La coalición de gobierno se fragmenta mientras el PRO echa culpas ajenas sobre su propio fraude. En el Congreso fueron claves los votos radicales para aprobar el acuerdo con el FMI logrado por Martín Guzmán.
Desde antes del traspaso de mando en 2019, los cuadros medios nacionales encargados de la rosca del Frente de Todos advertían que el espacio necesitaba poner en claro cuál iba a ser el mecanismo a emplear para dirimir los conflictos internos. Ese mecanismo nunca existió o no estuvo a la altura de su razón de ser más profunda.
Cuando las cosas andan bien, las deliberaciones son felices encuentros, como un asado o una larga cena que se estira hasta la madrugada y de la que luego se dejan gotear picantes y premeditados off the record para los reporteros cercanos.
Cuando las cosas andan mal, esos mecanismos de acuerdo se revelan enteramente en su eficacia. En las crisis se exponen los engranajes. Pueden acelerar su velocidad y, aceitadamente, dar la mejor respuesta. O pueden saltar por el aire. Para el Frente de Todos, la crisis llegó en la derrota de las primarias de 2021 y terminó de ser evidente en la votación en la Cámara de Diputados del nuevo acuerdo con el FMI. Los engranajes salieron volando para todos lados.
El partido de gobierno está sumergido en una dinámica de autodestrucción e incoherencia a la cual es difícil encontrarle una salida. A esta altura, sólo lo puede salvar una bonanza económica extraordinaria, como la de 2010-2011, que solita le acomoda la estantería a cualquier fuerza política. Sin la (muy improbable) construcción de una mesa de acuerdos, queda la estampita de San Kulfas, patrono de los hidrocarburos, y pará de contar.
En el camino hubo conatos de renuncias en masa, cartas públicas de todo tipo, audios soeces filtrados, tuiteadas de borracho que no llega a borrar el posteo a tiempo y más. El atentado al despacho de Cristina Kirchner en el Congreso y la lentísima reacción de sus aliados gubernamentales para dar un repudio ya puede llevar la crisis política a un plano emotivo, personal. La profundidad de la desconfianza es tal, que hay quienes creen que se trató de una movida propiciada desde otro sector del propio gobierno.
Las internas rabiosas y las diásporas no son ajenas al peronismo y su forma de construcción y acceso al poder. Desde el Grupo de los 8 en los inicios del menemismo al parricidio de Eduardo Duhalde en 2005, la retirada de Felipe Solá tras la 125, y la ruptura del massismo y su posterior triunfo en 2013, los casos se repiten. Ni que hablar de las idas y venidas de los dirigentes sindicales con el paso del tiempo, con la trayectoria de Hugo Moyano como síntoma y ejemplo.
Más que por la cantada unidad, la vida del peronismo post 1983 se puede jalonar en sus feroces disputas. Este bienio de unidad 2019-2021 es excepcional. Su derrumbe también. La herramienta electoral se convirtió en un Golem, inmanejable.
El quiebre vociferado por redes sociales y grandes medios de comunicación no implica la salida de un socio menor. Además de ser la vicepresidenta, CFK sigue siendo el corazón electoral del peronismo. Pero, además, la salida y el quiebre no es verdaderamente tal, sino que es un malestar continuo que pone a rechinar a todo el sistema de gobierno. La oposición interna a la presidencia llena cargos en todas las jerarquías de la gestión, tanto en la nación como en muchas provincias.
La interna pulveriza la gestión y demuele la herramienta electoral. ¡Quién pudiera ser el pochoclero de Juntos por el Cambio!
Guzmán para todes
No había otro tema mayor. Ningún otro problema más determinante, ninguna posición política más decisiva. El acuerdo con el FMI tomado durante el macrismo tenía que ser sí o sí revisado, por impagable. Se sabía –y se enunciaba– durante la campaña. Lo mismo sucedía con la monumental deuda privada tomada entre 2016 y 2018, cuyos vencimientos podían caer en masa.
El único legado de Mauricio Macri fue una hipoteca impagable que exige tener al usurero cama adentro y atendido como un pachá.
Antes de empezar, la gestión del Frente de Todos se podía resumir a resolver ese legado. ¿Qué hacer con una deuda externa de un volumen nunca visto? Y encima de eso: en un país con inflación y desocupación de dos dígitos, pérdida continua del salario real y destrucción imparable de empresas.
Al ministro de Economía, Martín Guzmán, le tomó sólo dos años cumplir con su tarea principal. Mientras tanto, hubo una pandemia mundial y una gran potencia nuclear desató una guerra fronteriza que pone en vilo a la otra gran potencia nuclear.
La primera negociación de Guzmán fue celebrada: un triunfo resonante del gobierno. En agosto de 2020 se comunicó que se había reestructurado la deuda externa con los acreedores privados. Sólo en ese año el país tenía que pagar unos 33 mil millones de dólares de capital e intereses (8500 correspondían a deuda contraída antes de 2015), mientras que en 2021 había que pagar más de 32 mil millones. Tras la negociación, Guzmán logró que se reduzca de un saque el 45,2% de un volumen de deuda privada que llegaba a los 66.300 millones de dólares totales, difiriéndola en más cuotas y más tiempo.
Arriba de eso, menos de dos años después, Guzmán sacó la renegociación con el FMI en términos nunca antes vistos, en Argentina y el mundo, por lo benignos. Así lo evalúan tanto el Nóbel Joseph Stiglitz, en favor del acuerdo, como el economista griego Yanis Varoufakis, que está en contra.
Es inédito que el FMI haya cedido tanto. Y, aun así, el acuerdo sigue siendo ruinoso. Tiene ajuste monetario y fiscal –que lejos está de convertirse en un enfriamiento que modere la inflación–, secretos en la letra chica –como una probable reforma previsional– y objetivos incumplibles –como bajar los subsidios a las tarifas–, pero abre la puerta a cuatro años de aire sin poner un solo dólar en ese organismo. Ese es, quizá, el punto a favor sobresaliente.
¿Lo que se viene es una coadministración? Sí, no hay manera de acordar con el FMI sin la angustia de sus virreinales revisiones trimestrales. ¿Los montos a pagar después de los cuatro años de aire son imposibles? Totalmente, si se contempla la suma con los futuros pagos de la deuda privada, el acuerdo es un gigantesco “ya veremos”. ¿Era peor un default en el corto plazo? Depende de qué valor se les otorgue a todos los préstamos externos comprometidos, todos atados a estar en línea con el FMI, y a la estabilidad del tipo de cambio.
¿Pudo haberse hecho otra cosa? Sí, claro, las opciones son infinitas. Pero no se imaginó otra cosa posible, ni se hizo otra cosa concreta. Se hizo lo que se hizo con lo que había.
Es cierto todo lo que se denuncia en la extensa carta donde La Cámpora asienta su posición en contra del acuerdo al que llegó Guzmán. Tan cierto como que La Cámpora es también responsable, al menos por omisión. Es responsable de que Guzmán haya llegado como llegó hasta la instancia final de la negociación. Si no supo delinear el cómo al comienzo, si no supo participar en el durante, si no supo frenarlo todo a tiempo, en todos los casos es responsable. La Cámpora es el gobierno, no un organismo de contralor que detenta las verdades puras, trascendentes e inmutables del kirchnerismo.
Los diputados de Juntos por el Cambio dieron en el blanco con el lema que repitieron una y otra vez en la sesión. Gozaron con su propio Golem del juego de salvar a la patria. “Háganse cargo”, le decían con desembozado desafío al oficialismo.
Responde el sistema
El macrismo duro siguió la letra del neofascismo encarnado en Javier Milei. Esa tendencia será cada vez más definida. Fue el radicalismo el que salvó la votación, el ala PRO avanzaba gustosamente en hacer caer el acuerdo y propiciar la explosión inmediata que trae consigo un default y que ya no sucederá.
Dejando de lado al macrismo y al kirchnerismo, quedó el núcleo vivo del sistema político asumiendo su tarea de continuidad y supervivencia. Es todo un dato de cara a los tiempos que vienen y a las características que puede adoptar el 2023.
Hubo en Diputados una respuesta orgánica del sistema. Ante un default, todos traicionaron a los líderes de la mayor parte del electorado propio. ¿Cómo se traduce políticamente esto de cara a las elecciones presidenciales? ¿Abre más camino para el delirio bolsonarista local?