El resultado de las elecciones deja un escenario sin garantías para el oficialismo y para la oposición. Los votos, más que proyecciones, ofrecen una foto: la gente necesita respuestas concretas.
Por Joel Sidler (*)
El pasado reciente muestra que las elecciones de medio término no permiten predecir el destino de un gobierno. Por ejemplo, en las elecciones legislativas de 2013 el oficialismo (Frente para la Victoria) se consagró como principal fuerza a nivel nacional, para luego abandonar el poder en 2015. Tampoco el triunfo de Cambiemos en 2017 logró evitar el derrotero que se inició en abril de 2018 con el regreso al FMI y que catapultó al oficialismo fuera de Casa Rosada en primera vuelta, dejando una Argentina con niveles de inflación, pobreza y deuda al alza. En consecuencia, la victoria del domingo no pone a la oposición de vuelta en el Ejecutivo en 2023. Es más, la remontada del oficialismo entre las Paso y las generales le permitió festejar aún en la derrota.
Más que determinar el futuro, los resultados del domingo muestran una foto del presente. Para la categoría de Diputados Nacionales, y con el 98,7% de las mesas escrutadas, la alianza Juntos por el Cambio se consagró como la fuerza más votada a nivel nacional, alcanzando 9.864.858 votos (42.44%). Por su parte, el Frente de Todos quedó en segundo lugar con 7.863.112 votos (33.9%). El tercer lugar se lo queda el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), con 1.408.025 votos (6.1%) y cuarto la alianza Avanza Libertad con 1.057.114 votos (4.6%). El resto de los 2.785.424 votos emitidos están repartidos entre distintas fuerzas provinciales (12,1%). Para la categoría de Senadores Nacionales, se votó en las provincias de Catamarca, Córdoba, Chubut, Corrientes, Santa Fe, Mendoza, La Pampa y Tucumán. De las 24 bancas que se renovaban, Juntos por el Cambio se quedó con 15, otras 9 le correspondieron al Frente de Todos y la restante a Hacemos por Córdoba, el espacio de Schiaretti.
Con estos resultados, el oficialismo pierde dos bancas en Diputados con respecto a la conformación actual, mientras que Juntos por el Cambio suma un escaño. Ambas fuerzas se reparten más del 76% del total de votos emitidos, reviviendo el panorama de polarización vigente desde 2015. Sin embargo, también se registra un crecimiento a cada uno de los extremos del espectro político, con el posicionamiento del Frente de Izquierda como tercera fuerza y la creciente presencia “liberal-libertaria” como cuarta a nivel nacional. Con estos números, aún a la espera del escrutinio definitivo, el Congreso quedaría conformado de la siguiente manera: en la Cámara de Diputados el oficialismo mantiene la primera minoría, con 118 escaños, Juntos por el Cambio queda segundo con 116, los liberal-libertarios con cinco y el FIT con cuatro. Completan el total de las 257 bancas las 14 que estarán ocupadas por el peronismo federal y distintas fuerzas provinciales. Con esta virtual paridad, el oficialismo tendrá que buscar alianzas para poner en funcionamiento la Cámara baja.
El Senado presenta la derrota más importante. De los ocho distritos que elegían representantes, el Frente de Todos ganó sólo en Tucumán y Catamarca, quedó en minoría en La Pampa, Santa Fe, Corrientes y Chubut, y ni siquiera alcanzó el segundo lugar en Córdoba. De esta manera, el oficialismo perdió seis bancas respecto de la conformación actual, mientras que Juntos por el Cambio ganó seis. La Cámara que preside Cristina Fernández quedará conformada desde el 10 de diciembre por un bloque del Frente de Todos con 35 bancas, 31 para Juntos por el Cambio y seis repartidas entre fuerzas provinciales. Estas últimas serán la clave para el tratamiento y aprobación de proyectos de ley.
Sin embargo, tampoco la oposición obtuvo los resultados que esperaba luego del impulso que significaron las Paso. El objetivo de alcanzar las 120 bancas e ir por la presidencia de la Cámara de Diputados quedó trunco frente al estancamiento en la provincia de Buenos Aires y peor aún el retroceso de casi 2 puntos respecto de las Paso en CABA, su principal bastión. A ello se le suma la remontada oficialista en Tierra del Fuego y Chaco, dando vuelta el resultado. Si el domingo por la mañana el expresidente Mauricio Macri declaró su predisposición a “garantizar la transición”, en cuestión de horas y con los votos contados el panorama era otro.
Además, estas elecciones se realizaron en un contexto atravesado por la pandemia y su fuerte impacto sobre la salud y la economía a nivel global. Si bien un estudio preliminar del politólogo Facundo Cruz muestra que no hay correlación entre resultados electorales y pandemia (los oficialismos han ganado y perdido en estos dos años), es un factor ineludible para comprender la delicada posición que enfrentan los gobiernos. Con eso en mente, la recuperación del oficialismo entre las Paso y las generales y el estancamiento de Juntos por el Cambio alejaron las narrativas apocalípticas para el Frente de Todos en lo inmediato. Incluso el gobierno pudo hacer énfasis en su exigua recuperación electoral precisamente por el exceso de algarabía que ostentó la oposición luego de los resultados de septiembre, acostumbrada a ver en cualquier derrota del peronismo el ansiado fin de una era.
De todas maneras, los resultados son sintomáticos de algo más profundo. No son pocas las voces que sostienen que después de la pandemia en todos los países es cada vez más difícil encontrar un lenguaje común, en sociedades marcadas por la ausencia de liderazgos con la capacidad de guiar la recuperación. En una Argentina donde la pandemia profundizó la crisis económica ya existente, el panorama es aún menos alentador. En esta sintonía, en las semanas posteriores a las Paso se difundió una encuesta realizada por la consultora Escenario, dirigida por Pablo Touzón y Federico Zapata, según la cual ocho de cada diez argentinos consideraban que esta crisis “no tiene salida en el mediano plazo”. Este sentimiento se puede cruzar con la caída de la participación electoral de este año, si se lo compara con las legislativas de 2013 y 2017. Las Paso de septiembre, por ejemplo, tuvieron la participación más baja desde que se implementó el sistema en 2011 y para las generales, aún con el aumento observado, el total queda por debajo de las legislativas pasadas.
Los resultados del domingo confirman una cosa: la certeza no es una característica del presente, mucho menos del futuro próximo. Las principales coaliciones electorales gobiernan y pierden, no logran consolidar rumbos de transformación ni acrecentar de manera sostenida los apoyos políticos de una sociedad cada vez más empobrecida y desesperanzada. En 2019, la crisis económica desmoronó un proyecto político que poco más de un año antes se encaminaba directo a la reelección. En 2021, la unidad del peronismo no fue suficiente para alcanzar la victoria. Las imposibilidades de ambos espacios los obliga a mirar hacia adentro y hacia afuera a la vez.
Planificar la recuperación excede a los tiempos de un gobierno y Alberto Fernández parece haber tomado nota de esto en su discurso del domingo por la noche. El llamado a “priorizar los acuerdos nacionales” y al diálogo con una “oposición patriótica” responden a este diagnóstico, compartido por la vicepresidenta en varias de sus apariciones epistolares y por Sergio Massa en los últimos meses. Del otro lado, el debate entre la aceptación o el rechazo del llamado sigue a viva voz en una oposición que comienza a observar cómo se drenan algunos de sus apoyos hacia sectores más radicalizados.
A veinte años de la crisis de 2001, la actualidad renueva un desafío mayúsculo para la política: la sensación de hastío e indiferencia ataca la centralidad del rol del Estado para el desarrollo y, aún más preocupante, al sistema democrático. La ausencia de respuestas a problemas estructurales del país es una amenaza constante sobre las narrativas que se han construido desde la importancia de un Estado presente para reducir la pobreza y las desigualdades, así como también sobre lo innegociable del régimen político democrático. El surgimiento, aún marginal, de discursos antidemocráticos es resultado de las falencias de la política. La situación local es delicada y el contexto internacional, aún con buenos precios para nuestros commodities, no asegura la recuperación. En tiempos de incertidumbre es bueno recordar que la correlación de fuerzas se construye con voluntad y movilización política, le quedan dos años a este gobierno para motorizar fuerzas propias y ajenas que permitan bloquear estas impugnaciones. El domingo pasado la sociedad expuso la necesidad ineludible de hacerlo.
(*) Politólogo