Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso.
J.L. Borges
Yo quiero mucho a Buenos Aires, pero también tengo otras patrias, puedo pensar en Adrogué, en Montevideo, en Austin, en Ginebra, sobre todo; espero tener tantas patrias como ciudades he visitado.
J.L. Borges
¿Son contradictorias estas frases de Borges? ¿El hombre que cantó como nadie a Buenos Aires (1) y eligió morir en Ginebra? No lo creo. Si cualquiera tuviera el privilegio de vivir algunos días en diferentes ciudades de diferentes países, ¿es probable que también podría sentirse ciudadano del mundo y, a la vez, sentirse parte de su patria por su pasado, heredero de “las proas que vinieron a fundarme la patria”? La sinécdoque se abstiene de reservar a las personas el privilegio aludido. Ni siquiera “descendemos de barcos” sino de esa parte que empuja al mar hacia adelante, una parte mínima, si se quiere, en contraste con la tarea que, según la frase, les cupo: crear para él, y no para todos, la patria. No una, sino, justamente, aquella que todos sabemos que nos pertenece.
(El imperativo “arda” es una exageración).
Este comienzo vino a la mente cuando, en el aniversario del 25 de mayo, yo expresé mis vacilaciones con respecto a “sentirme” patriota. Y hubo amigues que replicaron manifestando su sentimiento de pertenencia, lejos de mis, llamémosle, dudas.
Viene el turno de referirme a otro argentino muy famoso, más que Borges, el Che: “Fijaba estos relatos preliminares solamente para recordarle que pertenezco, a pesar de todo, a la tierra donde nací…”. No hacen falta más comentarios; en este caso, todos sabemos su historia en otras tierras: Cuba, Bolivia.
Mis dudas vienen a ser presentes sobre qué sería la patria. Dicen que no es un territorio, tierra inerte. Sin embargo, no veo que haya una patria que abarque una parte de la Argentina y otra del Uruguay, por ejemplo. Claramente es un lugar físico geográfico. Y adentro viven muchos grupos de personas bien diferentes: ciudades para Borges, el lugar donde nací para el Che. Culturas diferentes, lenguajes diferentes. Sociedad rural y barrios de gente pobrísima. ¿Y un territorio les da algo en común? No lo creo. Tengo más que ver con una jubilada universitaria griega o brasileña que con los empresarios argentinos.
¿Los antepasados? La sangre también es materia inerte. Mi abuela, con tres hijos de más de siete años, cruzó en una “proa” para encontrar una patria diferente, más acogedora, para su descendencia, y, antes de dormirse, hablaba en árabe, la lengua de su propio lugar.
Más allá, la promesa de la gran patria latinoamericana que soñaron San Martín, Bolívar, y el grupo Lula, Néstor, Rafael Correa, etc., y que tantas dificultades ha tenido, traspasando sueños e ilusiones de poder torcerle el brazo a los nacionalismos mezquinos.
Y, también más allá todavía, la discusión Stalin-Trotsky sobre expandir o no el socialismo en otros países; una revolución internacional o el fortalecimiento de la propia.
El lugar es algo inerte; los antepasados, inciertos. De allí que los nacionalismos más feroces son fascistas. Y que una frase muy feliz de Marx haya sido: “Proletarios de todos los países, únanse. No tienen nada que perder excepto las cadenas”.
Y, sin embargo, cuando escucho el himno y cuando revivo la fiesta del 2010 que nos regaló Cristina, esa frase: “la patria es el otro”, me vuelve a emocionar. Porque no se trata de materia inerte: se trata de la vida.
(1) Obviamente todos sabemos que para Borges la patria no es Argentina, sino Buenos Aires. Más, dijo, algunos barrios sueltos por ahí. Si mal no recuerdo, lo dice cuando vuelve de Salta, a Bioy.