Relato de Laura Venturini, 11 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Roma.

Me llamo Laura Venturini, tengo 30 años, vivo en Santa Fe. Soy politóloga, estudié Ciencias Políticas en Rosario y actualmente trabajo en la Cámara de Diputados de la provincia de Santa Fe, asesorando en políticas públicas a una agrupación política de la que soy parte que se llama Ciudad Futura. 

En el 2003 tenía 11 años y vivía en barrio Roma, tres cuadras atrás del Parque Garay, con mi mamá y mis dos hermanos que entonces tenían 15 y 18 años. En aquella época iba a la escuela Beleno y hacía gimnasia en República del Oeste, que es un club que está en Avenida Freyre. Creo que ya iba al Liceo Municipal, porque después mi adolescencia transcurrió ahí, haciendo danza, tocando instrumentos y demás. En general, me movía principalmente por la zona de mi casa, a veces salíamos a caminar con algunas amigas que vivían en los monoblock que están por ahí. Además, andaba mucho con mi mamá, a quien acompañaba a todas las cosas que tenía que hacer. Íbamos juntas para todos lados. 

El día de la inundación estaba en la escuela Beleno, que es una escuela que queda en el centro, pero bastante cerca de algunos barrios del cordón oeste, entonces hay clase media, clase más baja, o por lo menos en ese momento había una mezcla. Esa mañana empezaron a buscar a algunas compañeras y compañeros que vivían atrás de la defensa. Había gente que ya se había inundado a la mañana, entonces ya estaban viniendo los padres a buscar a los hijos. Nosotros estábamos a una cuadra, así que yo salí al horario normal, alrededor de las doce y media, y enseguida me fui para mi casa.

Laurita jugando con su muñeca. Foto: familia Falchini-Venturini.

Hasta ese momento todo el relato era que no iba a pasar nada. Pero la verdad es que soy la hija más chica, mis hermanos son más grandes. Entonces, en algún punto, fui la más protegida de todo el grupo familiar. Recuerdo que me decían “todos nos quedamos, pero vos, Laurita, andate a la casa de Fernanda –que es una amiga de mi mamá, que vivía más en el centro2 quedate ahí, pero igual no va a pasar nada”. Así que en realidad lo viví como en la espera. Me fui llevando una caja de fotos mías de la infancia, porque me dijeron “andate Laurita con alguna cosa”, más que nada para que tuviera algo mío conmigo. Y me pasé todo el 29 esperando que aparezcan mis hermanos y mi mamá en esta casa. 

El día transcurrió en esa espera hasta que empezaron a aparecer mis hermanos y bastante más tarde, ya a la noche, apareció mi mamá. Aún así, antes de que ella llegara no sabíamos si iba a venir porque había mucha menos comunicación en esa época. Como mi mamá no aparecía la fueron a buscar en una camioneta, cuando ya no se podía entrar al barrio. El agua había tapado la casa. Según me contaron después, de las seis a las seis y media de la tarde el agua subió, de la nada, hasta tapar la casa. Llegó a los tres metros casi, o sea, se veía solo el techo. 

Justo hace unos días nos acordábamos con mi hermano de que el barrio se inundaba con bastante frecuencia. Cincuenta centímetros de agua te entraba siempre, era algo común si llovía mucho. Me acuerdo, no sé si por los relatos o de verdad, pero tengo en la cabeza que venía mi abuela, recuerdo estar sacando baldes de agua con ella cuando llovía mucho, era algo cotidiano. Nuestra casa estaba levantada. De algún modo estábamos un poco a la expectativa, sin embargo, nunca pensamos que iba a pasar lo que pasó. 

Frente de la casa de Laura. El agua estuvo estancada durante días. Foto: familia Falchini-Venturini.

