“La cura. Memorias invertidas”, de y con Gastón Onetto, estrenó en la Sala Marechal del Teatro Municipal.
De espaldas, agachado, vemos un culo de varón. Tabú, placer, belleza, vestido de colores, baile. La figura se mueve de a poco. Los pies y los músculos se marcan en las piernas al ritmo de la música, como insinuando que algo está por pasar. ¿Qué es lo que nos dice? ¿Cómo se cuenta una historia con el cuerpo?
Ese culo pertenece a La Marique, una de las facetas del personaje que protagoniza La cura. Memorias invertidas, creada e interpretada por Gastón Onetto. Se trata de una obra tragicómica, que cruza danza y teatro con una búsqueda muy precisa por lograr paisajes sonoros y una poética visual de luces y sombras.
Como intérprete Gastón hace de todo: tiene escenas con textos extensos, con distintos tonos y pronunciaciones, canta y baila. Al principio juega a hacer reír al público. Hacia el final se intensifica como presencia única en el escenario.
El actor es además psicólogo y educador popular. Viene del palo de la danza contemporánea y del entrenamiento en antropología teatral junto a Ana Woolf. Entre otras puestas escénicas hizo la coreografía de Foto de señoritas y esclusas, escrita por Arístides Vargas y dirigida por Ana Woolf; formó parte del elenco de Cantata de tierra y mar, creación colectiva también dirigida por Woolf y es asistente de dirección en Las entenadas. Invocación de danza y paisaje, dirigida por Eugenia Rocés.
El equipo de La Cura. Memorias Invertidas se completa con Nati Fessia y Viviana Quaranta, las codirectoras junto a Gastón; Antonio Rocha, codirector en danza; Ariel Constanzo como creador de la poética visual; Vicky Barr y Edu Figueroa como productores musicales; Lautaro García Fontana, de TORA, en el vestuario -parte fundamental de la puesta- y Carolina Tacca, encargada del registro audiovisual.
A su vez, Viviana Quaranta asistió a Onetto en la dramaturgia. Nati Fessia hizo su parte en el proceso de construcción de los personajes y es la diseñadora gráfica. El elenco agradece, entre otras, la colaboración de Mariana Mosset y de Mauricio Centurión.
Hasta que se estrenó, el viernes 8 de julio en la Sala Marechal del Teatro Municipal 1° de Mayo, la obra pasó por distintas etapas. Comenzó siendo una escena, la de La Marique, un personaje construido con la técnica de parada de manos. El culo, loco y sensual.
La dramaturgia y puesta en escena de La cura nacieron a partir de un proceso personal, el de Gastón, que se reconoce como sobreviviente de los Esfuerzos por cambiar la Orientación Sexual y/o la Identidad de Género (ECOSIG). Las mal llamadas -porque no hay nada que curar- “terapias de conversión”.
En Argentina no hay leyes específicas que protejan a la población de las ECOSIG, sino lo que se dice legislación indirecta, como por ejemplo en la Ley Antidiscriminación o de Salud Mental. El joven, acompañado por la abogada Paula Spina, pudo denunciar al profesional de la salud involucrado en la imposición de esa forma de violencia ante el Tribunal de Ética del Colegio de Psicólogos de Santa Fe. El resultado: una resolución que reconoce a las ECOSIG como una violación a los derechos humanos.
La experiencia de Gastón, impulsada por un psicólogo pero también con un fuerte sesgo religioso, no solo llevó a la denuncia formal sino también a la denuncia a través del arte. “Un día me encontré haciendo el personaje de un monje, es una forma de canalizar todo lo que había vivido”, recuerda Gastón, sobre los comienzos de la puesta, en entrevista con Pausa después de uno de los últimos ensayos antes del estreno.
El actor empezó además a indagar sobre las organizaciones que promueven las ECOSIG y que -asegura- siguen existiendo en Argentina y en el mundo. “Le empecé a dar lugar a un montón de información que tenía guardada. Después de que el monje dijo un par de cosas, surgió la necesidad de hacer algo más transformador y de hacer la denuncia formal, pero a eso lo sentía muy oscuro”, detalla Gastón. La idea de la obra surgió como parte de esa militancia: “Más allá de que sancionen o no a ese profesional, no le puede seguir pasando lo mismo a las nuevas generaciones: es necesario contarlo y visibilizarlo. Quería que sea desde el lugar de la transformación y que no sea hiper personalista sino que pueda resonar en otras subjetividades a través del humor, del juego y el ritual, no de la lástima ni de la victimización”, explica el artista.
Como puntales en ese proceso están quienes integran el equipo creativo y técnico. Una red de amigues y artistas que sostuvieron y acompañaron el proceso de denuncia y el armado de la obra, la escritura, la coreografía, la construcción de los personajes y la estética de la puesta.
“Hemos visto un montón de cosas hermosas venidas de la heterosexualidad, pero ha sido el modo hegemónico de ver el mundo durante mucho tiempo y hay una epistemología que traemos en todo este hacer, un saber y una forma de conocer y experimentar el mundo que compartimos las disidencias”, destaca Gastón. Resalta la importancia de esa red de apoyo, y celebra saberse parte de “un montón de mostraje compartiendo estética, humor, danza, teatro, música, un montón de cosas bellas”.
La obra, como señala Viviana Quaranta, es sintética. Hay mucho para decir y mucho sufrimiento implicado en contar una historia como la que cuenta la obra, que es la de Gastón pero se expande a muchas otras. La narrativa está en cada decisión del vestuario, en la música, en los movimientos y en los objetos, que se activan poéticamente junto a las luces que forman parte de la escenografía.
El monje, por ejemplo, habla con acento de pastor brasileño evangelista pero viste un hábito de fraile, túnica marrón con capucha, que data de la Edad Media.
Lo tragicómico, como sus hacedorxs definen la puesta, está condensado en las dos dimensiones del personaje. Hay un gesto muy potente en eso. Es una obra creada desde la oscuridad, que pone luz sobre aquello que denuncia, no sólo en el sentido de visibilizar, sino que permite que el personaje viva su propia liberación. Que abrace su identidad y la viva plenamente, conectándose con su cuerpo en una danza de puro placer.
En la primera parte, cuando el monje se presenta, parodia los lugares comunes sobre la iglesia y su discurso sobre la homosexualidad. Hace reír con líneas como “Dios está en todas partes pero donde hay mucha inversión, ahí está más presente”, mientras prohíbe la ropa de colores, escuchar Beyoncé y comer pepino, zapallo, coreanito.
A medida que avanza la obra llega a la esfera de la intimidad y a la pregunta por la fe. Como puede preguntarse cualquier adolescente solo y confundido, La marique le pregunta a Dios si realmente existe. Si sabe lo que están haciendo en su nombre. Si es verdad que los odia, si es verdad que ser así está mal.
“Los operadores que llevaban adelante las ‘terapias’, ¡eran unas locas bárbaras! Eran muy amables, se les salía por todas partes, pero estaban muy asumidos en ese papel”, marca Gastón. De la mano de sus mostras aliadas en la música, en la danza y en la luz, del monje saldrá otro ser. El personaje que al principio hace casi un stand up, hacia el final regala una danza hermosa y pequeños ritos compartidos como el del canto. Se saca la túnica y se muestra, por fin, como es.
Poco antes del estreno de La cura, cuando Arístides Vargas y Charo Francés de Malayerba pasaron por la ciudad, dieron una lectura sobre el presente del teatro en América Latina. Hablaron de un teatro latinoamericano que se nutre de los conflictos políticos y sociales y los lleva a la escena a partir de las experiencias subjetivas de esas realidades. Es un teatro que no hace enunciaciones políticas, sino que recrea y comparte vivencias como forma de narrar y resistir.
La creación de Gastón es parte de ese teatro que busca nuevas formas para contar la historia, para que lo oscuro no se repita y la luz pueda alcanzar a todes.