Por María José Campos
Soy María José Campos, pero todo el mundo me conoce como la Campi. Hago espectáculos, interpreto cantantes y actúo. Estudio teatro y estoy trabajando en la Dirección de Mujeres y Disidencias de la Municipalidad enseñándoles a otras chicas trans que quieren ser actrices y hacer lo que yo hago. Estoy muy contenta por hacerlo.
Nací San Francisco, Córdoba, pero a los tres años me trajeron a Santa Fe. Hice mi vida acá. La época de los Códigos de Faltas fue tremenda porque la policía nos seguía, nos hostigaba mucho y no nos dejaba caminar tranquilas por las calles. El solo hecho de ser una mujer trans significaba que te llevaran detenida porque ellos decían que éramos hombres disfrazados de mujeres.
Tengo 54 años. En la dictadura todavía era menor, pero lo viví. Habré tenido diez años y ya tenía amistades de mujeres trans, ahí yo entendí que yo sentía ser una mujer trans. Veía cómo las perseguían, a muchas las desaparecieron. Fue muy duro eso, de chiquita vi esas cosas y quedé con un trauma. Cuando ya fui adolescente y recorría las calles con mis amigas veía que las chicas me escondían para que no les hagan otras causas porque yo era menor.
Contarle a mi familia que me sentía así fue… No sé explicar si lo aceptaron o no, porque nunca se habló. Cuando le conté fue como “está todo bien, pero de eso no se habla”. Yo sentía que lo aceptaban, pero no lo decían.
Compañeras y amigas
La lucha por la identidad de género la empezamos hace muchos años con Marina Quinteros, que ya no está en este mundo, pero la recordamos como una gran militante. Empezamos con las derogaciones de los Códigos de Faltas, luchando por eso. Una vez que se derogaron empezamos a militar por el derecho a nuestra identidad.
La mayoría de nosotras nos conocimos e hicimos amistad cayendo detenidas. La amistad que hice con Marina fue más fuerte y ella tenía, en esos momentos decíamos “delirios”: tenía esa cosa de luchar y militar por nuestros derechos. Ella me habló, queríamos empezar juntas esto y al principio tenía temor, pero después me animé. El miedo que tenía era porque la policía nos detenga y nos haga desaparecer. Así empezamos con Marina, primero las dos solas, después hablando a las chicas, haciendo reuniones en las casas de una o de otra. Nunca supimos cómo, pero la policía siempre sabía dónde nos íbamos a reunir y cuando salíamos de la reunión teníamos todos los patrulleros en la puerta y nos llevaban detenidas. Pero nunca bajamos los brazos.
Seguimos con la lucha hasta que conocimos a la médica y militante María Flavia Del Rosso. Ella pasaba por las esquinas donde estábamos nosotras repartiendo profilácticos. Un día charlando con Flavia nos dice “yo tengo unas compañeras…”. Eran las chicas de la Multisectorial de Mujeres. Nos invitó a una reunión y fuimos con Marina. Ahí conocimos a Lucila Puyol, que era abogada y parte de la Multisectorial. Ella empezó a decirnos que no podían detenernos por el solo hecho de ser mujeres trans. Entonces empezamos a pelear con Lucila contra los Códigos de Faltas. Nos empezamos a reunir en el año 87, 88. En la Multisectorial habremos empezado en el 2005. Ese miedo que tenía al principio se fue cuando conocimos a Lucila, que era abogada, porque nos sentimos respaldadas.
Por medio de las chicas de la Multi empezamos a conseguir entrevistas con diputados y senadores. Esas primeras reuniones fueron muy pesadas: nosotras les explicábamos a ellos que nos sentíamos mujeres y que queríamos ser reconocidas como tales. O sea, que nos llamen por nuestros nombres y que en nuestros documentos figuren nuestros nombres. Con Marina pensábamos que nunca nos iban a dar bola, porque ellos sostenían que biológicamente éramos hombres y que nunca se podía llegar a hacer un documento. Nos proponían una ley que nos reconozca dentro de las organizaciones o que donde tuviéramos que ir a hacer un trámite nos llamen por nuestros nombres autopercibidos pero nunca el documento. Veían muy loco eso del documento, porque era todo un tema cambiar el número de documento, las partidas de nacimiento…
Nosotras les decíamos que no queríamos que nos cambien el número del documento, pedíamos el cambio de nombre. Que nos den nuestros nombres.
Cuando en 2012 finalmente salió la ley fueron muchas las sensaciones encontradas. Ese día estuvimos en el Congreso, yo tenía 43 años. Fue muy emotivo porque con la edad que teníamos nunca imaginamos que iba a llegar ese día. Fue tremendo, nos abrazamos con las compañeras, lloramos mucho y festejamos muchísimo.
A diez años de ese momento, cuento que en una actividad conmemorativa que se hizo hace poco me encontré con una nena trans de diez años que nos decía tías. Fue una emoción bárbara porque jamás pensé que estas chiquitas pudieran a esta edad decir que son mujeres trans. La mamá vino y nos agradeció: nos dijo que gracias a nuestra lucha hoy su hija puede decir que es una nena trans y que a ella le da orgullo acompañarla.
Estoy muy orgullosa de nuestra militancia y les pido a las niñas más chicas que sigan luchando porque todavía faltan muchas cosas más que hacer por nuestros derechos.