Coleccionar

“Porque, ¿qué otra cosa es esta colección sino un desorden al que se ha adaptado el hábito a tal grado que parece orden?”. Walter Benjamin.

No a todo el mundo le interesa coleccionar objetos. Hay como un espíritu de coleccionista, que te lleva a buscar, y, eventualmente, a encontrar cosas de la misma clase que te resultan particularmente atractivas. Por ahí ocurre que algo te causa una fascinación y querés tenerlo al alcance de la mano, o de la mirada. En realidad, más que tener algo que te gusta, lo que te motiva es atesorarlo, es decir, no simplemente que esté cerca de vos, sino también que nadie se puede atrever a moverlo de lugar o tocarlo demasiado.

Cuando yo era chica iba bastante seguido a la casa de mi abuela, y solía caminar mirando el suelo. Si veía un clavo, oxidado y viejo, que se habría desprendido de su función de unir y quedaba allí, suelto, yo lo alzaba y me lo guardaba en un bolsillo. Siempre encontraba cosas interesantes, como retazos de un documento o revista, piedritas, pedacitos de vidrio, hojas de árboles de formas caprichosas, tornillos: el colmo de la buena suerte podía ser encontrar una moneda.

Hay otra manera de atesorar objetos, que, en este caso, poseen la particularidad de retener en él la memoria de un ser querido. Una silla algo desvencijada pero que el padre usaba para tomar mate; el cardigan de hilo azul cuyo tejido con arabescos la madre amaba llevar: en el objeto queda vibrando una vida que se fue, pero el depositario ve en él un pasado transformado en presente perpetuo.

De grande, colecciono todo tipo de cosas. Por ejemplo, cafeteras de porcelana. Sólo tengo tres, porque son muy caras. Pero la forma de ese objeto me encanta. Digo tres, y podría haber dicho cien; la cuestión es que una colección nunca está cerrada, y, obviamente, no sirve para nada. Es decir, desde el momento en que junto cafeteras, este utensilio se aleja de su función principal, que es contener el café para servirlo y tomarlo. Siendo parte de una colección, sólo sirve para que yo lo admire.

También colecciono cucharitas. Mi hermano, que vive en Suecia, en cada viaje me trae un montón. Tengo tres vasos de vidrio llenos de cucharitas. De nuevo, no sirven para revolver un té de modo de diluir el azúcar. Sólo están ahí porque me gustan.

También colecciono anillos. De distintos materiales y formas. Pero siempre uso tres, y sólo los que son sencillos de llevar en los dedos de las manos, cosa de que no se enreden con el pelo, ni sobresalga una piedra que puede entorpecer los movimientos en el teclado, por ej.

Hay quienes dicen que el coleccionista quiere imponer un orden donde el desorden de las cosas tiende al caos. Puede ser. Los objetos son consistentes. Y si van de mano en mano para ser utilizados por las personas, entonces el objeto detenido, el objeto en quietud, es doblemente sólido y estable.

Por otra parte, si pensamos que el planeta gira a una velocidad altísima, arrastrando consigo la atmósfera, por eso no lo percibimos, podemos pensar que todo cambia en el mundo segundo tras segundo. Si tuviéramos plena conciencia práctica de ello, la vida sería insoportable. Necesitamos rutina. Necesitamos que mañana el sol salga por el este. Que todas las mañanas podamos hacernos un café. Que las cosas estén quietas. Y que estén allí al otro día, significa que existe el futuro. Que el caos se puede controlar, y, por lo tanto, podamos hacer planes y proyectos a cumplir en el porvenir. Y es muy valioso que así sea, porque también sabemos que basta un gesto, un accidente, un aburrimiento de la Tierra que la detenga, para que todo salte por los aires.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí