Abrió sus puertas el Polo Educativo La Colmena, un establecimiento de gestión social, por el derecho a la educación desde la primera infancia hasta el terciario. Ahora, luchan por el reconocimiento oficial.
Nuestramérica inauguró en la ciudad un Polo Educativo que reúne los cuatro dispositivos de educación popular que la organización sostiene desde hace tiempo. En Guadalupe Oeste, La Colmena abrió sus puertas como un nuevo espacio abierto todo el día a la comunidad, por trabajadoras y trabajadores que apuestan a la educación como herramienta de transformación social.
Los dispositivos tienen, cada uno, una historia propia y distintos armados para su sostenimiento de manera autogestiva. “Nunca soples/ un bicho de luz/ puede convertirse/ en un incendio”, advierte un poema de Laura Devetach, poeta del norte santafesino, encantadora de lectoras y lectores de todas las edades. Bicho de luz es, justamente, el significado en guaraní de Isondú, el nombre del jardín popular que funciona desde 2019 y hoy tiene casa propia en La Colmena. Comenzó como un espacio de crianza para hijas e hijos de compañeras del MP La Dignidad. Ya en 2020, alojaba a 15 niñas y niños de entre siete meses y tres años.
Con el Programa Alfabetizar, Nuestramérica sostiene una red de espacios barriales de apoyo escolar para acompañar el comienzo de la educación obligatoria. Ahora se suma ahora un punto con casa propia, en las tardes de La Colmena. También el Bachillerato Popular Nuestra América y la Escuela de Psicología Social Zito Lema funcionan de ahora en más en la casa ubicada en Javier de la Rosa 1398.
El día de la inauguración del Polo, Nuestramérica reivindicó las figuras de Ángela Peralta Pino, Carlos Fuentealba y Vanesa Castillo. La organización tiene tradición piquetera: “venimos de esas luchas que reivindican el poder defender nuestros derechos en las calles”, explica Florencia Álvarez, militante y educadora. Atiende la comunicación telefónica con Pausa mientras vuelve al Polo Educativo después de una entrevista en televisión. Por suerte, dice, hubo muchas repercusiones después de la apertura, y la difusión siempre ayuda.
“La Colmena es un espacio de trabajo autónomo sostenido por un montón de personas que se la rebuscaron y dieron luz a un modelo pedagógico y didáctico hermoso”, afirma Flor. “No se trata sólo una oferta educativa: somos trabajadoras de la economía popular”, destaca. “Hemos recorrido los territorios con las mochilas llenas de útiles y puesto tablones en las calles porque no teníamos un techo para dar apoyo escolar. Por eso hoy es una victoria, ¡un victorión!: por primera vez tenemos una estructura para llevar adelante nuestras prácticas”, festeja.
Crece desde el pie
El anclaje en el territorio de los espacios educativos está atravesado, explica Flor, por la inquietud de que “desde las instituciones muchas veces se espera que sea la gente la que se acerque, como si llegara a un mostrador a plantear con claridad sus necesidades”. Al contrario, continúa, “poder identificar los emergentes en la sociedad implica un laburo de reconocimiento del otre, de bajar los mecanismos de defensa que muchas veces las personas, después de tantos años de vulneración de sus derechos, ponen ante determinados abordajes”.
“La figura de la docente que sale de la escuela y va buscar al estudiante que no vino a su casa, para preguntarle por qué no fue, es algo que todo el tiempo reivindicamos como un trabajo necesario que tiene que ser reconocido”, señala Flor en ese sentido. Por ejemplo, explica, Isondú es primer nivel de intervención de la Subsecretaría de Niñez como parte del programa de Fortalecimiento Institucional: “en esa clave está nuestro compromiso y nuestra apuesta al Estado. No es que no queremos un Estado presente, todo lo contrario, queremos que se amplie y creemos que se amplía por abajo”, afirma.
En clave de esa apuesta, hoy la organización lucha por el reconocimiento oficial de los dispositivos del Polo Educativo. Tanto Isondú, para las primeras infancias; como la Escuelita Zito Lema, como terciario, suman propuestas para niveles que no son obligatorios. “Hay necesidades concretas sin una normativa concreta, por eso cuando aparecen experiencias como la nuestra nadie sabe bien qué hacer. Cada vez necesitamos más espacios institucionales para la pibada, donde socializar con pares, porque la calle está re cruda y los adultos tienen que trabajar cada vez más”, remarca Flor.
