Memorias Urbanas Feministas colocó una baldosa conmemorativa de Claudia Chapacó, una mujer afrodescendiente que a fines del siglo XIX vendía chipá bajó un ombú en el sur de la ciudad de Santa Fe.
Por Teresa Suárez, Nidia Kreig, Rosa García y Alicia Talsky (*)
El proyecto Memorias Urbanas Feministas dejó su segunda huella en la ciudad con una baldosa conmemorativa de Claudia Chapacó, mujer afrodescendiente que a fines del siglo XIX vendía chipá bajó un ombú en el sur de Santa Fe: un espacio de sociabilidad a la sombra del árbol.
El 21 de marzo pasado, en el Día Internacional por la Eliminación de la Discriminación Racial, la comunidad afrodescendiente reimplantó el ombú de la chipacera y tuvo lugar la inauguración de la segunda baldosa de Memorias Urbanas Feministas. Un retoño del árbol original, de 1830, se había caído el 1º de enero de 2019. En ese mismo lugar, en Avenida Illia y 9 de Julio, integrantes de la Casa de la Cultura Indoafroamericana “Mario Luis López” plantaron el nuevo ombú.
Memorias urbanas feministas es un proyecto que aspira a crear un itinerario urbano específico, a través de baldosas de la memoria a modo de huella/ marca, que visibilicen la presencia y la agencia femenina en la ciudad y su historia. En marzo de 2021 se aprobó como ordenanza, presentada por la concejala María Laura Spina e impulsada por las historiadoras Teresa Suárez, Rosa García, Alicia Talsky y Nidia Kreig.
Las baldosas como huellas vuelven a darle entidad a las realizaciones de las mujeres, en ellas se materializa la memoria, la reconstrucción de sus vidas, proyectos y acciones. En tanto marcas, generan un puente entre tiempos y generaciones, recuperando del olvido esas necesarias memorias feministas.
A pesar de los avances conquistados en materia de derechos de las mujeres, los espacios públicos de las ciudades aún permanecen configurados androcéntricamente. Mientras la percepción del sentido común los considera neutros y universales, la experiencia ciudadana de varones y mujeres en el espacio público difiere. El diseño urbano prioriza y fomenta una manera de ver la ciudad, donde la representación, los usos y necesidades de sujetos no privilegiados han quedado invisibilizados. De esta manera, el espacio público es el escenario donde se generan y reproducen las desigualdades sociales.
En general, la toponimia heredada –refiere a la conmemoración de acontecimientos vinculados a los varones de la elite que ejercieron la actividad política, militar, constitucional o jurídica–, y olvida al conjunto de las mujeres.
Según refiere la ordenanza, las baldosas buscan "promover y visibilizar la presencia activa de las mujeres en la narrativa urbana desde una perspectiva de género" así como también "Enriquecer la historia común compartida y aportar a la experiencia de las mujeres del presente genealogías feministas con historia" y "Visualizar en la trama urbana los derechos vulnerados, las violencias sociales e institucionales contra las mujeres y las múltiples resistencias del universo femenino frente al poder". Además del itinerario urbano que van trazando, el proyecto contempla un conjunto de materiales educativos que contribuyan a promover la participación ciudadana en acciones concretas que visibilicen la historia de las mujeres.
El itinerario de Memorias Urbanas Feministas inicia junto a comunidades originarias
Un espacio emblemático de la sociabilidad afrodescendiente
El Río de la Plata estuvo vinculado a la trata esclavista y en ese marco Santa Fe no fue distinta al resto de las ciudades coloniales hispanoamericanas. La violencia de la esclavitud, el mestizaje, y la impronta hegemónicamente blanca de la historiografía produjeron una invisibilización de su existencia histórica y su agencia cultural.
Desde su llegada a América como esclavas, las africanas esclavizadas, fueron consideradas “cuerpos” atados al trabajo, en la ruralidad y la urbanidad, siempre ligados a producciones y servicios. En el ámbito doméstico se desempeñaron como “amas de leche”, amamantando a los hijos de las señoras de la elite. Ignoradas por la Historia de mirada colonial, racista, biologicista y eurocéntrica, las afrodescendientes fueron construidas como salvajes, cargaron sobre sus cuerpos una mirada hipersexualizada y –junto a los varones- fueron consideradas inexistentes en una sociedad que se idealizaba blanca y europea.
Sin embargo, las mujeres y el pueblo africano en su conjunto recrearon su propia identidad y enriquecieron la nuestra, aún en medio de las relaciones de opresión impuestas por la cultura dominante. Esta resistencia empecinada, rebelde, nos legó músicas, vocablos, sazones, danzas que impregnan y embellecen nuestro común paisaje cultural. Entre los espacios emblemáticos de la sociabilidad afrodescendiente se encuentra El Ombú de la chipacera, dirigido por Claudia Chapaco.
Con esta marca, queremos tanto visibilizar la presencia y la agencia de las mujeres afrodescendientes y su comunidad, como dar cuenta de la existencia de un mercado “informal” de trabajo, que tenía a las mujeres como principales protagonistas: la venta ambulante. Trabajo devenido en oficio por la mera práctica, situó físicamente a las mujeres en el espacio público. En muchas regiones latinoamericanas ellas aún habitan los mercados y plazas públicas, vendiendo toda clase de productos. Constituyen, a su modo, un nexo “informal” entre áreas urbanas, periurbanas y rurales. Vinculan la economía a pequeña escala (familiar) con actividades mercantiles. Desde muy jóvenes, casi niñas, ingresan al mercado laboral sin que ninguna legislación las proteja, y aportan –de este modo– al sustento familiar. Tejer, hacer cerámica, coser, preparar bebidas y comidas para vender fueron actividades desempeñadas por las mujeres de las clases bajas, originarias o afrodescendientes.
Desde fines del siglo XIX, el crecimiento urbano, la expansión de las actividades productivas y de servicios, las migraciones, y de conjunto el proceso “modernizador” del Estado, configuraron un dinámico mercado de trabajo atravesado por marcas de género, etarias y étnicas, en el que las mujeres se incorporan de modo subordinado. Aunque las mujeres siempre trabajaron dentro y fuera del hogar –paterno y/o conyugal– su trabajo era naturalizado en el espacio doméstico e infravalorado en la remuneración, fuera de él.
Dentro de una estructura social y familiar patriarcal, los aportes económicos de las mujeres eran considerados un complemento, en el mejor de los casos un “ahorro” femenino, de la economía familiar, que no competía con el rol jerarquizado del varón proveedor. Sin embargo, en familias con bajos ingresos, el trabajo femenino, e incluso el infantil, hacía a la estructura económica familiar. Hay que considerar también la condición de las mujeres “solas”; es decir, sin marido, quienes estuvieron a cargo de sus grupos familiares.
Siete baldosas
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- Cautivas segunda mitad siglo XIX: mujeres y niñas de pueblos originarios capturadas en campañas militares y luego repartidas entre familias de la elite santafesina Lugar: San Jerónimo entre Moreno y Buenos Aires.
- Ombú de la chipacera, fines siglo XIX: espacio de sociabilidad donde Claudia Chapacó, afrodescendiente, elaboraba y vendía sus chipás. Lugar: Av. Illia y 9 de Julio.
- Parteras Diplomadas: Primera Escuela de Parteras de la ciudad de Santa Fe (1910-1922). Lugar: 3 de Febrero y San Martín.
- Trata y explotación sexual de mujeres, finales siglo XIX hasta 1936. “La Maison París” uno de los sitios que funcionó en nuestra ciudad. Lugar: Monseñor Zaspe, ex Buenos Aires al 3700.
- Amelia Larguía, pionera de la investigación arqueológica. Sociedad Científica de Santa Fe fundada en 1927. Lugar: Escuela Industrial Superior.
- Maestras activistas en la huelga de 1921. Antecedente de la creación de la Asociación del Magisterio de Santa Fe (1928). Bv. Gálvez 950.
- Primer Centro Feminista 1906. Fundado en la sede de la antigua Biblioteca Cosmopolita. Macedonia Amavet primera presidenta. Salta entre 9 de Julio y 1º de Mayo.
*Este texto compone la fundamentación de Memorias Urbanas Feministas.