A fuerza de influencers y de proliferación de fórmulas y recomendaciones, el ideal de cuerpo-bello parece ir dejándole lugar al de cuerpo-sano. Asoma aquí, la imagen de la célebre novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray.
Cada época tiene Ideales y marcas que nos llegan de la mano de quienes nos alojan y nos constituyen, particularmente, padres y madres, claros representantes del mundo al que llegamos. En psicoanálisis llamamos significantes-amo a estos trazos que determinarán inconscientemente las decisiones del sujeto en su vida ulterior adulta. ¿A qué refiere esto? Los tecnicismos pueden -aunque no siempre- darnos una mano. Cuando hablamos de Ideales nos referimos desde Freud a aquellos horizontes construidos socialmente, que trazan un camino y orientan hacia el porvenir a modo de búsqueda hacia adelante de aquello que nos antecede. Paradójicamente, los ideales nos orientan hacia un horizonte en el cual se espera alcanzar lo que ya está en el deseo del Otro -ese lugar no ocupado por nadie en particular y en el que ubicamos, a razón de este vacío, a figuras tales como padres, madres, educadores, patria, o cualquier otra que otorgue sentidos a la vida del sujeto. Así, buscamos en el futuro reproducir el pasado, en el sentido de llevar adelante un “proyecto” ideado, aún antes de nacer, por Otro.
En relación a los significantes-amo, señalemos que remiten a aquellas, palabras, frases, o gestos que tienen valor de representar a medias, en un devenir discursivo, al sujeto. Verbigracia, podríamos ubicar el ser sano, activar, relajar, vida saludable como elementos discursivos que se escuchan cotidianamente y marcan ciertos pasos.
Al respecto, nos preguntamos, qué ideales de cuerpo habitan hoy cuando escuchamos en el consultorio, en instituciones y en otros escenarios de la vida cotidiana, un empuje hacia un cuerpo que no envejezca y que se mantenga activo y sano. Es notorio que los argumentos y preocupaciones por el cuerpo han ido virando desde un tiempo a esta parte. Antaño, particularmente en la década del 90, el ideal de cuerpo bello y delgado empujaba a una vida de resignaciones y sacrificios en pos de alcanzar dicho Ideal, ocasionando en no pocas personas, síntomas y actos ubicados en los llamados cuadros de anorexia nerviosa o bulimia. En nuestra contemporaneidad, el ideal de cuerpo-bello parece ir dejándole lugar al de cuerpo-sano. Asoma aquí, la imagen de la célebre novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, en la cual el protagonista ve cumplida realmente la negación de los efectos físicos del paso del tiempo, al perdurar joven, mientras su retrato padece el deterioro.
En consecuencia, cambian los sentidos pero cierta lógica perdura, postulándose directivas sobre la alimentación, la actividad física o las emociones. Sin embargo, si tomamos el tema de la alimentación, es importante aclarar que comer no se limita a un acto de ingerir nutrientes. Los hábitos alimenticios no pueden circunscribirse al hecho de repetir fórmulas universales sobre qué debemos ingerir, cómo, cuándo y con qué frecuencia. El desconocimiento de la dimensión erógena de la mirada, del acto mismo de ingerir, así como la ignorancia del valor simbólico que cada quien le otorga a sus acciones cotidianas, conduce a nuevas modalidades de exigencia, generadoras de malestar añadido. Por consiguiente, no alcanza con educar en hábitos saludables desatendiendo la satisfacción que acompaña nuestros actos, más allá de las funciones fisiológicas.
Con respecto al tema, es fácil constatar la proliferación en redes sociales, en medios de comunicación y aún, en propuestas médicas y psicológicas, la indicación de modificar hábitos alimenticios e implementación de actividades físicas, que por lo general constituyen nuevas ofertas en el mercado. No obstante, el psicoanálisis nos revela que no nacemos con una idea de cuerpo, y en tal sentido, estamos implicados en la tarea de edificar un cuerpo conformado también de imágenes y palabras. Incluso el cuerpo biológico es también una construcción que realizamos, a partir de herramientas provenientes desde las ciencias biológicas, y que no escapan al malentendido y a las particularidades de las construcciones sostenidas en el lenguaje. Es así que cuando escuchamos hablar de una idea universal y de una vez y para siempre sobre el cuerpo, debemos estar advertidos del equívoco estructural que le es inherente.
Si damos lugar a la afirmación de Jacques Lacan acerca del goce, entendido como lo que no sirve para nada, nos orientaremos hacia lecturas que pueden conducir a la suspensión del empuje a otorgar sentido a aquello que nos aqueja. En consecuencia, vaciar de sentidos absolutos a los tormentos puede proveer cierta liberación de tensiones y producir placer concomitante. Porque, asumamos, el deber ser sano atormenta. No el ser “sano”, colocando allí lo que cada sujeto pueda, puesto que, alimentarse adecuadamente, realizar actividad física y aún la actividad de meditación, pueden muy bien constituir fuentes de bienestar para nada desdeñables. Lo que interesa demarcar es aquello que silenciosamente está presente en los empujes a dichas actividades que devienen imperativos que alejan al sujeto de experiencias de placer y conducen, contrariamente, a modos de presentación del sufrimiento. En tal sentido, es el deber-ser -siempre universal y aplastante-, generador de actos y decisiones, que en el fondo no son más que satisfacciones dolorosas y costosas para estar a tono con los ideales de la época.
Esto nos conduce a varias reflexiones de las que aquí quisiera tomar al menos una. Los estragos a nivel de las generaciones que se encuentran construyendo su edificio subjetivo, intentando tener un lugar en el mundo, son complejos al no contar con Ideales sólidos por fuera de ellos, dado que ellos son el ideal para la sociedad. Los adultos ven en el ser joven, activo, volátil, flexible en los proyectos de vida, un ideal que intentan cumplir siguiendo, por ejemplo, las indicaciones de influencers que muestran cómo se puede ser alegre, despreocupado y exitoso con solo trabajar el cuerpo, meditar y comer sano, y todo eso en simples recetas que no llevan mucho tiempo y que están al alcance de la mano.
Cuando el sujeto llega a formularse una pregunta sobre lo que le sucede singularmente, sobre sus impotencias a la hora de sostener esas indicaciones aceptadas colectivamente -y no por eso menos complicadas-, escuchamos cierto pedido de auxilio en relación a quitarle peso a ser el Ideal para la época, dirigiendo el reclamo al Otro sobre orientaciones que frágilmente estuvieron presente.
Esta demanda al Otro es, en cierta medida, por un lugar que les permita a los sujetos advenir y no ser objetos de vidriera para el mundo adulto alienado, como Dorian Gray, con la imagen de quien nunca envejece.