políticas públicas hacia ese sector, estamos hablando de la mitad del Gran Santa Fe empobrecido, es una cifra muy dolorosa. Lo que es claro es que después del anuncio del Indec no pasó nada, no hubo un anuncio que refuerce la idea de que los gobiernos quieren que esa población salga de la pobreza. Si nosotras, que somos un puñado de compañeras a lo largo y a lo ancho de todo el país, estamos pensando políticas feministas, ejecutándolas, salvando la vida de nuestras familias con esas políticas, ¿cómo puede ser que los gobiernos no lo puedan hacer? Eso es doloroso porque ahí es donde entendemos que no valemos nada para aquellos que gobiernan, pero que después si vienen a pedir los votos en momentos de elecciones”, considera.

La salud de las que cuidan

Desde el 3 de mayo del 2020 Ramona Medina, una referenta de La Poderosa de la Villa 31, venía advirtiendo sobre el abandono del barrio: semanas sin agua, demoras en los testeos, falta de rastreo y aislamiento de los potenciales contagiados. Su demanda no tuvo eco. Ramona enfermó de coronavirus y murió 12 días después, el 17 de mayo.

Ramona no fue la única. “En Yapeyú también se nos murió por covid Patricia, de 42 años, garantizando una olla”, cuenta Silvera. En Santa Fe, dos de las mujeres que son parte clave de la asamblea de Chalet, hoy están con graves problemas de salud que las alejan del trabajo esencial que realizan en el barrio.

Foto: Priscila Pereyra

Según un reciente estudio internacional publicado en la revista The Lancet, se estima que los casos de depresión y trastorno de ansiedad en el mundo han aumentado un 28% y un 26%, respectivamente, durante la pandemia, y que los grupos de población más afectados han sido las mujeres y les jóvenes. “La Organización Mundial de la Salud recomienda 23 psicólogos cada 10 mil habitantes… bueno, nos están faltando un montón de profesionales”, dice Albornoz. Y para muestra, Silvera cuenta que en su barrio de la capital cordobesa hay un psicólogo para 12 mil habitantes. “Cuando hablamos de salud, también hablamos de eso, y de que el Estado no da respuesta en nada”, afirma.

Desde Rosario, Mansilla cuenta que con la pandemia también comenzaron a pensar mucho “en quién nos acompaña a las que acompañamos” y así nació la necesidad de tener un dispositivo de salud mental en la asamblea. “Gracias a una articulación con una cátedra de psicología de la Universidad de Rosario hoy tenemos 23 psicólogas que están acompañando a 23 vecinas. En el barrio hay dos centros de salud, uno tiene una sola psicóloga para mil historias clínicas y otro tiene dos para 10 mil, los turnos son de acá a un mes, las consultas son de 15 minutos, muchas veces las vecinas se niegan a volver a ir, no le encuentran el sentido”, afirma.

“Es muy lamentable, porque parece que por debajo de la línea de la pobreza no hay psiquismo, solo hay salud física”, agrega Albornoz. “Nuestro cuerpo es nuestra herramienta de trabajo, entonces es el que más o menos tiene que sostenerte, y digo más o menos porque es bastante complicado, hay niveles de hipertensión y diabetes que son muy evidentes, sobre todo en las mujeres. Entonces parece que nuestro psiquismo queda de lado. En la inundación de 2003 los centros de salud no tenían psicólogos, no había en los barrios populares acceso a la salud mental; empezamos a exigir y, con mucha lucha, llegaron; ahí se empezó a revertir esa idea de que a la psicóloga ibas porque estabas loco, ahora se revirtió eso, pero no tenemos acceso porque realmente hay muy pocos profesionales trabajando en los centros de salud”.

El planteo respecto de quién cuida a las que cuidan se repite una y otra vez en el encuentro de las mujeres poderosas. Saben el trabajo que hacen, lo que implica y lo que representa. Silvera, con 60 años sobre sus espaldas, dice con claridad y dureza: “Si nosotras no estuviéramos sosteniendo todo esto, el país se prendería fuego”.

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