A la mamá y al papá del Samu

El bebé mirando su rostro en el espejo, sonriendo a un bebé que lo mira sonriendo. El relumbre del espejo, al costado del cambiador, captura la mirada del niño, que una y otra vez se alegra de encontrarlo al otro, tanto, que la madre teme la caída y reemplaza el vidrio por un plástico menos dañino.

La foto encuentra al bebé panza abajo, sostenido sobre el borde de la pileta, al fondo de la cual una cascada alborota apenas la superficie de la tersura del agua. Los ojos muy abiertos, se deja seducir por el brillo y la suavidad tan al alcance de la mano.

A los seis meses, el osito de tela, la tapa de plástico, las cadenitas de adorno de su abuela, el brazo del sillón, las mangas del vestido, un durazno, su propio pie, su mano, van pasando sin descanso por el conocimiento que procura la boca. ¿Estará por salir el primer diente? No se fatiga de hacer pasar las cosas que están cerca por la intimidad de su cuerpo: es un ejercicio, una vocación incesante: el mundo se ofrece para que la subjetividad se prepare y desenvuelva su identidad.

Si está en brazos de algún conocido, suele sonreír a quien lo interpela con su sonrisa. ¿Será sólo la alegría de existir, de estar conociendo todo de a poco? Sus sonrisas, brillos de él mismo, vienen de estar encantado en brazos de quien lo ama, sea madre o padre o tío. Se lo ve relajado, seguro, tranquilo y como feliz. Y esta reticencia del “como” es porque es difícil explicar, para un adulto, lo asombroso que es ese aplomo, esa confianza en alguien que nace tan indefenso. La teta de mamá reúne todas las excitaciones de la vida y las anula, lo resguarda; ahí sí es retirar de sí las energías inútiles, hay alimento, reposo, refugio. Ahí se puede quedar dormido de forma instantánea. De más grande, hará gestos con la mano y el cuerpo, el placer de encogerse y estirarse, tocar la boca y el cuerpo de la madre, como quien depone el mundo entero para descansar en ese abrazo de protección absoluta.

La madre sonríe sin darse cuenta, todo el tiempo, mirando ese milagro de la vida. El niño lo sabe y también sonríe cuando esa fuente de ternura inagotable pasa por su lado. Aprenderá a estirar los brazos para el reclamo de volver al encanto de los brazos de ella.

Quién sabe qué cosas, exactamente, que el bebé recibe, irán formando su personalidad, su carácter o cómo se llame. Por ej., tempranamente, luce serio y contemplativo mirando conversar a sus padres, con cierta curiosidad y mucha atención. Laura dice que es posible que ese intercambio quizá reviva momentos de cuando estaba en su panza, que le resulte un episodio familiar y antiguo.

Para los adultos, cada día ofrece una teoría nueva de interpretación, que rápidamente exige ser reemplazada por otra: lo que durante un par de días es “le gusta tal cosa”, luego se transforma en “no parece que le guste mucho”, porque, supongo, opera la ansiedad de que esta novedad que llegó, pueda relevar el estupor y volverse alguna forma de certeza. Mientras tanto, cada movimiento, cada expresión nueva, es fiesta para nosotres, porque día a día esta persona manifiesta afirmación, crecimiento.

Qué pena, le digo a mi hija, que esta etapa de la vida se olvide, se borre de la conciencia. Pero sabemos que cada palabra, cada sonrisa, cada abrazo se imprime enérgicamente en su ser, va marcando su cuerpo y su alma de una solidez inesperada, que se pondrá a prueba cuando le toque enfrentar las inclemencias del mundo.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí