Relato de Joana Belén Cornaló, 9 años en abril del 2003, residente entonces de Chalet.
Mi nombre es Belén Joana Cornaló, tengo 28 años. Soy de Santa Fe, desde hace tres años estoy viviendo en Córdoba, en Villa Carlos Paz. Hace unos meses me recibí de Acompañante Terapeútica. Actualmente, estoy trabajando en una casa de construcción.
En el 2003 yo tenía 9 años, vivía en el barrio Chalet, con mi hermana más chica, mi papá y mi mamá que estaba embarazada. Estábamos a dos cuadras básicamente de la cancha de Colón y cerca del Maxiconsumo que es un super conocido de esa zona. Para entrar directo al corazón del barrio tenés que ubicarte en las calles Dr. Zavalla y Jujuy, de ahí para abajo.
En ese momento estaba haciendo la escuela primaria, iba a la Juan José Paso, que queda en en el centro, en San Martín y Boulevard. Me movía hasta ahí en transporte escolar. Y además hacía natación en el club Unión.
La situación estaba complicada ya unos días previos al 29 de abril. Había un clima de inquietud e incertidumbre en la familia, que se venía el agua, que no se venía, que el terraplén, que subía el río Salado, que no subía y así. Me acuerdo que lo primero que se inundó fue la zona de barrio Cabal, que está un poco más al norte, donde viven mi tía y mi abuela. Nosotros estábamos más al sur.
La noche anterior todo el barrio estaba despierto. Me acuerdo que cuando a eso de la una llegó mi papá, que en ese momento trabajaba de noche, era empleado gastronómico, nosotras todavía estábamos levantadas. La atención estaba puesta en escuchar la radio y ver la tele, para saber si subía el río o no subía. Toda la gente estaba inquieta justamente por eso. Mi papá, en la desesperación y de no pensar, ponía papas en la cañería del baño porque decía que en teoría iba a hacer tope y el agua no iba a llegar. Y así un montón de otros vecinos también improvisaban. Habían subido la cama con ladrillos y todo ese tipo de cosas. Por eso digo que la noche anterior y ese día a la mañana estuvo muy inquieto el barrio. Todos ponían bolsas de arena en la puerta, pero pensaban que no iba a pasar nada tan grave, nadie se lo esperaba, nadie se imaginaba agua a esa escala.
La mañana del 29 yo me fui del barrio. Ese día, a la salida de la escuela nos pasó a buscar el papá de una compañera para ir a Colastiné Norte, al camping STIA. Su familia vivía ahí, cuidaba el lugar y casualmente ese día nos había invitado a todas las chicas a dormir allá. Así que ese día que me voy pierdo contacto con mi familia, porque al mediodía se inunda todo. Si bien estábamos en este camping, la televisión y la radio estaban encendidas todo el tiempo para saber qué estaba pasando. Me acuerdo que en un momento levanté el teléfono para llamar a mi casa y ya no me daba. Llamaba y llamaba y ya nunca más nadie atendía. Durante una semana no los vi a mis papás, ni tampoco supe nada de ellos. Llamábamos y no había forma de contactarlos.
Yo había salido apenas con la mochila de la escuela, tenía puesto el equipo de gimnasia azul, el tradicional, me había llevado un jean azul y un buzo amarillo cangurito. Te juro que me acuerdo porque son cosas que te quedan. Tenía esas dos mudas de ropa, creo que una de ropa interior y un par de medias, nada más. Eso fue lo único que saqué de mi casa.
Era chica, obvio, extrañaba, quería irme con mi mamá, pero nadie podía ubicarla. Estuve una semana con la familia de mi amiga, si bien jugábamos todo el tiempo, yo quería volverme. Hasta que una semana más tarde mi papá, que sabía a donde trabajaba el papá de mi compañera y demás, llega al lugar y le explica a dónde estaban evacuados. Los papás de mi amiga le decían que se habían imaginado la situación, pero bueno, estamos hablando del 2003, en ese momento ellos no tenían celular. El celular era un privilegio, lo que había era teléfono de línea. El de nuestra casa había quedado bajo agua, olvidate, y mi papá no sabía el número del teléfono fijo de la casa donde yo estaba. Una cosa llevó a la otra, así que estuvimos una semana perdidos.
Lo que pasó ese 29 en mi casa es que alrededor del mediodía el agua empezó a subir. Mi mamá dice que tiene recuerdos de que estaban en la vereda y que de un momento a otro empiezan a ver cómo el agua empieza a subir y a subir, empieza a salir de las zanjas, el baño empieza a rebalsar. Fue cuestión de minutos tener el agua a las rodillas. Mi mamá se acuerda de que mi papá le dice “váyanse ustedes dos”, en referencia a Mili, mi hermana que tenía casi 2 años, y mi mamá que en ese momento además estaba embarazada de Junior, un hermanito más chico que tuvimos. Cuando salió, lo único que mi mamá agarró fue a mi hermana y un bolso vacío. De la desesperación se fue sin plata, sin pañales, sin nada.
Justo la calle Jujuy, donde vivíamos, queda en una bajada. Así que mi mamá subió hasta Dr. Zavalla, que es un poquito más alto, sin saber a dónde ir. En esa esquina se encontró a una conocida, una vecina que le dijo “vamos a Centenario que allá el agua no va a llegar”. Así que se fueron juntas a Centenario, creyendo que no se iba a inundar porque está la cancha de Colón haciendo de barrera, porque está la avenida J.J. Paso que es alta. Pero tanto Centenario, como Chalet y San Lorenzo, están todos en un pozo. Así que a las dos o tres horas otra vez todos a correr porque se estaba inundando también ese barrio.
El agua llegó ahí hasta el primer piso. Entonces todos empezaron a salir por las ventanas, en un clima de desesperación, porque había chicos, había otras embarazadas. Mi mamá dice que se acuerda de que la agarró a mi hermana y se subieron a una canoa, a la que también subieron otras chicas que estaban ahí, que se agruparon espontáneamente. La idea era salvarse de alguna manera, llegar esa noche a pasarla bien, seguras. En la canoa eran tantas y el agua subía con tanta fuerza, que a una de las chicas que estaba con ella en el bote se le cae el bebé al agua y desaparece. Testimonios como esos hay varios, que han perdido a alguien en el trayecto de subirse a una canoa, de pasarse por una ventana, de tratar de hacer algo, de la misma desesperación creo yo. Mi mamá me dice que nunca se va a olvidar de esa chica que se quería tirar al agua, pero obvio, el agua remolineaba, venía con fuerza. Debe haber sido terrible.
Mi papá salió de casa después de mi mamá, ya con el agua al hombro, con la perra. En la esquina de enfrente de nuestra casa había un galpón que estaba vacío, entonces los vecinos de la desesperación, lo rompieron, entraron y con unos tablones que había ahí construyeron una especie de estantes en las alturas. No pudieron salvar casi nada, mi papá apenas subió un televisor, otro vecino un colchón y así, cosas mínimas. La realidad es que en ese momento no se pudo salvar básicamente nada.
Cuando mi papá se quedó intentando salvar cosas y mi mamá se fue, ellos se desencontraron, se perdieron. Mi papá se quedó en el techo. Mientras tanto, mi mamá estuvo con mi hermana dos días evacuada, yendo de un colegio a otro. Como se armaban registros de las personas que pasaban por los centros de evacuados, mi papá salió a buscarla. En un colegio le dijeron que estuvo ahí y que la mandaron al Domingo Silva y cuando fue allá le dijeron que ya no estaba, que la mandaron a otro lado. Al final, la encontró en mi escuela primaria, la J. Paso, que también funcionaba como centro de evacuados. De ahí, fueron a autoevacuarse a un departamento junto con otras personas y a la semana aparecí yo.
Mi mamá me contó que esos días que pasó en los colegios dormía con medio ojo, porque estaba ahí, tirada con una frazada medio húmeda, en un colchón. Cuenta que agarraba a mi hermana y que se quedaba, medio sentada, medio dormida de a ratos. Era todo un círculo de precariedad. Lo poco que tenías capaz que te lo robaba el de al lado de la desesperación. No te podías bañar. Todo era incómodo, todo daba miedo, todo te asustaba.
Cuando consiguieron ubicarme a mí, volví con mis papás. Yo pensaba que ellos estaban en la casa de algún pariente, un familiar, no sabía dónde, pero al final estaban parando en un departamento de una conocida del barrio, junto con otras familias. El departamento estaba en Facundo Zuviría y Mariano Comas, casi llegando a Boulevard. Era grande, tenía un salón, unas cuatro o cinco piezas, un baño bastante amplio, una cocina comedor y un patiecito interno. En ese espacio dormíamos diez familias. Había adultos y chicos.
Tanto mi papá como mi mamá estaban sin trabajo en ese momento en que estaba todo parado. Los compañeros de trabajo de mi papá del área gastronómica nos ayudaron muchísimo, nos traían comida y demás. A partir de ahí fue comenzar a buscar los subsidios, cajas, colchones, frazadas, porque no teníamos absolutamente nada. Aunque era chica, yo me acuerdo de muchas cosas y una de las cosas que recuerdo es que me largué a llorar al verla a Mili, mi hermana, después de tanto tiempo. Mili estaba vestida con ropa prestada, porque no tenía más su ropa. Me acuerdo de sentir primero esa nostalgia de no verlos y después que el reencuentro fue lindo y simultáneamente duro, porque se dio totalmente en otro lugar, donde no había nada mío.
En ese departamento estuvimos unos quince o veinte días. Hacíamos todo en conjunto, nos dividíamos en grupos tratando de organizarnos para cumplir tareas. Como era más bien chica, lo que hacía mi mamá lo hacía yo también. Un grupo iba a buscar las cajas de alimentos, otro grupo salía a buscar colchones y frazadas, otro grupo se ponía a limpiar la cocina y otro limpiaba la pieza y el baño.
Si bien en ese momento estábamos en una casa, no teníamos nada para cocinar, teníamos un techo apenas. Ni siquiera teníamos un vaso para tomar agua. Así que recibíamos esas cajas de alimentos básicos que traían aceite, polenta, harina y alguna que otra cosa. También recibíamos donaciones. Mi tía, la hermana de mi mamá, en ese momento iba a una iglesia evangelista a donde íbamos a buscar comida con un tupper. En ese contexto, todo tipo de iglesia evangelista ayudó muchísimo, con ropa, comida, ollas populares. Tengo recuerdos de salir a pedir ropa, porque no tenía qué vestir, de ir a las iglesias, de ir a hacer colas, básicamente para poder comer.
Si bien en ese momento había mucha gente que donaba, también había mucha gente que se quedaba con parte de esas donaciones y donaba lo peor, por así decirlo. Incluso hasta el día de hoy hay muchas empresas que dicen que han donado y sin embargo a Santa Fe, o por lo menos a mí, hablando de mi caso personal, nunca me llegó nada. Las grandes empresas dicen que han donado un montón de cosas, pero no se distribuyó o no se supo, por ejemplo, yo nunca tuve unas zapatillas Adidas que me hayan donado.
Tengo recuerdos de mi mamá y mi papá preocupados, viendo cómo seguíamos o cómo empezábamos más bien, porque ya no teníamos nada. Ahora siempre lo contamos y nos reímos, esto de mi papá poniendo papas en la cañería y ese tipo de cosas, pero la verdad es que era una situación de mucha preocupación. Me acuerdo de mis papás preocupados.
De los medios de comunicación me acuerdo solamente de escuchar que tal empresa donó cosas, de prestar atención para saber a dónde daban algo, a dónde ir a buscar. A la tele no la registro mucho, era más bien por radio. Me acuerdo de escuchar que en tal punto al día siguiente empezaban a dar frazadas, así que a la mañana siguiente a primera hora teníamos que estar ahí para buscarlas. Incluso me acuerdo que los colchones de mis papás, de la cama grande, durante bastante tiempo fueron cuatro de esos finitos que estaban dando. Se habían armado su colchón de dos plazas así. Almohadas no teníamos, así que usábamos frazadas dobladas para que quedaran un poquito más altas.
Durante los quince o veinte días que estuvimos en ese departamento más o menos, mi papá volvió varias veces a la casa. Se armaron grupos de vecinos, más que nada hombres, que iban rotando por días y cuidaban los techos de las casas. Dormían en los techos por las noches y durante el día se sumergían en esa agua podrida, que estaba estancada, para ir sacando cosas, que ponían arriba de los techos para que se vayan secando. Agarraba bolsas de algo y las subía, si eran ropas las dejaba secando. Era la manera de ver qué se podía rescatar en ese momento.
Ya cuando el agua bajó fuimos a limpiar y era terrible. Era terrible ver toda tu casa en ese estado, por ejemplo, todas las maderas hinchadas, todo dado vuelta, todo cubierto de barro, muchos animales muertos. Nosotros en ese momento teníamos pájaros, pobrecitos los pájaros, las jaulas mi papá las sacaba ya te imaginás cómo. Mi papá siempre nos contaba que en esos días que estuvo arriba del techo con unos vecinos veían pasar los cuerpos por las noches, cuerpos de animales y humanos. Incluso, mi abuela, que vivía cerca de mi casa, un poco más atrás, en barrio San Lorenzo ( lo que es Entre Ríos al 4300 hoy) cuando volvió a su casa después de quince días, al bajar el agua, se encontró con un cuerpo atascado en un árbol en su patio. O sea que vos ibas a limpiar y podías encontrar de todo.
Hubo muchos muertos. Hay una realidad y es que mucha gente no tenía otro familiar. Imaginate, personas a las que les tocó pasar esto con sesenta o setenta años. Muchas personas se enfermaron o fallecieron a causa de esto, de la depresión por haber perdido el esfuerzo de toda su vida en una catástrofe natural. No quiero entrar en denominaciones que no corresponden, pero bueno, ante una catástrofe, así sea por política o natural, la depresión mata. A esas muertes nadie las tiene en cuenta.
Me acuerdo de caminar y ver el barrio tras la inundación. Nos volvíamos a reencontrar con los vecinos. La imagen que tengo es de la misma gente ayudándose. Vos tirando cosas, tus vecinos tirando cosas y otro vecino juntando las cosas que fueron descartadas. Siempre había uno que recibía más ayuda o que tenía un trabajo que le permitía salir adelante más que al otro. Mi papá sacó roperos enteros con las maderas hinchadas y la gente decía “pero eso si lo ponemos a secar nos sirve y nos armamos un ropero nuevo”. ¿Me entendés? Es como que había gente que realmente no iba a poder recuperarse, así que del mismo descarte te ayudabas también. La imagen es esa, gente revolviendo la basura que vos tirabas y vos también buscando algo en la basura que tiró el otro.
Nosotros limpiábamos nuestra casa una cierta cantidad de horas, un determinado tiempo, después nos íbamos y volvíamos al otro día. Una de esas veces que volvimos encontramos muchas cosas en nuestro patio. Viste que en la locura de que sacás, limpiás, qué sé yo, era confuso, pero una cosa es que vos digas no me acuerdo que limpié y dejé esta montaña de mugre acá, otra cosa es que hayan aparecido cosas que no son tuyas. Cuando hablamos con un vecino sobre tal cosa que nos apareció, descubrimos que era suya. Al vecino de al lado, que le gustaba coleccionar herramientas, le habían robado toda su colección de años y una parte la habían puesto en mi casa. Él recuperó ese poco de herramientas gracias a que nosotros le dijimos. Después habían sacado las griferías de nuestros mismos baños, habían saqueado de otra casa un juego de inodoros, había garrafas, todo estaba en nuestro patio de adelante. Resultó que habían agarrado nuestra casa de bunker, estaban preparando para llevarse todo. Así que recuerdo a todos los vecinos en casa buscando todo lo que no era nuestro. Viste que crisis para uno, oportunidad para otros. En ese caso, los saqueos estuvieron a full. Por eso hubo un tiempo en que mi papá se quedó a dormir en el techo.
La casa en que nos había agarrado la inundación era alquilada, entonces nos teníamos que hacer cargo de algo que no era nuestro. Así que mi papá se quedaba a dormir, pos inundación también, por los robos. Él contaba que había cualquier tipo de bicho, mosquitos, serpientes. Dormía con un ojo abierto, por si le picaba algo, porque no sabía. Era todo un riesgo, más allá de la inundación en sí.
Mis papás encontraron, en estas zambullidas en que mi papá se metía al agua a buscar cosas, la lata de los ahorros que tenían juntos. Eso ayudó un poco, pero la verdad es que desconozco cuánto era, sé que pusieron a secar los billetes. Lo que es equipos de música, televisores, teléfonos, aparatos electrónicos, nada sirvió, hubo que tirar todo.
Fotos, perdimos un montón. Incluso, mi mamá es la típica que guarda las carpetas del jardín, la ropa del jardín, bueno, todo eso se perdió. Ese tipo de cosas lamento haber perdido, cosas nuestras y fotos. En vez de tener un cajón entero, ahora tenemos una cajita cuadradita con algunas fotografías.
Nosotros estuvimos viviendo en ese departamento que mencionaba alrededor de dos semanas, después nos fuimos de la abuela de mi mamá, mi bisabuela, a donde estuvimos dos semanas más y ya después alquilamos una casa. Mi papá pudo volver a trabajar y cobramos los subsidios que en ese momento eran de entre 2000 y 4000 pesos, una cosa así. Como que dijimos “ya es hora de arrancar de cero”. Entonces, alquilamos una casa en Blas Parera y la curva Rossi, por esa zona más o menos, bien en diagonal al colegio, al lado de la vía, en pasaje Cayastá, en barrio Las Flores, cerquita de Cabal. Ya no volvimos a vivir en Chalet.
En esa fase teníamos sobre todo cosas prestadas, por ejemplo, una mesa con patas de caña, dos sillas y un catre que era mi cama de entonces. La cama de mis papás era de algarrobo, aunque estuvo quince días bajo agua, la secaron, la limpiaron, la lijaron bien, la barnizaron y la pudieron recuperar. Pero no fue más que eso. Todo el resto era prestado. Me acuerdo que nos sentábamos en garrafas y les poníamos unos almohandocitos que también nos habían prestado. No teníamos platos, ni vasos, ni heladera, ni cocina, ni colchón. Absolutamente nada.
Encima la casa que habíamos alquilado era enorme, pagábamos 300 pesos de alquiler. Era una casa medio antigua, con dos habitaciones gigantes, un comedor living muy grande, una cocinita y atrás tenía una especie de salón, un quincho con el asador adentro, un patio enorme. Así que nos sobraba espacio por todos lados, si no teníamos absolutamente nada. De modo que para mí la inundación, en mi caso familiar y personal, fue como empezar de vuelta. Fue un empezar de cero y ver realmente el sacrificio, siendo tan chica.
Además de nosotros, otros familiares estaban inundados. Mi abuela, la mamá de mi mamá, que vive en Cabal junto con mi tía, se inundó. Mi otra tía que vive en el mismo barrio también se inundó. Realmente, muchos conocidos se inundaron. Mi abuela incluso tuvo que volver a vivir a la misma casa, porque económicamente no tiene condiciones de irse a vivir a otro lado. Ella remodeló un poco su vivienda, la pintó, tiró algunas paredes, volvió a construir. Pero la realidad es que lo que pasa en esas zonas inundables, por así decirlo, es que el agua filtra. Santa Fe es una zona de mucha humedad y el agua se filtra por las paredes. Los días de mucho calor se ven el piso y las paredes húmedas, frías.
Volver a la escuela fue, al principio, raro. Me acuerdo que encima era una edad media compleja, no sé cómo describirlo, pero es como que sentís un poco de vergüenza de decir que perdiste todas tus cosas, sentís que no querés invitar a ningún compañero a tu casa porque no tenés nada. Por suerte, los chicos de mi grado de ese momento eran buenos compañeros, no me hicieron sentir mal, hasta el día de hoy sigo hablando con muchos de ellos. La verdad que en ese sentido re bien. Justo en mi clase yo era la única inundada. Muchos de mis compañeros vivían en barrios como Mariano Comas, Fomento 9 de Julio, Candioti, otros vivían más al norte pero a donde no había llegado la inundación. Era la única que se había inundado de mi grado. Y te juro, se salvaron los útiles porque estaban conmigo ese día. Tenía mi mochila azul y bordó con carrito, junto con esas dos mudas de ropa que me había llevado, el pantalon azul, el cangurito amarillo y el equipo de educación física que tenía puesto aquella mañana. Pero sí, sentía vergüenza de ir siempre con la misma ropa a la escuela, porque no tuve otra cosa para ponerme hasta que alguien me dio algo o hasta que empezamos a poder comprar cosas como un guardapolvo nuevo. Pero no fue tan duro, fue más que nada esa vergüenza. Volví a la escuela, pero no retomé natación, nada de ese tipo de actividades.
En el 2007, cuando hubo otra emergencia hídrica, nos volvimos a inundar. En esa ocasión quedó la marca del agua en la casa, hasta un poco más arriba de la rodilla. Esa vez llegamos a subir todo, embolsamos todo y subimos todo al techo. Además, teníamos una cucheta que estaba separada, entonces subimos una cama arriba de la otra y en la más alta pusimos bolsas y todo lo demás. Me parece que ahí nos fuimos a la casa de una abuela. Estuvo unos tres o cuatro días el agua, no fue mucho. Mi papá se había quedado otra vez en el techo, cuidando y limpiando. Fue muy cerquita, apenas cuatro años después del 2003.
Cada vez que cuento que soy de Santa Fe, cuando estoy en otro lugar, me preguntan ciertas cosas puntuales sobre la inundación. Incluso a mi novio, que es cordobés, le conté todo y él me pregunta más, quiere indagar. Hablar de la inundación quedó como algo emblemático de Santa Fe.
Si tuviera que describir la inundación a partir de un sentimiento, yo diría miedo. Tuve miedo, mucho miedo en esa primera semana de quedarme huérfana de familia, por así decirlo, esos días en que no podíamos ubicar a mis papás por ningún lado. Si me retrotraigo a ese momento, a esos días que pasaba en lo de mi amiga, tuve mucho miedo de ser tan chica y quedarme sola. Eso es lo único que podría decirte. Ahora bien, si la pregunta la traslado a lo que veía en mis vecinos más grandes, a mis papás no tanto porque no era su casa, pero a las personas que les costó tanto construir su casa propia y la perdió, diría que había mucha bronca. Gente enojada, triste más bien.
Obvio que el relato sirve mucho, el relato vivo por así decirlo. Justo hoy antes de la entrevista anduve por esos barrios. Fuimos con mi novio a visitar a mi familia. En Cabal, donde viven mi abuela y mi tía, todavía están pintadas las casas, los paredones hablan de Reutemann, echándole la culpa, hay referencias a cuestiones que pasaron en ese momento, siempre vienen recuerdos de la catástrofe. Los barrios no son los mismos después de la inundación, y eso que estamos ya casi veinte años después. Todo lo que es Santa Rosa de Lima, atrás del Hospital de Niños que también se inundó, es increíble, nunca más pudo volver a ser igual. Hay muchas casas que quedaron abandonadas o la gente vive así, la pintó un poco, la revocó apenas por encima de todo eso feo. Los barrios realmente están muchísimo más deteriorados, no volvieron a recuperarse. Ni hablar de esos que están más bien olvidados. Parecen barrios olvidados, Santa Rosa de Lima, Cabal y hacia el fondo.
Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.
Más de Niñas y niños de la inundación