La Selección femenina consiguió pasaje al Mundial 2023 y dio inicio a una nueva etapa, con la vuelta de jugadoras claves y los primeros pasos hacia la fundación de una identidad futbolística.
En 2019, a pocas semanas de finalizar el Mundial de Francia, un grupo de futbolistas de la Selección Argentina con la capitana y emblema Estefanía Banini a la cabeza, quedaron marginadas de la lista para los Panamericanos de Lima e hicieron público un reclamo buscando un cambio de rumbo necesario para el crecimiento del equipo.
Ese reclamo le costó a Estefanía Banini, Ruth Bravo, Belén Potassa y Florencia Bonsegundo, no volver a ser convocadas por el entrenador Carlos Borrello, quien estaba al frente de la Selección –con algunos períodos sin actividad en el medio– desde hacía casi dos décadas.
Entre ese Mundial de Francia 2019, que se presagiaba como “bisagra” para el desarrollo de la Selección, y éste presente con el reciente tercer puesto en la Copa América de Colombia pasaron tres años, y mucho tiempo perdido. Recién en julio de 2021 la AFA decidió mover las fichas en la conducción del equipo nacional para, al menos, intentar jugar diferente y, en consecuencia, obtener resultados diferentes.
La llegada de Germán Portanova, entrenador que venía de un exitoso proceso en UAI Urquiza, fue una bocanada de aire fresco. “Coincidimos con las chicas, ellas pedían a gritos no acoplarse todo el tiempo atrás, no jugar al pelotazo y quedarse cerca del arco. Fuimos como anillo al dedo: ellas, que querían este tipo de juego, y yo, que lo vivo y lo siento de esa manera”, dijo el entrenador tras el partido final de la Copa ante Paraguay, en diálogo con la periodista Ayelén Pujol.
Portanova tardó casi ocho meses en volver a convocar a Estefanía Banini a la Selección. La mendocina, de buen presente en el Atlético de Madrid y elegida en el 11 ideal de la FIFA, era reclamada como una pieza clave del equipo y, también, como un estandarte en la lucha por mejorar al equipo nacional y al fútbol femenino en general. En un país con un movimiento feminista activo y masivo, la exclusión de una deportista por haberse atrevido a hablar y luchar por lo que consideraba justo, no pasó desapercibida. El nombre de la 10 fue cobrando cada vez mayor relevancia y su ausencia estuvo muy presente en cada convocatoria.
“Estoy priorizando al grupo”, repetía una y otra vez Portanova cuando le preguntaban por las futbolistas que aún no eran parte de su ciclo. De a poco fueron volviendo: Bonsegundo primero, Bravo después y finalmente, en marzo de este año, Banini. La oriunda de Cañada Rosquín, Belén Potassa, es la única que no retornó al equipo.
“Es difícil hablar, estamos en un país en el que se castiga a quienes hablan. Es difícil, pero al mismo tiempo es valedero y es lo que se necesita: hay que hablar, no solo en el fútbol sino en cualquier área”, dijo Banini a Relatxres desde la concentración argentina en Colombia. Su castigo por luchar parece haber terminado, aunque las heridas, tal como ella misma lo dijo, van a estar siempre.
Es por acá
Argentina llegó a esta Copa América con un objetivo máximo: clasificar de forma directa al Mundial de Australia-Nueva Zelanda 2023. A ese objetivo le seguían otros dos: llegar a la final para conseguir también un pasaje a los Juegos Olímpicos de París 2024 y, por supuesto, intentar ganar el trofeo en juego.
Con Brasil como las eternas candidatas y un equipo local en fuerte subidón futbolístico y apoyo total por parte de su público, Argentina tenía bastante claro cuál era su lugar más posible: colgarse la medalla de bronce y el último ticket directo a la Copa del Mundo. Objetivo cumplido.
El equipo de Portanova perdió en el debut ante Brasil (0-4) y en las semifinales ante Colombia (0-1). Luego le hizo cuatro goles a Perú, cinco a Uruguay y uno a Venezuela. El duelo por el tercer puesto ante Paraguay estuvo cargado de la épica que todo equipo necesita, ese partido fundacional para recordar.
Hasta los 77 minutos Argentina fue perdiendo por un gol en contra de una de sus mejores jugadoras en el certamen, Romina Nuñez. Lejos de caerse, el equipo dio una muestra de carácter y siguió buscando. El arco se abrió para las nuestras desde los pies de quien sería, finalmente, la goleadora de la Copa América: Yamila Rodríguez. La misionera fue con los puños cerrados y el corazón inflado en el pecho a guapear en campo guaraní y consiguió el empate. A los 89, cuando todo parecía encaminado a los malditos penales, Florencia Bonsegundo hizo lo que mejor sabe hacer: golazos salvadores cuando se están muriendo los partidos. Un tiro libre para encuadrar. Como aquel penal contra Escocia en Francia, para la histórica remontada que terminó 3-3. Y cuando las gargantas aún no habían terminado de gritar ese gol, Rodríguez volvió a hacer de las suyas y sentenció el 3-1 final.
El fútbol femenino sigue creciendo en la Argentina. Ojalá que el gran logro conseguido en la Copa América no se esfume como el Mundial bisagra y sea, de una vez por todas, el comienzo de un camino de gloria y derechos ganados.
No lo miran por TV
Entre las cosas que auguraba el exitoso Mundial de Francia, estaba el crecimiento de la difusión de la disciplina. A aquella competencia fuimos apenas un puñado de periodistas, la mayoría de forma autogestiva. Para esta Copa América se esperaba otro tipo de apoyo, pero nada más lejano: solo tres periodistas argentinas pudieron estar en Colombia y los medios públicos no se hicieron con los derechos de trasmisión de la Selección Argentina.
Ni la TV Pública ni DeporTV, que televisan la Primera División femenina de AFA, tuvieron la Copa América en sus pantallas. Que una competencia oficial de la Selección mayor no esté en la televisión abierta es violatorio del artículo 77 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (26.522), que establece: “Se garantiza el derecho al acceso universal a los contenidos informativos de interés relevante y de acontecimientos deportivos, de encuentros futbolísticos u otro género o especialidad”. ¿Se imaginan algo así con la Selección masculina?
La TV Pública llegó a la Copa América recién para la semifinal. El anuncio no fue bien recibido ni por algunas futbolistas ni por buena parte de la hinchada que ya había pagado DirecTV para seguir el torneo o pescado links de dudosa procedencia. "Está muy claro que falta compromiso. Nosotras teníamos mucho en juego, no solo por nosotras sino por las que vienen atrás. Si no ganábamos esto, el fútbol femenino iba a caer y no le iban a dar bola”, señaló Yamila Rodríguez. “Lo que pasó la otra vez, que pasaron el partido por TV Pública, a ninguna nos gustó, porque si van a apoyar al fútbol femenino que sea desde el principio. Yo tenía a mi familia que no tenía DirecTV y así como juegan los chicos, nosotras también queríamos salir".
Los medios públicos no pueden atar las transmisiones a tal grado de exitismo. Y si no se televisan los partidos, si la gente no las ve, no las conoce, no empatiza con el equipo, no habrá ese mentado interés de las audiencias ni llegarán los ansiados sponsors que hagan “rentable” la disciplina.
Del otro lado del mundo, pero como muestra y ejemplo: la final de la Eurocopa femenina entre Inglaterra y Alemania fue el partido con mayor asistencia en la historia de la competencia, tanto femenina como masculina, con casi 90 mil personas en Wembley. Y tuvo una audiencia televisiva máxima de 17 millones y de casi 6 millones en BBC iPlayer y en el sitio web y la aplicación de BBC Sport.
El fútbol femenino crece en el mundo, hay más entrenadoras, muchas más jugadoras y un público creciente. En Argentina el panorama no es diferente, las futbolistas ya demostraron que van a dejar todo por los colores: ahora falta decisión política para que ese desarrollo sea sostenido.