Tengo dos imágenes de ese día. La primera es de mi mamá que cuando llegó era un pollo mojado. Digamos, no podía entender qué estaba pasando y entonces el resto la ayudaba a bañarse. Era muy fuerte verla toda chiquitita, que la tengan que meter en la ducha. Yo me quedaba mirando, no entendiendo nada tampoco. Y la segunda es del momento en que mi hermano más grande, que no había querido sacar ninguna cosa porque realmente pensaba que no iba a pasar nada, se entera de que se había inundado completamente todo. Mi hermano es alguien muy centrado, yo lo tengo super de referencia, y verlo sentado llorando en el piso también era muy fuerte. Son imágenes que te quedan, claro que hay otras más, pero son muy marcantes esas donde descubrís una faceta de vulnerabilidad de las personas que están a tu alrededor, que aparte son tu familia. 

Los días siguientes mi mamá y yo dormimos en la casa de Fernanda, que es una amiga de toda la vida de mi mamá que tiene una hija, y mis hermanos se quedaron separados en la casa de amigos suyos. Porque además la casa donde estábamos era chica, no entrábamos todos. Me gustaría saber cuánto tiempo fue que estuvimos alojados por amigos, porque no sé decir si fueron dos meses, tres semanas, pero seguro no menos de eso. Después alquilamos una casa, donde yo dormía con mi mamá, y ahí volvimos a estar todos juntos. Los padres de un compañero mío de la primaria nos ofrecieron esta casa por seis meses para vivir ahí. 

Con la inundación empieza toda una secuencia que, insisto, yo miraba pero no entendía. Mi hermano cuidando el techo, estando todas las noches en la casa inundada, yendo en canoa para cuidar las cosas que quedaban adentro, incluso sin saber qué iba a quedar. Sé que el agua duró más o menos unos quince días. En algún momento, cuando bajó, mi mamá me mandó a pasar otros quince días con mi prima, a la ciudad de San Lorenzo en el sur de la provincia, mientras ellos limpiaban la casa, sin que yo vaya a verla. Y con eso como que me quedé aislada de la situación contextual. Estuve en la casa de esta prima segunda que apenas había visto una vez en la vida, con gente con la que no tenía una relación cotidiana para nada, pero que estaba dispuesta a acompañar y dar una mano. Solo vi la casa inundada en fotos posteriormente.

El acampe en el techo de la casa durante la inundación. Foto: familia Falchini-Venturini.

En algún momento también me acuerdo de ir a un centro de evacuados, pero como si fuera todo ajeno. Hay algo en ese momento de percibir todo esto como ajeno. O sea, yo no tenía nada, podía realmente sentirlo, pero de alguna manera sentía protección. Fue toda una etapa así. 

Para mí el proceso empezó mucho después. Al principio no entendía. Los meses siguientes fueron como un juego de muñecas, porque no teníamos nada, recibíamos ropa y cosas y había que armar la casita de vuelta. En las dos primeras casas donde vivimos después de la inundación compartí el cuarto con mi mamá. Así que era tratar de ver cómo armar el rincón, cómo organizar la pieza, cómo guardar las donaciones en un lugar que quede ordenado. En alguna medida, había diversión a pesar de la situación. Si lo imagino ahora no sé cómo haría, pero en ese momento lo viví de esa forma. 

No volvimos a la casa inundada. Ninguno de nosotros volvió a corto plazo a vivir ahí. Yo la vi recién cuatro años después, cuando estaba alquilada por unos amigos, y otras veces más, cuando uno de mis hermanos se fue a vivir ahí. Fue una parte difícil. Yo había nacido en esa casa, los 11 años los viví ahí, toda mi vida hasta la inundación la había pasado en esa casa.

La muñeca, afectada por la inundación. Foto: familia Falchini-Venturini.

