Por Alejandra Ironici
Hoy me toca escribir después de diez años de aquel 9 de mayo 2012 en donde por primera vez las compañeras le ganábamos al Estado el derecho a tener un nombre, un nombre que cambie en sentido estructural mi vida pero no en sentido material. Reivindico que a mis 49 años sigo viva, cuando nuestra esperanza de vida es de 35 años. Sigo resistiendo y resiliendo como en aquel momento en que por primera vez en la historia un grupo de personas travestis y trans con toda la comunidad LGBTIQNB+ entrábamos a la Casa de Gobierno, y no por la puerta de las celdas o calabozos, sino por la puerta grande, la de la legitimación de derechos. Eso ocurrió el 8 de marzo de 2012 y por primera vez sentimos que teníamos la oportunidad de ser consideradas personas, de pertenecer a una sociedad y a una comunidad que nos considerara como personas de primera y no de segunda. Por primera vez, en ese entonces, la provincia de Santa Fe llevaba al debate del Congreso de la Nación, específicamente al Senado, el primer documento de una persona trans tramitado por vía administrativa y refrendado por el Poder Judicial.
En lo personal sentí que el sueño de toda mi vida, el que de chica me hacía bailar folclore, bailar en los carnavales, vestirme de Blancanieves y subirme a una carroza de niñes en mi pueblo natal Tostado, podía ser realidad. Fui una niña que un día soñó que la sociedad no era mala, que yo lo podía conquistar todo. Llegué a Santa Fe con un bagaje de cosas en mi mochila, porque lo único que traje eran mi ropa y mis sueños. Quería ser una profesional, quería enamorarme, formar una familia. Creía que las cosas iban a ser más fáciles. Pero me encontré con otra realidad, otro mundo: más hostil, nada empático, y que me juzgaba por cada cosa que hacía. Hiciera las cosas bien o mal, de igual manera me iba a condenar. Atravesé situaciones que me llevaron a estar al límite, pero sabía lo que quería y lo que había soñado construir en mi camino. A pesar de no tener esperanzas, porque si algo perdés en esos momentos es la esperanza, jamás perdí el amor y la fe de creer en mí misma y de que podía haber un mañana. Fue ahí donde las conocí a ellas, las que me enseñaron, las travestis adultas, las que amé como mi familia, las que tomé como ejemplo, las que visitaba los domingos para comer y festejar cumpleaños, una comida y por qué no un velorio también, porque hasta la muerte digna para nosotras es un obstáculo.
Mi primer acercamiento fue a alguien que siempre quise como una hermana y amiga, una confidente que soñó que la gente podía vernos diferente: Valeria Rodríguez, la One, la Show Woman de Santa Fe. Me acuerdo de que cuando empecé a desandar el camino para lograr tener mi identidad, las primeras notas en diarios eran bizarras y no salíamos ni éramos noticia o moda. Pero un día me llaman diciendo que querían hacer una nota, entonces le digo a Valeria y ella, tan verborrágica, me dice “¡dale, hermana!”. Citamos a la periodista en la casa de mi amiga, en barrio Hipódromo, y ella me decía “voy a poder contar que hago shows para sobrevivir y voy a poder invitar a la gente a ver mis espectáculos”. Pero la nota no fue en ese sentido: querían saber cuáles eran sus clientes y cuál era el ámbito del que venían. O sea, lo que parecía la oportunidad de visibilizar que una persona hacía teatro, o transformismo, que era travesti y que vivía de ese trabajo se terminó derrumbando.
Vale me acercó por primera vez a la comunidad trans, a mi otra amiga y hermana (porque así la quiero) Noly Trujillo, a Carla Suárez, a Chiche Castañeda. A la Coty Fernanda Olmos, a la Marisel (Boty), a Valeria Merlo, a Belén, a Estrellita, a Barby Olmos, a la Ruby, la Shazmin, a Diana Lopez, a Alexia Pucheta, la Pelu y tantas que pasamos indiscutiblemente por su casa. Alguna que otra vez nos habremos subido a esos escenarios y shows que organizaba la gorda Vale, como todas le llamábamos cariñosamente. Fuimos tantas y tantas que ya no están: muchas llegaron a tener su nombre registrado y otras murieron sin él y sin muchas de las batallas que hoy estamos librando.
Pasaron diez años de aquel 9 de mayo de 2012 en donde se convertía en ley uno de los derechos personalísimos de cualquier ciudadane a tener un nombre, una identidad, una imagen, que una persona pueda construirse a sí misma con la autopercepción subjetiva que quiera tener. Dejábamos un cementerio de compañeres que la venían peleando desde la resistencia, desde la época de dictadura militar, desde la época de los códigos de moralidad pública. En 2010 habíamos logrado la derogación de Códigos de Contravenciones en la provincia de Santa Fe, con solo dos años de diferencia con la ley. Ambas fueron conquistas por las que pasamos mucho dolor y sufrimiento, hostigamiento, castigo y marcaron un antes y un después de luchas interminables para una comunidad que solo buscó que podamos ser quienes queríamos ser.
Cumplimos diez años con Ley de Identidad de Género en Argentina, pero es el punto de partida de muchas conquistas para garantizar derechos a una comunidad que jamás los tuvo en materia real. Fueron diez años de luchar incansablemente por garantizar una vida digna que nos permita desarrollarnos, tratando de generar una sociedad más empática y el entendimiento de que la discriminación, el bullying y los actos transfobicos no solo están en una sociedad de las minorías sino de las mayorías.
Hoy nos quedan nuevos desafíos, nuevas conquistas por las que luchar como movimiento travesti y trans de Santa Fe. Nos queda lograr que los municipios, la provincia y la Nación construyan políticas públicas reales y concretas, que permitan salvar el resto de las personas que quedamos vivas con oportunidades. Falta que quienes ocupan espacios de toma de decisiones (no es el caso de la comunidad travesti y trans, que no solemos acceder a esos lugares) puedan mejorar la calidad de vida de quienes la siguen peleando en el territorio sin tener respuestas.
La Ley Integral Trans es un proyecto que está en la Legislatura de Santa Fe y es una necesidad y una oportunidad porque contempla un articulado redactado por nosotres y distintos legisladores. Ese proyecto abarca la educación, el trabajo, la vivienda y la salud: derechos que no están explícitos en la Ley de Identidad de Género. Esa iniciativa es una reivindicación a la resistencia.
También es necesaria la aplicación de la Ley Antidiscriminatoria, para que no sucedan actos impunes en los que cualquiera pueda decir lo que quiera. Necesitamos la modificación de la Ley de Donación de Sangre para protegernos y salvarnos entre todos. Además, queremos que la Ley de Vivienda contemple un programa habitacional -como existen para Ex Combatientes Malvinas o personas con discapacidad. Necesitamos leyes sancionadas por nuestros legisladores al servicio de la comunidad que ayuden a hacer la vida más transitable para todos.
Anhelo que los sueños de esa niña que un día vino a la gran ciudad se conviertan en realidad: poder tener una profesión, una vivienda, un hogar y morir dignamente. Espero que las luchas colectivas les dejen un mejor vivir a nuestras infancias trans, sin tanta falta de humanidad. Que quede para elles un mundo lleno de empatía y amor donde podamos disfrutar más de nuestro ser.