La falta de acceso a puestos jerárquicos y la brecha salarial siguen siendo los grandes problemas económicos de las mujeres, según el informe anual del Centro de Economía Política Argentina.
El 2021 se constituyó como un año particular, un híbrido entre el aislamiento y la apertura, y que, gracias a la enorme Campaña de Vacunación, permitió avanzar sobre un sendero de reactivación económica. Como ya se demostró en informes anteriores del CEPA, las crisis tienen mayor impacto sobre las mujeres, por lo cual a continuación se analizará si la recuperación económica tiene el mismo impacto.
El mercado laboral es el escenario donde se producen las principales desigualdades e inequidades que enfrentan las mujeres respecto a los varones. Las brechas más relevantes se plasman en el desigual acceso al mercado laboral y en el tipo de trabajo al cual se accede, como también en los ingresos percibidos. En este sentido, es importante resaltar la recuperación en los niveles de empleo que se registraron durante el 2021, tras la fuerte crisis económica que se atravesó durante 2020, año que tuvo como correlato una caída fortísima en los niveles de producción y empleo.
Ahora bien, ¿cuál fue el impacto de esta recuperación económica en las brechas que se registran históricamente en el mercado de trabajo? En términos generales, se percibe que la recuperación impacta de manera desigual entre varones y mujeres. Es decir, la recuperación tiene mayor impacto positivo en los varones que en las mujeres de la Población Económicamente Activa (PEA). A su vez, en algunos casos, frente a la recuperación en el empleo, se profundizaron las brechas con respecto a niveles pre pandemia.
En el tercer trimestre de 2021, el Producto Bruto Interno (PBI) anotó un crecimiento de 4,1% con respecto al trimestre anterior y de 11,9% interanual. Esta mejora se observó en todas las actividades económicas, con la excepción de la Agricultura y ganadería. Puntualmente, se registraron mejoras significativas en aquellas actividades que se relacionan con la creación de puestos de trabajo: Hoteles y Restaurantes, Construcción, Explotación de minas y canteras, Industria manufacturera y Comercio, entre otros.
Continuando con esta tendencia, el crecimiento de la actividad económica para diciembre de 2021, de acuerdo al Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) fue de 9,8% interanual. Con esto, el año cerró con un crecimiento acumulado de 10,3% en 2021. Los datos del tercer trimestre en materia de crecimiento económico son relevantes para nuestros análisis dado que son coincidentes con la última información disponible en materia laboral, que surge de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
En este sentido, vale la pena detenerse en el desempeño de la industria manufacturera, que logró una marcada recuperación de la actividad durante el 2021 con respecto al 2020 (+15,8%). Incluso, la mejora se evidenció en relación al 2019 (+7,1%) y con respecto a los valores del 2018 (+0,3%)[1]. Esta recuperación industrial tiene un impacto directo en la generación y recomposición de los niveles de empleo y desocupación.
Para analizar las brechas dentro del mercado de trabajo, se utilizaron los datos de la EPH publicadas por el INDEC, con el último dato disponible al tercer trimestre de 2021. Como primer indicio del impacto de la recuperación económica, es importante analizar los datos de desocupación en aquellas personas económicamente activas. De acuerdo a los datos de la EPH, la tasa de desocupación general sobre la PEA durante el tercer trimestre del 2021 fue de 8,2%, siendo el nivel más bajo para un tercer trimestre de los últimos cinco años y 1,5 puntos porcentuales por debajo a los niveles pre pandemia, es decir, al tercer trimestre de 2019 (Gráfico 1).
Ahora bien, cuando se observa la tasa de desocupación según género, se observa que para las mujeres el valor registrado en el tercer trimestre del 2021 fue del 9%, abandonando así los dos dígitos que supo alcanzar en 2018, 2019 y su punto más alto en 2020, y siendo el más bajo de los últimos cinco años. Asimismo, la disminución de la tasa de desocupación de las mujeres respecto al tercer trimestre de 2019 fue mayor que la de los varones, con una caída de 1,8 p.p. de las primeras frente a 1,2 p.p. por parte de los segundos.
Asimismo, cabe señalar que la brecha entre la tasa de desocupación de los varones y la tasa de desocupación de las mujeres se redujo. En el tercer trimestre de 2020, la distancia fue de 2,5 puntos (13,1% desocupación en mujeres, versus 10,6% en varones). Al mismo periodo de 2021, la diferencia es de 1,3 puntos (9% mujeres versus 7,7% varones). Incluso, al tercer trimestre de 2019 esta diferencia ascendió a 1,9 puntos (10,8% mujeres versus 8,9% varones). La salida de la crisis de pandemia redujo al mismo tiempo los niveles de desocupación en mujeres y también la brecha respecto de este mismo indicador en varones. No deja de ser paradójico que, en el 2021, año posterior a la peor caída económica desde el año 2001, los guarismos de desocupación - de ambos géneros - sean más bajos que en 2019, bajo el gobierno de Cambiemos.