Era una casa que mi mamá había construido con mucho empeño. Después de que se murió mi papá, cuando habíamos quedado nosotros, la había agrandado, había hecho cuartos para todos, porque antes dormíamos los tres hermanos juntos. Digamos, había hecho una casa muy pensada, que era como “la casa familiar”. Después, simplemente no se podía volver. También esto, no místico pero ya medio dentro de la parte más filosófica, digamos, la casa representaba toda una etapa. La inundación fue a mis 11 años, mi papá se había muerto a mis 5 en un accidente de tránsito y a partir de ese momento toda una idea que tenía de “la familia” se empezó a resquebrajar. Así como la inundación, lo de mi viejo también fue inesperado y desacomodó. Yo era muy chica así que tampoco es que me acuerdo tanto. Pero son momentos donde hay un antes y un después. Lo más fuerte de la inundación es que no vas a volver nunca al momento anterior, no existe más. La inundación se encargó de terminar de destruir todo y mostró que ya no íbamos a volver a eso nunca más. Había que reconstruir de otra forma. Estábamos separados y no se iba a volver a la parte de “el padre, la madre, los chicos que tuvieron una infancia feliz en esa casa”. Todo lo de después es querer reconstruir sin miedo a que venga algo y te lo lleve todo de nuevo.

Como no podíamos volver, alquilamos una primera casa por seis meses y después nos mudamos a una segunda, también alquilada. Nos fuimos yendo hacia el centro de la ciudad. En esas otras casas no volvimos a inundarnos, a lo sumo entró agua de la lluvia por las rejillas, algunas cosas se nos han mojado, pero nunca al nivel de aquella vez. Recuerdo pensar en esos días de lluvia “esto no puede estar pasando”, pero eso le debe pasar a todo el mundo que vivió la inundación, no solamente al que se inundó, que cuando llueve muy fuerte te quedás pensando si lo disfrutás o si alguien lo está pasando mal porque le está entrando agua. En esas casas posteriores la secuencia de momentos duros sigue por otro lado. 

En la primera casa, con un corte de luz de la EPE, se nos queman todas las cosas nuevas que habíamos podido recuperar y que nos habían regalado. Después nos vamos a otra y nos entran a robar. Era muy difícil el hecho de no poder volver a retomar, no sé si decir la misma vida, pero volver a construir. Cuando terminó el juicio de mi papá, del accidente que tuvo, pudimos comprar una casa a unas tres cuadras de la peatonal y nos mudamos definitivamente. Pero era eso, estar contentos por estar en una casa nueva, al mismo tiempo que había una idealización sobre la casa inundada y sobre esa vida que nunca iba a alcanzar. 

Para afrontar esa situación, tuvimos mucho apoyo de amigos y familiares, porque además éramos los únicos inundados, mis otros familiares no se inundaron. Hubo mucha gente dando vuelta cerca de nosotros, tratando de darnos una mano. Tenemos muchos amigos que vivían en otros lados, en Rincón y demás, que venían mucho a auxiliarnos y estaban presentes. En ese momento tuvimos a alguien que nos recibió cuando lo necesitamos. Esta amiga de mi mamá que nos abrió las puertas de su casa y con quien me reencontré más tarde porque milita en la misma fuerza política que yo. Los familiares de San Lorenzo que me hospedaron un tiempo. Algunas personas tenían gestos simbólicos también, te regalaban un CD de música para que vuelvas a recuperar algunas cosas. Porque además es imposible recuperar una vida en tres meses, aunque seas la persona más rica del mundo. Por eso, nosotros, dentro de toda una catástrofe, no sé si se puede decir, pero fuimos privilegiados, teníamos un entorno súper grande con recursos para poder ayudarnos. Hasta que nos mudamos a la casa que compramos, esos dos años y medio fueron todo un proceso de transición y de recuperación, principalmente con la ayuda de amigos y familiares. Por otro lado, sé que en algún momento se daban discusiones acerca de subsidios estatales y que daban algo de guita, no sé cuánto era, pero era insignificante. 

