“En nuestras tinieblas no hay un lugar para la Belleza. Todo el lugar es para la Belleza”. René Char.
¿Qué es lo hermoso de la gente hermosa? En primer lugar, la gente hermosa es la que le gusta a uno. Habrá algunos bradpitts que son lo suficientemente famosos por la armoniosa composición y estructura de sus rasgos: de su rostro, de su figura; la belleza es atractiva, por lo menos. Digo por lo menos porque hay un plus, en relación con los otros, que es un poco enigmático. Al anotar esto me viene a la mente el concepto de lo sublime, aquello que no puede ser representado, para el tema del “plus enigmático”.
Sin embargo, lo bello y lo sublime son conceptos muy diferentes:” A diferencia del sentimiento de lo bello, lo sublime es en realidad una emoción. El placer de lo bello es positivo; la emoción de lo sublime tiene cierto aspecto negativo, cierta ambivalencia. Kant pone como ejemplo de sentimiento de lo sublime la visión del mar embravecido. La naturaleza contribuye aquí a la emoción de lo sublime por su grandeza y su fuerza. No es ya la forma lo que sugiere esta emoción, como ocurre en el sentimiento de lo bello”.
Parece que para Platón la belleza está unida al bien y a la verdad. No es así para Kant. Las emociones que nos suscitan las formas bellas no necesariamente conllevan a la moral, al bien. Para sintetizar, hay toda una historia de la filosofía que se ocupa de la belleza, estableciendo relaciones entre la moral y la estética, lo que es agradable a lo que es racional, lo que impacta a los sentidos y que tiene, y esto es interesante, una relación con la crítica de su momento histórico, etc.
Lo que es bello se une, indiscutible y subjetivamente, a la emoción, especialmente a la alegría, que nos afecta en el incremento de nuestro ser –y que Spinoza opone a la disminución que nos provoca la tristeza. Si los ejemplos que piensa Spinoza como portadores de la tristeza: el sacerdote, el tirano y el esclavo (con la salvedad de que éste último no se refiere a una condición económico social), la alegría se relaciona con la libertad, específicamente.
Ya se trate de una obra de arte o de la expresión de lo natural –el universo infinito atañe a lo sublime, pues opera en nosotros no sólo una admiración, sino también una sensación de la desesperación que nos releva de la comprensión de la totalidad del mundo– la belleza es sobrecogedora. En cambio, en el pequeño mundo en que nos movemos, ese mundo que se puede delimitar con el territorio que habitamos, la gente con que nos relacionamos, las cosas que vivimos colectivamente, intentamos hacer lugar a lo conocido que nos da placer, de manera que cuando sobreviene una exaltación, una fascinación, procuramos atar esas sensaciones a lo cotidiano, y casi siempre fallamos: eso sería el amor.
En lo que a mí personalmente concierne, en la relación con las personas y no con la contemplación del mar o de un Van Gogh, lo que me suscita el placer de la belleza y la alegría es lo que me provoca amor: por ejemplo, es hermosa una manera de pensar. Independientemente de la armonía de rasgos físicos, lo que me provoca amor es lo que yo llamaría una manera sexy de pensar; por lo tanto, afecta no a mi razón, sino a mi cuerpo entendido como receptor de lo que el otro proyecta para mí. (1)
(1) Una manera sexy de pensar no está alojada en el interior del cráneo; por el contrario, se exterioriza en muchas y variadas cosas: las palabras que se eligen, la manera de mirar, el movimiento de las manos, la sonrisa, la inclinación de la cabeza. Lejos de las piernas bien torneadas o un conjunto de músculos subrayados, me enamora lo que escapa del control de la conciencia. Pero veo que esto da para más, y no me da el espacio.