Es la política, no la economía. Los dos modelos en puja en el gobierno no sólo difieren en sus objetivos (terminar con la restricción interna, devolver poder adquisitivo a los trabajadores) sino en su modo de entender qué es y cómo se construye una hegemonía.
La infumable interna a pantalla abierta del gobierno nacional puede llevarlo a su derrota el año que viene, incluso con un resultado económico final muy por encima de lo heredado en 2019. Los malentendidos se repiten, las descalificaciones recíprocas no cesan. Cuando la trifulca mengua más bien se contiene para volver a brotar. Cualquier decisión sustantiva –Vicentín, tarifas, deuda, control de precios– se deshilacha después de haber sido lanzada, incluso por el presidente mismo.
El gobierno no logra conciliar –la experiencia del siglo XX muestra que es imposible hacerlo– los dos programas que intentan convivir en su interior. En verdad, uno es el que está efectivamente implementado. El otro es el que puja por volver, poniendo condiciones desde las segundas y terceras líneas de la gestión, que a veces luce como un combo de contradicciones y zancadillas administrativas que harta y al que cualquiera puede ningunear.
Pasado y presente
Del lado de la vicepresidenta está el proyecto que le otorgó a la población uno de los mayores niveles de bienestar alcanzados desde el retorno a la democracia. En 2015 el peso de la deuda externa era insignificante, la inflación –para nuestros promedios– era relativamente baja, la ocupación era casi plena, el dólar estaba controlado con un cepo mucho más abierto que el actual, los salarios incrementaban su poder adquisitivo y, pese a que había una pobreza que iba del 25% al 30%, según la medición, el principal eje de discusión sindical era el impuesto a las ganancias. Ese programa, no obstante, estaba forzando sus límites ya desde el inicio del segundo mandato de CFK. Esos límites tienen un nombre muy conocido en la bibliografía económica argentina: restricción externa.
“El proyecto”, tal como se lo llamaba en ese entonces, comía dólares a lo loco. El crecimiento y la inversión impulsados casi pura y exclusivamente por la solvencia de la demanda interna fueron un potente motor durante casi 10 años. Sin embargo, nunca se habían terminado de asentar las bases para ampliar el ingreso de divisas. Es cierto, había muchísimo por hacer. En 2003, había apenas unas dos o tres autopistas en todo el país, el sistema de seguridad social e YPF estaban siendo saqueados por privados, había un endeudamiento impresionante, desempleo de dos cifras, desguace industrial…
El programa verdaderamente en ejecución hoy se explica casi completamente en evitar ese intríngulis estructural de la economía nacional: cómo crecer –y distribuir– sin quedarnos estrangulados por la falta de dólares. Su punto de partida es peor, por el 50% de inflación heredada del macrismo y por la peor crisis global del capitalismo, causada por la pandemia.
Este programa está siendo llevado con ejemplar consistencia. Sus artífices son Martín Guzmán (más ministro de Hacienda que de Economía) y Matías Kulfas (más ministro de Economía que de Desarrollo Productivo). Uno logró dos renegociaciones de deuda que le dieron al menos cuatro años de aire externo a la economía y que evitaron dos veces el default y sus consecuencias. El otro lleva a mano firme el despegue de YPF, la ampliación de la minería y una sólida, sostenida y diversificada recuperación industrial. En el camino, a veces cae vencido ante la lógica y razonable resistencia de los movimientos ambientales.
Que vengan los dólares primero, lo otro se acomoda después (y con el ambiente, ya veremos). Con dólares adentro se ancla la inflación a la estabilidad del tipo de cambio, no se estrangula el ingreso de insumos y eso dinamiza la industria y la baja de la desocupación. Y recién con la ampliación del empleo en general, y el registrado en particular, se fundan las condiciones para una mejor disputa sindicalizada entre salarios y precios. Los voceros de redes sociales le dicen “desarrollismo peronista”. Y tiene otro horizonte, más amplio y jamás declarado, porque es político.
Hegemonía, una introducción
Desde 2008 y la 125 para acá, la histórica tensión entre el campo y los gobiernos peronistas afloró en todo su pus. Desde las provincias agroexportadoras y la ciudad de Buenos Aires se fue cocinando un movimiento político reaccionario, que ya supera a Juntos por el Cambio, cuyas consignas públicas se fueron radicalizando hasta volverse tan impracticables como violentas. Hay demasiados millones de habitantes como para volver al siglo XIX, de formas democráticas. Se sabe, siempre hay otras formas. Basta ver el hilo de golpes blandos y duros que hubo en América Latina durante los últimos 15 años.
Hasta su efímero triunfo con Mauricio Macri, ese movimiento político fue enfrentado por el peronismo con la más irritante e inútil de las herramientas: eso que dieron en llamar “la batalla cultural”. El resultado fue patético: siempre la estabilidad cambiaria –con ella, todo el sistema económico– dependió de las exportaciones de un sector social vilipendiado desde estrados, medios y periodistas oficiales.
Poco importa la mayor o menor veracidad de los fundamentos o justificaciones de las diatribas lanzadas desde el kichnerismo al campo. En el mundo exterior al batifondo contra “la corpo”, los socios económicos estructurales del gobierno eran, al mismo tiempo, el sostén social y político de “la opo”. En ese dilema suicida se fue diluyendo el 54% que obtuvo CFK en 2011. El macrismo le puso nombre y lo capitalizó: “cerrar la grieta”, dijo allá lejos.
Una hegemonía política tiene un marco de determinaciones, que establece las reglas de funcionamiento de la disputa política. Las relaciones de dominación se pueden establecer dentro de ese marco o, también, se puede cambiar ese marco para establecer relaciones hegemónicas distintas. El campo, el macrismo y el neofascismo tienen totalmente en claro este asunto.
La insistencia de Kulfas en ampliar la explotación de hidrocarburos y minerales tiene también ese profundo sentido político. Kulfas entiende que enfrente no hay un mero sector económico sino algo mucho más potente: un sujeto político. Un sujeto político al que no se puede vencer nunca en el marco de las determinaciones existentes, porque se depende estructuralmente de lo que produce para que no vuele el dólar por los aires.
Un sujeto político no se disuelve a través de triunfos electorales y avatares más o menos sofisticados de Sandra Russo o Eduardo Feimann. Ampliar el volumen de exportaciones extractivas es achicar el peso específico del campo en la economía nacional y reducir su volumen como sujeto político. Por ese camino Kulfas quiere independizar políticamente al Estado del campo, sobre todo en un marco donde la demanda internacional de alimentos seguirá tan firme como en las últimas dos décadas, siguiendo el tranco del ascenso de China como primera potencia global.
Pero el bolsillo
Qué lindo teóricamente todo, pero faltan apenas 17 meses para octubre de 2023, dicen desde la otra orilla de la interna del gobierno. Y en estos dos años todavía no se recuperó ni un solo puntito del poder adquisitivo perdido entre 2015 y 2019.
En la vida diaria, los primeros resultados del modelo vigente distan de ser malos. La desocupación hoy es del 7%, la cifra más baja desde 2015; el producto interno ya recuperó todo lo perdido en la pandemia; la pobreza cayó cinco puntos en un año y se encamina a terminar 2022 por debajo del 35,5% que dejó el macrismo; el trabajo registrado ya está por encima de los niveles de 2019.
En la vida diaria, también, a los bolsillos se los carcome la inflación, un fenómeno que se experimenta colectivamente, a pura puteada vecinal en la carnicería, a diferencia del desempleo, que se sufre en soledad y con culpa. Mientras, los formadores de precios se refriegan las manos, remarcan duro y obtienen ganancias como nunca, al menos así se revela en las alimenticias. Ven que el gobierno internamente ni coordina una para ese lado. Y que, en esa dispersión, naufraga. Sea en enhebrar el acuerdo o la pax de campaña entre los dos programas en puja, sea en dialogar adentro y dejar de jetonear hacia afuera, en todos los casos, hoy es la política, no la economía, estúpido, por toda respuesta.