No sacamos muchas cosas antes de la inundación. Quedó a salvo la caja de fotos que me llevé cuando me fui ese día. Mi mamá era muy adicta a sacarnos fotos, sobre todo a mí que soy la más chica, entonces teníamos muchos momentos registrados. Mi hermano no quiso sacar nada, aunque mi mamá le había dicho que saque sus cosas, pero justamente porque se comentaba “va a subir, pero va a subir hasta acá”. Mi mamá es profesora de letras entonces tenía muchos papeles que eran su carrera, o sea, para una profesora e investigadora todo lo que haya escrito es su trabajo, todos sus antecedentes. Y eso no lo priorizó por sacar algunas cosas de mi papá. Lo que quedaba de papeles que había escrito mi papá, de fotos, de quién era él, todas esas cosas estaban en la casa y si se inundaba, bueno, no se perdían más recuerdos suyos pero era una sensación. Entonces, prefirió sacar algunas cosas de él antes que sus propias cosas. Ese 29 no sacamos mucho más, nos fuimos con lo puesto porque nadie se podía imaginar que iba a pasar eso. 

Libros colgados para que se sequen tras la inundación. Foto: familia Falchini-Venturini.

Después de la inundación recuperamos varias cosas. La heladera por ejemplo funcionó mucho tiempo más. Mi mamá tenía una gran biblioteca con libros y en ese momento también fue una necesidad recuperarlos. Después, un libro todo mojado no era lo que querías conservar, pero aún así tenemos algunos de esos hoy en día. También se pudieron recuperar posteriormente algunas fotos más. 

Ayer justamente le contaba a mi mamá que iba a tener esta entrevista o esta charla y me decía “bueno, de tu pieza no quedó nada porque eran todos muebles de los más modernos”, que eran todos los que se deshacían en el agua básicamente. En ese entonces, muchas cosas que se pudieron recuperar quedaron en la misma casa a la que se fueron a vivir unos amigos, no descartamos todo. Había que hacer muchos arreglos en la casa para que sea más habitable, pero no había plata para eso entonces, de modo que quien pudo y tuvo ganas de ir a habitarla sin tanta mejora y con lo que tenía fue. En general, en las casas que se inundaron las consecuencias están pintadas, nunca dejaron de estar las marcas, desde la humedad hasta algunas otras. 

Aunque no haya vuelto a la casa, pude recuperar unos objetos, desde fotos hasta algunos libros y juguetes. El otro día mi sobrina de tres años agarró un muñeco en lo de mi mamá y me dijo “¿Este era tuyo? Me lo voy a llevar”. Y bueno, ese juguete se inundó, se limpió, se lavó y ahora está otra vez ahí, o sea, hay algunos pequeños objetos que logran algunas cosas.

Lo que más lamento haber perdido, puedo decir después de muchos años de análisis, no es algo material concreto. Para mí, me robaron toda la memoria previa a los 11 años. Fueron muy pocas cosas las que me quedaron. La inundación hizo como una ola gigante, borró todos los recuerdos anteriores y mi vida empieza más a los 15. Obvio que están los recuerdos y me configuran. Puedo ir acordándome de algunas secuencias, pero la realidad es que hizo eso, me borró más la infancia. 

La inundación fue en abril y nosotros volvimos a las clases en octubre quizás. No me acuerdo, capaz que fue todo el año así. No me puedo acordar de eso, de la vuelta al liceo tampoco. No fue hace tanto, pero la memoria te empieza a hacer lagunas. Hoy también me puse a ver, porque no me acordaba si había terminado la primaria ese año o si había sido el año siguiente, creo que fue al siguiente. La primera casa a la que nos mudamos estaba cerca de la escuela, así que supongo que iba caminando. No me acuerdo de haber visto a mis compañeritos a corto plazo. Algunas amigas de la primaria sé que también se habían inundado porque vivían en Centenario. Pero no recuerdo mucho más. El contexto era raro y yo estaba transitando una etapa que no era normal, pero tratando de volver a eso. Me acuerdo, por ejemplo, que iba a la biblioteca pedagógica, no teníamos nada obviamente, entonces iba y sacaba libros para leer y era todo una aventura para mi vida. 

De esa etapa tengo presente, sobre todo, esa parte de estar todo el tiempo armando el espacio de nuevo. Por eso digo que para mí, no sé cómo decirlo, la tristeza o si querés el duelo de lo que pasó en la inundación fue mucho posterior, fue más de adolescente, más reciente. Porque además se acumulaba con lo de mi papá. En ese momento no era que estaba feliz y sonreía todo el día, pero sí era como estar todo el tiempo sosteniendo algo, a partir de armar el cuarto. 

En cierta medida yo era la que más podía estar tranquila, haciendo lo que había que hacer, cumplía más ese lugar. Más adelante la preocupación de mi mamá fue que yo nunca lloraba, ni antes ni después, pero eso fue un proceso posterior. En ese momento era llevarlo, era la única que podía, no porque no tenía consciencia, pero de alguna manera lograba sostener cierta normalidad, la mayor posible dentro de todo ese contexto. Además, yo era muy pegada a mi mamá, la acompañaba a todos lados. Con la mirada, muy observadora y no diciendo mucho, por eso después todo eso aparece.

No te digo que éramos una familia desarmada, pero estábamos todos muy mal. Me acuerdo de mi mamá muy desgarrada. También me imagino lo que debe haber sido estar sola con tres hijos en esa situación. Tener que reconstruir todo después de lo de mi viejo y tener que seguir reconstruyendo, volver a hacerlo otra vez más. Para todos era un momento muy especial, así que nos refugiábamos mucho en nuestros grupos de amigos. En un momento mi mamá se entera de que mi hermano del medio fumaba, de que tenía un tatuaje, era todo un caos. Y me acuerdo de mi hermano más grande teniendo que dar mucho soporte a mi mamá, considerando además la cadena de hechos. Mi mamá trabajaba con sus libros, con sus antecedentes, con la computadora. Con la inundación no quedó nada de eso. Cuando nos mudamos se pierde la computadora de nuevo, se quema con el corte. Cuando nos entran a robar, también nos roban la computadora. Entonces era todo de vuelta, era todo otra vez una crisis. Y en eso yo apenas miraba, pero mi hermano más grande tenía que estar sosteniendo a su manera, que era escucharla, porque no había mucho más para hacer. Recién cuando mi mamá compra la casa, después de esos años alquilando, es que vuelve a armarse una idea de encontrarnos todos, pero ya super más grandes. 

Los juguetes de Laura, sucios por la inundación. Foto: familia Falchini-Venturini.

Sobre los medios de comunicación, recuerdo más que nada la radio el día 29, realmente dejando una tranquilidad que no existía, todos los medios repitiendo algo semejante. Creo que mirábamos tele y demás, pero no mucho. Me acuerdo del discurso general, siendo chica y después repetido en la escuela, esto medio naif de la solidaridad, con el eje muy ahí. Cuando iba a la escuela se insistía con que “a Santa Fe la salvó la solidaridad de la gente”. Por suerte, después pude politizar mucho más ese proceso.

En gran parte por mi mamá, que al principio tomó un rol activo en la Carpa Negra. También se encargó mucho de escribir y hablar sobre la inundación, entonces había un relato suyo bastante fuerte en relación a ese momento. Estuvo centrada en el tema de la inundación muchos años. No fue la única militante y activista, así como ella hubo muchas mujeres que estuvieron sosteniendo la memoria un montón de tiempo. 

Ella fue muy activa hasta que en algún momento dijo “bueno, no, tengo que poder rearmar, y si bien esto no se cierra dejo de tener un activismo tan dedicado a esto”. Inclusive me acuerdo de decirle en chiste, pobre, muchos años después, “Adriana no podés vivir con la inundación todo el tiempo a cuesta”. Obviamente, la inundación es algo que marca y mi mamá siempre trabajó con la construcción de la memoria y eso es parte de quien es ella, digamos, también eso picó. 