Al observar las tasas de desempleo, es importante poner el foco en las personas jóvenes, ya que es donde mayor incidencia tienen los niveles de desocupación. Durante el tercer trimestre de 2020, con pleno impacto de la crisis de la pandemia, la tasa de desocupación en las mujeres entre 14 y 29 años fue del 23,1% y de 19,8% para los varones del mismo rango etáreo, en ambos casos significativamente por encima del nivel general de desocupación.
Sin embargo, ante la recuperación económica que se registró a lo largo del año pasado, la tasa de desempleo de las mujeres jóvenes bajó y fue la más baja de los últimos cinco años, no así la de los varones en la misma franja etaria. Al igual que la tasa general de desocupación, al tercer trimestre de 2021 la tasa para las personas de 14 a 29 años se posiciona por debajo de los niveles pre pandemia, siendo de 18% para las mujeres y 16,6% para los varones. En esta mejora también se registró una disminución en el diferencial entre las tasas de desocupación de varones y mujeres, que pasó de una brecha de 3,4 p.p. y 4,7 p.p. en el tercer trimestre de 2020 y 2019 respectivamente, a una diferencia de 1,4 p.p en el tercer trimestre de 2021.
Sin embargo, la tasa de informalidad del tercer trimestre del 2021 no presentó mejoría alguna respecto a la del 2020, aunque sí lo hizo en el caso de los varones respecto al 2019 (Gráfico 4). Es importante detenerse en este punto, ya que la caída en los niveles de informalidad de 2020 se puede explicar por dos factores: por un lado, durante el segundo y tercer trimestre de 2020, las tasas de actividad -referidas a la población que trabaja o que busca trabajo, sobre población total- cayeron entre 5 y 10 puntos en relación al mismo periodo de 2019, y esta reducción tuvo relación no sólo con la caída de los puestos de trabajo tradicionalmente informales durante la pandemia, sino también con el impacto del aislamiento que requirió que muchas mujeres se quedaran en sus casas para realizar trabajos de cuidado no remunerados, abandonando puestos de trabajo remunerados y registrados.
La recuperación en el nivel de empleo, traccionado por la recuperación económica que se registró durante el transcurso del 2021, se observó tanto en varones como mujeres. En este sentido, en conjunto con la recuperación económica, se pudo observar una disminución en las brechas de acceso al mercado de trabajo. Esto refuerza una realidad importante, que las crisis económicas tienen en términos generales un impacto desigual sobre las mujeres con respecto a los varones, a raíz de las desigualdades estructurales subyacentes.
A pesar que la tasa de informalidad general se redujo 1,9 p.p. respecto al 2019 y que en los varones disminuyó 3,6 p.p., cuando revisamos dicha tasa en el mundo de las mujeres, se observa que se mantuvo en el mismo nivel y además se ubica por encima al de los varones, manteniendo esta relación constante hace más de 6 años.
En resumen, la salida de la doble crisis generada por las condiciones macroeconómicas que dejó el gobierno anterior y la pandemia del Covid-19, fue con una recuperación del empleo lo cual también implicó la reactivación de puestos de trabajo informales. En el caso de los varones, la tasa de informalidad se recortó con respecto a niveles pre pandemia (30,6% en el tercer trimestre de 2021 contra 34,2% en el mismo periodo de 2019). Sin embargo, en las mujeres, este indicador volvió al mismo punto que en 2019, al registrarse un 36,0% de informalidad. No solamente se sostuvo el nivel de informalidad en las mujeres, sino que se profundizó el diferencial entre la informalidad de varones y mujeres, ascendiendo de 1,8 p.p. a 5,4 p.p.
Es decir, la mejora en la informalidad no se registró en las mujeres ocupadas y con esto, se profundizó la brecha en la tasa de informalidad, demostrando que las mujeres tienen menor acceso al mercado de trabajo, y cuando acceden generalmente lo hacen a trabajos de mayor informalidad y peor remunerados.
Profundización de las brechas de ingresos
La brecha de ingreso es un indicador que condensa las asimetrías del mercado laboral entre mujeres y varones, que se ven reflejadas en sus niveles de ingresos. La brecha salarial resulta de la comparación de masas salariales (cantidad de horas por salario), por lo cual influye en dicha brecha la cantidad de horas trabajadas por varones y mujeres, como así también el valor hora percibido. En efecto, los factores que inciden en la cantidad de horas trabajadas con remuneración y en el valor de esas horas trabajadas son diversos, a saber:
- La tasa de participación en el trabajo remunerado;
- La segregación vertical y horizontal, que impacta en valor de las horas trabajadas;
- Las horas que le dedican al trabajo no remunerado;
- La informalidad laboral.
