Foto: Gabriela Carvalho

Por Giovi Novello

Si me preguntan qué significa la ley de identidad de género para mí, pienso en muchas cosas… Pero lo primero que se me viene a la mente es mi niñez. Me acuerdo de casi todo, de los miedos, de los sueños, de los olores de la casa y de los juegos. Pero lo que más recuerdo es la incomodidad de no poder decir la verdad. Mi identidad durante toda mi niñez fue mi secreto más profundo, todos los años soplaba las velas de cumpleaños pidiendo el mismo deseo: despertarme siendo un varón; me acuerdo que lo intentaba todo, lo pedía en silencio, le rezaba a quién sabe uno qué. Recuerdo que un día en la escuela escuché que si se te caía una pestaña podías presionarla en tu pulgar con el pulgar de otra persona y un deseo se haría realidad, y lo intenté también. Tenía 7 años. Cuando presioné mis manos con las de mi mamá sólo pude sentir culpa por estar anhelando esto, sentía que había algo que estaba mal, que era algo de lo que no se podía hablar. 

La dicotomía entre mi sentir y el sentir de las personas a quienes yo quería era algo que me tenía todo el día intranquilo, miraba a otros niños, miraba a otros varones: no se parecían a mí. Durante muchos años no encontré las palabras para poder gritar lo que me estaba pasando, lo sentía en la piel y lo sufría en silencio. A mí de niño no me gustaba ir a los cumpleaños, no me gustaba ir a la escuela, no me gustaba ir al club, no me gustaba estar en lugares en donde terminaban separándome y ubicándome con las nenas. Y pienso en esos tiempos… tiempos en los que estar solo se sentía mejor, tiempos en que algunos juegos me hacían llorar. Sí, existieron años que no se recuperan, existieron daños que tardan en sanar. Pero los años pasaron, y un día después de haber probado todo tipo de magias y supersticiones me desperté y decidí que ese iba a ser el último día en ocultar la verdad. Un 20 de julio decidí que iba a ser honesto por primera vez y fue para el resto de mi vida.

Tiempo después tuve la oportunidad de operarme, y ahí estaba yo, viviendo el sueño que tantas veces había tenido cuando era chico, con una ley que me permitía hacerlo carne. Corría el año 2020 y en medio de una pandemia yo me despertaba en un quirófano, pero este despertar era distinto, de alguna forma yo sentía que mi vida volvía a empezar de nuevo. Y esta vez sí tenía ganas de vivirla.

Amigarme con el espejo fue lo primero que pude hacer mientras me rehabilitaba de la cirugía, y mientras las manos de mi mamá, las mismas manos con las que pedía deseos a las pestañas, me curaban la cicatriz, yo empezaba a entender que era merecedor de amor y de cuidado.

Y si, es inevitable tener miedo de despertar un día y que el tiempo haya vuelto atrás, algunos días desconfío estar despierto. Pero por el niño que alguna vez fui hoy me permito abrazarme y amarme trans.

Hoy soy Giovi, soy un varón: y no, no fue gracias a la magia, fue gracias a compañeras y compañeros que salieron a la calle a pedir que de nuestras vidas se empiece a hablar con dignidad.

Foto: Gabriela Carvalho

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí