El mundo de las criptomonedas se está tornando cada vez más confuso. Por suerte estamos nosotros para desinformar.
Siempre, en algún lado, hay una fiesta a la que no te están invitando. Desde que el viento es viento que el mundo se construye sobre el pilar de las desigualdades. Sobre todo, porque no todos llegamos a la información y a la evolución al mismo tiempo. Me imagino a esos primeros hombres que descubrieron el fuego admirando esa fogata, estupefactos, conscientes de que podían transformar el gesto de prender la hoguera en un aprendizaje para todos los de su tipo. Ahora imaginense si entre aquellos hombres primitivos uno, uno sólo, el más pillo, hubiera propuesto guardarse el secreto. Si hubiera convencido a los demás, desde la retórica o el uso de la fuerza, de no democratizar aquel conocimiento. Si se hubiera erigido como el portador del fuego. Si después, llegado el momento, hubiera construído alrededor de algo que todos podían hacer pero que nadie sabía cómo un sistema de creencias, una ideología, un marco conceptual que lo convirtiera a él no ya en un igual, si no en el único capaz de producir tal magia. Se crea un nombre, se construye una marca, se populariza, se masifica su imágen al borde del delirio místico, y cae rendido años después bajo el peso de su propio cuento. Un cuento que, probablemente, arrancó con un “¿querés ser tu propio fuego?”.
Esta larga y contrafáctica introducción es para mostrarles dos cosas. En principio, que sé escribir lindo. En segundo lugar, que las estafas son más viejas que orinar en los árboles, y que existen porque siempre habrán de existir dos factores imprescindibles: la inocencia y la necesidad. Ese es el caldo de cultivo en el que cada diez o quince año se gestan las verdaderas pandemias de este mundo: la que comienza con un tipo (usualmente blanco, heterosexual, de clase media alta y aburrido) que te dice que él está viendo algo que vos no ves. La vida, el roce social, su inconmensurable intelecto y una cuantiosa cantidad de tiempo libre le han dado la posibilidad de ver más allá de lo inmediato. Él porta las verdades. Y él te las va a vender.
A veces siento que la vida no es más que una simulación en la que nos atraparon hace más o menos veinte años, y que vivimos adentro de una eterna propaganda de Spragette en la que todo el tiempo nos están vendiendo el nuevo invento que revolucionará al mundo. Sabemos, porque la historia así lo indica, que eso rara vez es cierto. Pero ¡qué maravilloso es pensar que alguien tiene todas las respuestas! Y, a fuerza de ser sincera, es cierto que algunos de los inventos del Llame Ya! Si nos cambiaron la vida. El teflón, por ejemplo, a mi me ha hecho un 37% más feliz. No así el “Tap Tap Chopper”, que permitía en teoría cortar los alimentos de forma simple pero prolija, y que terminaba generando una pasta de vegetales incomible bajo sus cuchillas sin filo. Ni el “Magni-Ear”, que prometía transformarnos a todos en servicios de inteligencia, pero que sólo generó lesiones leves en los tímpanos de quienes alguna vez los probamos.
En fin, todo esto para decir que creo que la trama de las cryptomonedas va a terminar decantando en alguno de estos ejemplos. No tendrá el poder del teflón. Aunque puede resultar igual de pesado y nocivo para la salud.
Así como les digo que escribo bonito, también les digo que escribo desde la ignorancia. He intentado infinidad de veces entender ese mundo de blockchains y NFTs sin ningún resultado positivo. Como alguien más inteligente que yo dijo, el mundo crypto combina todo lo que no entendemos de economía con todo lo que no entendemos de computación. En ambos campos yo he sido siempre autodidacta y, por consiguiente, un desastre. Sumaré a este análisis un dato que no me parece menor: el mundo crypto es un universo intrínsecamente masculino. No sólo masculino: protagonizado por millenials y centennials, con discursos cercanos a este liberalismo de cabotaje que supimos conseguir. Estoy un poco cansada de que los hombres me expliquen cosas. Será que durante milenios vienen estando a cargo de vendernos los nuevos descubrimientos que nos van a hacer la vida más fácil, y eso lo único que nos ha conseguido hasta ahora es un mundo más desigual. Sospecho ahora que esa vida “más fácil” es para ellos, y no para todos. Perdón si desconfío.
Así que de por sí no puedo sentirme interpelada a depositar mis magros ahorros (casi inexistentes) de mujer trabajadora en un nuevo prototipo de dinero que un varón de 23 años me sugiere desde una cuenta de TikTok. Perdón si no la estoy viendo. Ustedes me dirán que alguno de esos pibes es el próximo Steve Jobs. Yo les diré que Steve Jobs ya era un muchacho acaudalado cuando pensó el imperio de Apple en el garaje de su casa. Diré también que no sé qué tanto nos ha cambiado la vida un hombre que generó una marca a la que sólo puede acceder una mínima fracción de la población mundial.
Quiero aquí dejar algo muy en claro: no tengo nada en contra de las criptomonedas como tampoco lo tengo contra los productos Apple, que me parecen hermosos y quisiera acceder a comprarlos porque hace veinte años que los vengo viendo en la televisión. Esa es la verdadera propaganda de Spragette de la que no me puedo salir. Estoy en contra, en realidad, de la fetichización. Espero, de todo corazón, que sepan apreciar el uso de esta palabra.
Me molesta que ahora los cryptobros (como a mi me gusta decirles) estén en todos lados. Suelen usar ropa cara pero fea, andan todo el tiempo con el teléfono en la mano, y su tono es constantemente el de la exaltación digna de quien acaba de descubrir la pólvora. Vapean, mucho. Andan con sus barbas prolijas y sus cigarrillos electrónicos mostrándonos que son hombres, pues sus caras de niños de secundaria nos dicen otra cosa. Se crearon un mundo al que nos están invitando, quizás como contrapartida de sentirse excluídos de un mundo que de pronto se pinta inclusivo y con los mismos derechos para todos, todas y todes. Debe ser frustrante que de pronto tus privilegios se evaporen, incluso los que se construyen sobre la base de las desigualdades o de las violencias.
Así que no quiero decir que las feministas tenemos la culpa de que surjan las cryptomonedas con su filosofía rara y sus estafas pero ¿adónde están cada vez que cae el Bitcoin? ¿No piensan hacer nada?
Hay un terreno que nos estamos perdiendo, como el de sacar criptos con nombres del estilo “Misoproscoin” o “LGBTereum”. El problema es que, como ya sabemos, la mayoría de nosotres estamos más bien sin recursos económicos como para andar timbeándolos en la nueva ocurrencia de turno.
Es un combo letal, el de esos pibes. Creen que inventaron algo que ya se hizo varias veces. Es una suerte de mercado de valores, envuelto en un discurso de superación personal, charlas motivacionales y mucho batido proteico. De a un video de Tiktok a la vez se convencen de que están cambiando el mundo y probablemente lo están haciendo. El de ellos, en todo caso.
Han creado una burbuja que no es sólo financiera: mercantilizan la frustración. Han construído un nuevo sueño al que la mayoría de nosotres no vamos a poder acceder. Se sentirán importantes en su mundo de palabras en inglés como hablando de shorts y longs, de traders y apalancamientos, de “proyectos” detrás de las criptomonedas que algún estudiante de literatura escribió en esa pasantía en una agencia de publicidad y marketing que le quitó el alma durante un semestre. Construirán un imperio que será descentralizado pero que probablemente se resquebrajará frente a la recesión en EEUU, una guerra o el aumento del precio del petróleo. Como todos los imperios anteriores, y los que están por venir.
Y sobre todo, no pararán de hablar de esto. Ante la mínima posibilidad, te harán saber que ellos fueron pioneros. Que la vieron, cuando vos no la viste. Que se hicieron millonarios y que fue con esfuerzo y con sudor. Que salieron de la nada y conquistaron ese mundo confuso que se crearon para jugar. Con convencimiento. Como ese tío que sólo te cuenta que va al Casino cuando logra hacer saltar la banca.
Hola Belén. Cómo bien decís tu artículo habla desde el desconocimiento e incluso desde la confusión. mezclas tantos prejuicios en un solo artículo dónde citas otros artículos pero no los mencionas. Hay ciertas verdades que escribís pero a las la potencia de despertar la curiosidad, de aprender, de investigar. Desde tu opinión querés captar la atención de cierto público que quiere leer lo que escribís y eso dista de seriedad ya que solo busca vender tu opinión. Mi nombre es Diego y quizás no encaje en el perfil del cryptobro que vos conoces pero de todas maneras cuando quieras te puedo compartir info (no enseñar) y mi experiencia
Hola Diego: lo que está claro es que Belén os ha retratado. Yo también tengo un amigo crypto (crytomate) y se ofende cuando le llamo cryptobro. Pero lo es. Las criptomonedas es pura especulación. Es puro liberalismo. Sólo espero que os lo paséis bien jugando con estas cositas pero no arrastréis a economías enteras al desastre regularizando ésto. Estás bien para entreteneros y ganar o perder, pero no nos hagáis creer que es la panacea, por favor, porque nos iríamos al garete. Ya sólo con la energía que se usa en minar... ¡el planeta a la mierda! ¡Un saludo!