Por un lado, las mujeres trabajan en general entre 4 y 12 horas remuneradas menos que los varones, según la calificación[2]. Por otro lado, de acuerdo a la Encuesta de Uso del Tiempo del INDEC (2013), las mujeres dedican 3 horas diarias más que los varones a los trabajos de cuidado no remunerado (cuidado de niños, niñas, personas mayores, limpieza, cocina, etc.). La desigual distribución de los trabajos de cuidado no remunerado, implica que las mujeres dispongan de menos horas que prestar en el mercado de trabajo remunerado.
Esta situación se evidencia al analizar las tasas de actividad: la tasa de actividad femenina al tercer trimestre de 2021 ascendió al 50,4%, mientras que la de los hombres se ubicó en 69%, sosteniendo una diferencia de casi 20 puntos porcentuales.
Por otro lado, las horas de trabajos feminizados (que son ocupaciones con carga de cuidado) se encuentran peor remunerados, y ello se expresa en un fenómeno denominado segregación horizontal o paredes de cristal. Otra variable que influye en las brechas de ingresos es la segregación vertical o techos de cristal, lo cual implica que las mujeres se enfrentan a una barrera “invisible”, pero absolutamente real, para acceder a puestos jerárquicos y de decisión, que además son los puestos mejor remunerados dentro de cada sector. Por ejemplo, un trabajo de la Jefatura de Gabinete de Ministros, demostró que en la alta dirección pública, la relación es de 44% mujeres y 55% varones, mientras que en los cargos superiores la distancia es de 22% mujeres y 78%, varones, la cual es una relación que se sostiene de hace varios años[3].
Cuando se analiza el comportamiento de las brechas de ingreso en el 2021 se observa que, al igual que la tasa de informalidad, las brechas en el ingreso personal e ingreso por ocupación principal se mantuvieron en niveles similares a los del 2019 (Gráfico 5). Al analizar los ingresos por ocupación principal (aquellos ingresos que corresponden a la actividad laboral principal) los varones percibieron un 25% más de ingreso que las mujeres. Esta brecha se profundiza a 28,4% cuando se observa el ingreso personal (ingresos laborales y no laborales como pensiones, jubilaciones, cuotas alimentarias, entre otros). Sin embargo, esta cifra es levemente inferior a la que se registraba en el tercer trimestre de 2019 (29,0%), lo cual se podría adjudicar a una mejora en el acceso a ingresos complementarios al ingreso laboral para las mujeres.
Es importante realizar una mención sobre el comportamiento de las brechas durante el tercer trimestre de 2020. Durante dicho periodo se observa que las brechas se ubicaron en mínimos históricos, lo cual no responde a una mejora de las condiciones macroeconómicas que caracterizaron al país durante el 2020. En ese sentido, de la misma manera en la que se analizan las tasas de desempleo e informalidad, es preciso analizar estas brechas desde una perspectiva multidimensional.
Por un lado, es relevante considerar que durante el segundo y tercer trimestre de 2020, con motivo del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), la EPH contuvo diversos sesgos debido a que la misma se desarrolló de manera telefónica y no presencial como era habitual[4]. Por otro lado, al medir ingresos personales y los asociados a la ocupación principal, también contiene un sesgo debido a la caída de las tasas de actividad, tasas de informalidad, y a la caída de los puestos de trabajo de menores ingresos.
Por eso, al ver cómo un año después (III trimestre 2021) los datos de la brecha se ubican en los históricos, se puede afirmar que la caída del año anterior no significó una mejora en materia de género.
En otro orden de ideas, de acuerdo al Gráfico 6, la brecha de ingresos entre las personas asalariadas informales no solo se profundizó respecto al tercer trimestre del 2019 y 2020, sino que alcanzó el mayor nivel de los últimos 5 años. Los trabajadores informales varones perciben un 38,2% más de ingresos que las mujeres. En contraposición, la brecha de las y los asalariados formales es del 19,6%, manteniéndose en el mismo nivel de los últimos cuatro años y ubicándose en la mitad de la brecha informal.
Resulta imprescindible y necesario que la recuperación económica contemple no solamente el acceso al mercado de trabajo de las mujeres y diversidades, sino que sea con igualdad y equidad. El acceso no alcanza, si no se promueven a mujeres en puestos con poder de decisión, si no se promueven políticas que distribuyan los cuidados de manera compartida e infraestructuras con perspectiva de géneros, que permitan a las mujeres y disidencias insertarse en el mercado de trabajo formal con salarios dignos.