¿Existen realmente especies superiores a la humana caminando por nuestra tierra? Tranquilos: eso no lo vamos a responder en esta nota.
La tierra es redonda. No vengo aquí a hacer un revisionismo de las teorías copernicanas, ni a adentrarme en el mundo del heliocentrismo ni mucho menos. No me voy a remontar a las primeras aproximaciones de Tales de Mileto sobre este tema, ni a los posteriores aportes de Pitágoras, de Platón, de Aristóteles. Vengo a sumergirme en el terreno pantanoso e insensato que consume cada vez más nuestras conversaciones mundanas: las teorías conspirativas. Allá lejos y hace tiempo, cuando en lugar de pantalón se usaba una toga y los hombres se amaban entre sí sin encontrar en eso una afrenta a sus masculinidades, quizás alguno planteó cualquiera de las teorías fundacionales de la física, la matemática o la arquitectura con la misma soltura con la que tu primo ahora esboza, en medio de una reunión familiar, que quizás no es que la tierra es redonda si no que “eso es lo que nos quieren hacer creer”.
En mi corta pero fructífera investigación en el mundo de las teorías conspirativas me he encontrado con un fenómeno que puede carecer de lógica, pero no de belleza. El conspiranoico encuentra en las certezas que se fabrica una suerte de paz mental que le envidio. Pero el terreno en el que más crece es en el de las respuestas que refutan sus hipótesis: para el que se alimenta de las conspiraciones, una respuesta negativa no hace más que engrosar el discurso de que existen poderes mundiales que no quieren que te enteres de la verdad. En síntesis, nunca pierden. Y ya me dirán ustedes si esa no es una forma espectacular de vivir la vida.
Mis investigaciones han estado siempre enmarcadas en la curiosidad que me caracteriza y el compromiso que tengo para con mi público, que me hace querer mejorar todo el tiempo (aunque el resultado final no sea siempre el deseado). He navegado las aguas de Youtube, Reddit e incipientemente la deepweb para toparme con puntos neurálgicos de discusión que harían temblar al mismísimo Chiche Gelblung (hombre que, por algún extraño motivo, ha sido citado varias veces en estas líneas). A saber: la teoría de que la tierra es en realidad plana no es ni por asomo la más descabellada que circula en estos otros espacios cibernéticos. A la mayoría de ellas, por absurdas, las olvidé. Mi mente no fue capaz de retenerlas. Sin embargo, hubo una que logró interpelarme: la de los reptilianos o reptiloides.
A secas, los reptiloides son aquellas personas humanas que nos parecen demasiado extrañas como para formar parte de nuestra misma especie. Un ejemplo claro y largamente citado en todas las discusiones entre personas de Argentina es Santiago del Moro. Con su tez casi transparente, su cutis perfecto y de porcelana, sus ojos tiesos y su jornada laboral de 19 horas por día no sorprende que quizás alguien pudiera llegar a pensar que él no es, en definitiva, del todo humano. O para nada humano, en todo caso. Según Wikipedia, los “reptilianos o reptiloides” son el resultado de “la evolución de una raza inteligente en la Tierra de forma paralela a la humanidad, de origen extraterrestre o intraterrestre, entidades sobrenaturales o los restos de una antigua civilización pre humana”. En la deepweb te dirían que en realidad son un poco todo eso y mucho más.
Ustedes me dirán que esto es parte de una trama de ciencia ficción. En realidad, empezó como un mito o una leyenda que intentaba explicar por qué ciertos humanos vivían más de lo estipulado, tenían penes de tamaños exorbitantes o podían aguantar temperaturas muy bajas sin pegarse siquiera una gripe. Allá lejos y hace tiempo, nuestros ancestros mayas y aztecas podían permitirse este tipo de conjeturas. Ahora, sin embargo, la cosa no cambió mucho. Tendremos internet y algo más de información, pero ya juzgaremos si eso es para mejor o peor. De hecho, en 2016 se realizó un estudio durante las elecciones en EEUU y casi 12 millones de votantes, un 4% del electorado, creía en la llamada “conspiración de los reptilianos”. No puedo enfatizar lo suficiente lo mucho que esto me interesó: 12 millones de yankees creen que las élites mundiales son o están controladas por unos extraterrestres con forma de lagarto que se ocultan entre nosotros, camuflándose entre la gente, usando ropa de Balbi y comiendo bizcochos Don Satur.
En retrospectiva, quizás ellos no entendieron que la trama de V, Invasión Extraterrestre era simplemente de ciencia ficción, y dedicaron su vida a detectar entre las multitudes a las personas que andan disfrazadas de humanos. Dividen incluso entre los “reptilianos de pura sangre”, que son aquellos que no han modificado su ADN, y los “reptilianos híbridos”, que como ya deben imaginarse son los que sucumbieron ante las mieles de aparearse con gente de sangre caliente y engendraron nuevas generaciones de seres más especiales que el humano común pero menos especiales que Thalía (que según los conspiranoicos mexicanos, no sólo es reptiloide sino que además oficia de Alma Mater de ese país para el resto de los de su tipo).
Los creyentes (y adeptos) de esta teoría sostienen dos más: que durante mucho tiempo los reptiloides se ocultaron y que desde las sombras construyeron su poder usando a sus esbirros humanos (los Illuminati, que tienen nombre de banda de cumbia para niñes pero que son una especie de mezcla de masones con Steve Jobs); sin embargo, en los últimos años han preferido hacerse cargo de las tareas de sumisión desde roles más protagónicos.
Es así como Barak Obama, Vladimir Putin, Donald Trump y la Reina Isabel lograron hacerse de todo el poder que se les confirió. No, no por la vía de sistemas preestablecidos de elección. Simplemente, por ser reptilianos. Eso explicaría la cantidad de años vividos por la reina o el hecho de que Donald Trump no pueda salir a la luz del sol y deba adquirir su bronceado en una crema comprada en alguna perfumería de Queens.
Hasta acá, todo esto me resultaba poco más que interesante. Entonces encontré un hilo de Twitter que hablaba de lo verdaderamente importante: los reptiloides se alimentan, sobre todo, de nuestras emociones. En esa lista de gente que vive para molestarnos, para generarnos sensaciones y sentimientos con los que se hacen más fuertes, más indestructibles, aparecen individuos que influyen en la vida de todos nosotros: Mark Zuckerberg, Michael Jackson, Walt Disney, Elon Musk, Justin Bieber, Angelina Jolie, Rihana, Beyoncé, entre otros.
En Argentina, la lista se hace sola: Mirta Legrand, Los Pimpinella, Claudio María Domínguez, Maru Botana, Iván de Pineda, Horacio Rodríguez Larreta, Adrián Suar, Marcelo Tinelli, Silvio Soldán, El Polaco, Valeria Lynch y Yanina Latorre. Twitter y Taringa aportan a esta lista. Disienten en algunas personas, pero estas son las indiscutidas.
Elijo creer que tenemos aquí la punta para desentrañar los discursos de derecha que de a poco se van colando entre nosotros. No es que de pronto la gente quiera que nos gobierne (de nuevo) un club de amigos incompetentes.
A mis cuantiosos fans
Habrán notado, como buenos y fieles seguidores de esta columna, que desde hace un par de semanas ha pasado a llamarse No soy un robot. Esto ocurre por varios motivos, pero son dos los que puedo compartir con ustedes. Primero, es para que se entienda de una vez y por todas que no pretendo aquí esbozar ni una sola idea completa y acabada, ni erigirme como nuevo pilar moral de la nación, sino solamente hacer reír un poco (sobre todo si es esa risa incómoda y natural que nos surge sin que la podamos evitar). En segundo lugar, porque a partir de ahora esta columna formará parte del multiverso de Belén Degrossi, que contará con una saga de once libros auto- exploratorios que se llamarán Acepto los términos y condiciones, dos talleres presenciales que podrán ser encontrados por el título Cómo pagar el mínimo de la tarjeta y vivir para contarlo y mi propia gira por el país con la obra Billetera Santa Fe: el musical. Les pido que me acompañen, me consuman y más que nada me protejan de mí misma cuando empiece a ceder bajo el peso de mi propia fama y mi ascenso astronómico en el mundo del espectáculo.
Todo muy centrado, pero hace falta más profundidad en su exposición literaria, gracias
Del Moro más que reptiliano parece pleyadiano, es muy raro ese muchacho