Son muy largos los procesos que la inundación puede haber despertado, entonces hay alguna posibilidad de reconocer los trayectos y de cuestionar. Como militante política, pude volver a pensarlo, ya con alguna percepción del peronismo que no se quiso hacer cargo ni en el momento ni después. Pero son lecturas que puedo hacer hoy, con mi recorrido. En el 2020 presentamos en la legislatura un proyecto de memoria del pueblo inundado, con la agrupación de la que soy parte, junto con La Poderosa. Pensar este proyecto de ley fue darme la posibilidad de volver a pensar esto y también pensar las responsabilidades de los gobiernos que se replican. Esto es lo más triste, hoy día no hay memoria, o sea, para los más politizados y más de izquierda sí existe un gobierno responsable, pero en el resto ha quedado difuso o todos lo sabemos pero no se dice porque era un compañero el que gobernaba o lo que sea. Entonces todavía hay mucho trabajo por delante. Un trabajo necesario. Se murieron los responsables sin más, la gente votó a Reuteman después. Es complejo, súper complejo, el proceso humano.

Nosotros presentamos el proyecto en el 2020, hicimos una movilización en el 2021 para que salga y una de las cosas de las que hablamos era sobre la cantidad de años que habían pasado. Los niños y niñas que vivimos la inundación ya éramos grandes. Y a la mayoría nos intervino en la subjetividad, que hace que seamos quienes somos. De alguna manera, siento que hay un colectivo de personas que eran más chicas en ese momento con las que te reconocés de alguna manera. Cuando me escribiste en noviembre y ahora otra vez, yo me preguntaba cuánto podía sumar porque fue una experiencia super diferente a otras realidades de niños y niñas. Pero fue parte de lo que pasó, que fue algo muy transversal y general. 

Particularmente en mi historia de vida fue significativo ver la reconstrucción de mi familia y demás. Pero realmente recién ahora de grande pude incorporarla, pensar en cómo me comporto, en los miedos que una tiene y edificar en lo que soy. La posibilidad de hacer memoria, de reconstruirla a partir del proyecto de ley, me dio la posibilidad de decir “esto es parte de mi historia y la puedo resignificar en lo que soy ahora”. A los 11 años era alguien, obvio, pero era alguien muy chiquito y con una personalidad en construcción. Todo lo que me define después, cuando terminé la secundaria, cuando me voy a Rosario, es un ser militante. Efectivamente verla a mi mamá organizada tiene consecuencias, evidentemente hay cosas en la historia que marcan. 

Yo veía un video, lo comparto siempre porque es super impresionante, del discurso del primer año de mi mamá en el acto de la inundación. En ese acto ella dice cosas que son las que yo milito actualmente. Ella dice “que nos den la plata, que nosotros lo vamos a hacer mejor que el Estado, porque nosotros sabemos cómo gestionar la vida cotidiana, lo hacemos siempre y vamos a mostrarles que lo podemos hacer”. Bueno, nosotros siempre decimos que hay muchas cosas que las comunidades pueden hacer y que falta un Estado que realmente esté presente, que apoye esas cosas y que no quiera hacerlo de manera ineficiente como a veces lo hace, que apoye la gestión de las personas, la gestión social. 

Hay algo muy fuerte de toda esa época, insisto, yo la acompañaba un montón a mi mamá, entonces, escuchaba mucho. Esto que decía antes de estar tan alejada de la inundación, de sentirme protegida, puedo recuperarlo, hacerlo parte de mi historia y darle mi sentido, desde el presente, a lo que pasó. Eso te permite llorar, pasarlo al dolor. Porque al principio más bien sentí despojo, no sé si es un sentimiento pero es la sensación de no tener nada, y también mucha incertidumbre, porque no sabía lo que iba a pasar y estaba muy expectante. Probablemente si pienso ahora en una inundación, pienso en angustia. 

Santa Fe es tan rara políticamente y tan rara en relación a la construcción de la memoria con este hecho puntual. Las movilizaciones del 29 en un momento fueron una lágrima, estaban sostenidas por muy pocas personas. Pueden estar resignificadas ahora en los últimos años. Como que también hay algo de una generación que ojalá sirva para construir otros sentidos comunes u otra historia colectiva para la ciudad, porque la necesita. O por lo menos esa es mi lectura personal.

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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