Feletti se fue, CFK no mandó a renunciar a nadie, y Guzmán toma control de la macro y la micro. A pura pérdida, la coalición de gobierno se desfonda por arriba y por abajo, mientras el presidente deja en claro que no va a dar ninguna batalla que no esté ganada. La inflación vuela y no hay signos de que pare.
Con una tasa de inflación anualizada al 70% no hay futuro para la coalición gobernante, ni ratoneo posible sobre potenciales candidaturas, mucho más cuando todas (incluso la de Cristina) están atada a la suerte del gobierno que conducirá (a su modo, sin pelearse con nadie y al costo de fracturar el FDT por arriba y por abajo) Alberto Fernández hasta 2023.
Primer paréntesis atado a la palabra conducción, una incógnita en diciembre de 2019 pero hoy develada: si el problema de Cristina era que no conducía a la totalidad del peronismo sino sólo a un parte (pero con un 30 a 35% de votos fidelizados) y había que encontrar a alguien capaz de hacerlo, de ser el punto de referencia y autoridad de todas las variantes que la resistían -de manera tal que preferían ser conducidos por Mauricio Macri-, está claro que esa persona no fue Alberto. El presidente no conduce al kirchnerismo, que reclama legítimamente su identidad peronista y que más allá de los votos que aporta, representa una multitud intensa ideológica y políticamente, que se moviliza con un caudal equiparable al de la CGT del atril y los movimientos sociales.
Cristina creyó que Alberto podía ser y sólo ellos saben qué parte del pacto que sellaron en mayo de 2019 no fue cumplido, ese que la vicepresidenta le pide “que honre”. Hoy está decepcionada y se lo dice a sus allegados, lo que enoja al presidente, lo radicaliza en la “doctrina Aníbal” repetida por Martín Guzmán (se gobierna con los que están de acuerdo y los demás que entreguen los cargos) y torna imposible alguna reconciliación, ninguna charla que no tropiece no con retenciones o cupos, expropiaciones o , impuestos o aportes, sino con el desacuerdo fundamental: gobernar forzando las correlaciones de fuerzas o no, exponiendo posiciones antagónicas para retener votos propios y diferenciarse, o pidiendo permisos y colaboraciones solidarias para gobernar.
Por ahora, sólo Massa yendo y viniendo de Casa Rosada a Uruguay y Juncal o marcando los teléfonos de sus allegades para establecer algunas coordenadas sobre el modo de institucionalizar (o no) el FDT y los cruces y operaciones estampados en los diarios.
Cerramos paréntesis no sin antes señalar la última demostración de que Alberto es Alberto, el mismo que se fue del kirchnerismo en 2008 para no pelearse con el campo: más mal que bien asesorado pero fiel a sí mismo, le confesó a Ernesto Tenembaum que no manda un proyecto de ley para subir retenciones al trigo y al maíz porque “son un tema legislativo y necesito que el Congreso acompañe una medida de ésta naturaleza, pero la voy a perder”. Algo así como cuando le confesó a Página 12 que no estatizó Vicentín porque “pensó que iban a salir todos a festejar” y resulta que los que no lo votaron ni jamás lo harán, se manifestaron en contra. Más allá de las contradicciones entre el Ministro de Economía, el presidente y Julián Domínguez, está claro que el peronismo no kirchnerista no se recupera de la derrota cultural de 2008 y legislativa de 2009 (ni siquiera con una inflación mundial de alimentos que augura años de hambruna para los países en desarrollo) y que los kirchneristas que entonces “aprendieron la lección” y hoy acompañan al presidente no están dispuestos a promover nada lo que debilite ni contradiga sus convicciones.
Spoiler: lo que debilita al presidente -frente a su base electoral y a los poderes que lo desafían con todo éxito y permanentemente- son declaraciones como las que mencionamos y dejan claro que “voy a avanzar hasta donde la oposición me deje, ni un paso más”. Angustia y tranquiliza a distintos públicos y es todo pérdida.
Empezó mal, terminó de manera previsible
El anuncio de la absorción de la Secretaría de Comercio por parte del Ministerio de Economía molestó sensiblemente a Feletti pero la entendió perfectamente. El ministro se lo dijo a Gustavo Sylvestre, el foco está puesto en el combate sin balas ni heridos contra la inflación y se gestionará con los que estén de acuerdo con el rumbo fijado por el presidente.
Feletti no tenía pensado renunciar y mantuvo no menos de dos reuniones con Guzmán durante la semana pasada, para definir el rumbo de aquí en más, donde dijo que era indispensable llevar las retenciones al maíz y al trigo del 12 al 15% y elevar hasta el doble las de girasol (hoy en un inconcebible 7%). La respuesta fue clara y fue no. También, Feletti el sábado se reunió con Cristina en su departamento de Recoleta, para analizar la viabilidad de seguir enfrentando la suba de precios en alimentos y energía con fideicomisos y cupos de exportación.
La vicepresidenta cree que el gobierno no dimensiona el costo de un potencial fracaso ante una crisis de escala planetaria. En esa reunión no se habló de la renuncia de Feletti; no fue una recomendación de Cristina para despegarse del programa de gobierno y sus magros resultados. No hubo aviso previo y el presidente anunció la vuelta de próceres y heroínas de la patria a los billetes mientras en los zócalos de todos los canales subtitulaban “primeras declaraciones del presidente luego de la renuncia de Feletti”, un pelotazo.
El ingreso del joven economista Guillermo Hang había sido barajado en Economía ante una eventual renuncia de Feletti y finalmente concreta una decisión política que promete más relevos, quedan los dos Federicos de la Secretaría de Energía y el Enargas: Basualdo y Bernal.
Desde el gobierno aseguran que se busca reformular el loteo horizontal que perjudica la gestión del Ministerio (y de casi todos, dado que no hay acuerdos ideológicos y pragmáticos) para mejorar su eficiencia. También, que hay objeciones tanto para Feletti (por los tiempos y el modo en que se distribuyó lo acumulado por el fideicomiso el trigo) como para los Federicos (de los que depende la implementación de la tan mentada segmentación tarifaria).
En un gobierno donde la falta de coordinación y consistencia ideológica hace que un presidente desmienta a un ministro y otro ministro al presidente en un lapso de 72 horas, es difícil justipreciar dónde están los mayores niveles de ineficacia en la gestión.
Guillermo Hang todavía no dijo una palabra pero es un defensor del rol de la Secretaría acotada a sus funciones y orgánica a la conducción del ministro. Ratificará e intensificará controles de precios y al hilo del economista heterodoxo John Kenneth Galbraith, podrá concretar su visión de que “para controlar la inflación hay que regular los bienes salarios y los salarios también”, equilibrando permanentemente para aliviar tensiones políticas, las que el presidente y el ministro repelen. ¿Retenciones? Sólo si el presidente se decide enfrentarse con los que no se quiere enfrentar.
Siete meses después de No dejen solo a Feletti, la decisión está tomada, la mesa de conducción política que reclama un sector del FDT tiene menos chances que una suba de retenciones acordada con Juntos x por el Cambio, ya no por las restricciones políticas externas sino internas de la coalición.
Faltando un año para la definición de candidaturas, el camino elegido es el que se anunció con toda claridad: Alberto conduce al albertismo en el gobierno, al peronismo que hace culto de la tradición de que el presidente conduce y la vice acompaña en voz alta o en silencio (aunque en éste formato inusual sea Cristina, la dueña de los votos y de las expectativas populares).
Y Feletti tomó debida nota de esto (y seguramente fue sopesado en su reunión con Cristina). Sin más ratoneos, las razones de su dimisión están en la carta de despedida, también su consideración por las investiduras del presidente y el ministro Guzmán y el compromiso con el proyecto político de cara al 2023.
El viernes el presidente declaró que no va a dar ninguna batalla que no pueda ganar, siendo especialista en derecho penal declara que no habrá DNU –recordemos que antes de la pandemia y por la Ley de Emergencia 27.541 se autolimitó para subir retenciones– pues estaría incurriendo en un delito, contrariando lo dispuesto por el artículo 4 de la Constitución Nacional y el 755 del Código Aduanero, que le dan las herramientas para tomar decisiones categóricas en defensa de la mesa de los argentinos y argentinas. A Pagani, a Grobocopatel, a Rocca, a Mindlin, se les pide colaboración, a los millones que hoy alteraron sus consumos alimentarios o saltean comidas por el precio de la canasta básica, se les pide paciencia.
Esto fue sopesado por quien soportó que le bajasen dos subsecretarios (Giorgi y Rovelli) marcándole los límites de entrada, que propuso extender el cepo a las exportaciones de cortes cárnicos para forzar una suba de retenciones, que señaló con nombre y apellido a las empresas especuladoras por aumentos injustificados y señaló que “no hago milagros, lo nuestro es microeconómico e impedir monopolios, pero la inflación requiere de un conjunto de medidas macro”. Nunca estuvo cómodo ni dispuso de las herramientas que creía más eficaces. Más allá del preaviso, su salida estaba cantada.
Progres desafectivizados y gorilas honestos
Hay una sensación de angustia y preocupación que no necesita de éstas líneas, entre quienes sufrieron persecuciones, cárcel, despidos por motivos ideológicos (quien suscribe por ejemplo) o por efectos del industricidio durante la era Cambiemos, esos a los que Cristina dijo que el macrismo nos había complicado la vida.
Alguna vez el presidente le confiaba al autor lo que él había denominado el Teorema Rajoy, surgido de su observación sobre la debacle de la socialdemocracia española a manos del neoliberalismo crudo “porque cuando la gente no puede comer, y azuzada por la prensa opositora, vota cualquier cosa que lo saque de ahí”. Seguro lo tiene presente.
Porque la versión recargada y violenta de la alianza para el desastre que –con roles bien repartidos– encarnan Juntos x el Cambio y Avanza Libertad, promete ajuste, flexibilización y bala sin disimulo. Basta de spots con frases como “si el 25 lo votaste a Scioli, quiero decirte algo importante” o prometer ninguna revolución de la alegría con meditación al aire libre en Palermo o la 9 de Julio. Ellos se diferencian con saña mientras nosotros les aclaramos que “si no colaboran o se avienen a dar debates sobre lo que jamás harían” no vamos a poder gobernar en nuestros propios términos.
Desde aquí pueden escucharse las risas y los comentarios socarrones: es que ésa es precisamente la idea, la trampa que el FDT no pudo evitar y de la que aún no sale. Al decir de Naomi Klein: el frente opositor trabaja sin pausa para que lo que hoy parece políticamente imposible (una caída anticipada del gobierno) sea políticamente inevitable a mediano plazo, en 2023.
Lo que se avecina es tan sombrío que el progresismo gorila, incluso esos sectores de izquierda trotskysta que creen que “contra Macri estábamos mejor”, que miran desde la platea la crisis del FDT, comiendo pochoclo y como si fuese una remake de Titanic (con la diferencia de que ésta peli no tiene final cantado y aún puede reinventarse), piense seriamente de qué lado de la mecha van a pararse, qué correlaciones de fuerzas van tejer cuando gobiernen quienes desprecian profundamente la democracia.
Tanto como una reformulación virtuosa de la coalición gobernante, hace falta una nueva ética de izquierdas que las aleje de algunos de sus patriarcas fundadores, que preferían dictaduras antes que gobiernos peronistas, o negociar con neoliberales pero jamás con coaliciones populistas legitimadas por amplias mayorías populares.