A mediados de marzo, el ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, viajó a nuestra provincia para inaugurar junto al gobernador Omar Perotti el Jardín de Infantes N°326, en Pueblo Esther, en el marco de un Programa de Infraestructura conveniado entre ambas jurisdicciones. Perczyk precisó que están en construcción 360 jardines en todo el país, y marcó la importancia del nivel Inicial como “el primer contacto en igualdad de condiciones para todos los chicos y las chicas, con la oralidad, la lengua escrita, independientemente donde nacieron, de la familia, de la idiosincrasia; es el lugar para empezar a leer y a escribir, a expresarse”. Por su parte, Perotti dijo que el objetivo de su gestión educativa es incorporar y universalizar la sala de cuatro años, lo que implica la incorporación de cargos y la infraestructura necesaria. Un horizonte que debería concretarse en los próximos dos años.
En el sistema educativo provincial, señala Flor, se está pensando incluso en la obligatoriedad de la sala de tres. “Hoy hay una gestión provincial que nos observa con interés porque entiende que hay un vacío legal que no termina de dar una respuesta. Iniciamos un diálogo en el que estamos presentando los antecedentes de cómo pensamos los dispositivos, en un momento en que los estados provinciales y el estado nacional están identificando todo lo que dejó de relieve la pandemia en el sistema educativo, las posibilidades de acceso, asistencia y permanencia y todo lo demás”, describe. En ese panorama, afirma, “cuando las personas de la sociedad civil pensamos ciertas problemáticas y a la vez le damos una vuelta de rosca a la falta de trabajo, a la cantidad de necesidades de los sectores populares a las formas de abordaje, podemos organizarnos y articular respuestas a través de la gestión social”.
“Es desde una organización de la sociedad civil que logramos materializar y salir de la marginalidad del tablón en la vereda, porque también estos sectores se merecen un aula que no se caiga a pedazos y baños limpios, tienen derecho a espacios lindos”, celebra Flor, orgullosa de los triunfos colectivos.
Compartir las narraciones
Fabu Agüero, también militante y educadora de Nuestramérica, es bibliotecaria, narradora oral escénica y egresada de la Escuela de Psicología Social Pichon Riviere. “Las bibliotecarias somos como las tías de la familia”, dice para definir uno de sus oficios, entre risas. “En las bibliotecas se pueden hacerse muchas cosas que no se pueden en las aulas de la educación bancaria. Por eso, siempre fueron el espacio donde nos permitimos mucho más por fuera de las formas tradicionales y eso fue para mí el inicio de la educación popular, y los espacios de biblioteca y de narración de los que fui parte siempre tuvieron esa impronta”, recuerda.
“Siempre me hago la pregunta de quiénes cuentan las historias. A veces las cuentan sus propios protagonistas y a veces no, hay territorios donde llegan otras personas a contarlas. Trabajamos con la narración oral y la literatura convidada desde la oralidad porque buscamos que les protagonistas de las historias puedan también narrarlas y contarlas”, comparte Fabu, sobre una forma de trabajar compartida con sus compañeras y compañeros de La Colmena. “La narración oral es una pata fundamental porque es una forma de convidar que no excluye: nosotros nos contamos historias todo el tiempo, en nuestra vida y en nuestros aprendizajes”, explica.
“Muchas veces nos encontramos con la pregunta de cómo y hacia dónde llevar la educación, qué contenidos y hacia quiénes: la educación popular, la pedagogía de Paulo Freire, propone hacer la educación con otras y otros, entre distintas trayectorias; pero eso muchas veces queda en un como sí. El hacer con otras y con otras implica no subestimarles ni temer cosas como que se desdibuje la autoridad, no tener miedo a la pregunta, al no saber todas las respuestas, a dudar”, continúa Fabu. “Las revoluciones no se llevan a ningún lado: en el acontecer cotidiano de estos espacios, las revoluciones educativas están sucediendo continuamente”, afirma.