Un libro noir con mucha sangre derramada y tonada norteña: reseñamos “Tanino”, la primera novela de Pablo Cruz.
Podría no ser un error asegurar que, salvo para las culturas occidentales, la naturaleza es sagrada. La llegada del hombre blanco desconoció, entre tantísimas otras cosas, esa adoración de la gente por el cielo, los ríos, las montañas y los árboles, que enseguida se transformaron en trofeos y moneda de cambio.
Esto pasó y pasa alrededor de todo el mundo, el continente y nuestra propia provincia de Santa Fe.
Al final del siglo XIX, harto conocida la historia, la compañía inglesa La Forestal arrasó con dos millones de hectáreas del Chaco Austral, esclavizó y masacró a sus hacheros y se fue impune. El desastre social y el ecocidio cometido por estos ingleses fue el más dañino de la historia para el país. En escenarios afectados por los piratas es que transcurre la macabra historia de Tanino, la primera novela de Pablo Cruz.
Este libro podría tranquilamente ser el fragmento de una larga y mundana historia de un pueblo o de un grupo de gente. La extracción del tanino, la defensa vegetal contra las infecciones, es el proceso industrial que profana la naturaleza del lugar y funciona también como metáfora de la podredumbre que misteriosamente avanza en estas páginas.
Aunque el desarrollo de la historia no es lineal, todo parece empezar con la llegada de una chica inglesa llamada Vicky a algún punto del norte santafesino. Alrededor de Vicky y su misión poco clara de encontrar una foto, conocemos a otros personajes cuyos nombres van titulando los capítulos sucesivos. Entre otros: Daniel, el que se empareja con la inglesa; Chamorrito, el más chico de la Casa Chamorro; a Margarita, la querida mula masacrada; Coria el curandero indio que habla como Yoda y es gallina (hincha de River) desde pibe.
Depositando toda la confianza en el lector, Cruz decidió que el narrador de esta historia nos presente solamente los hechos necesarios, que podremos terminar de comprender cuando nos paramos a pensar en qué es lo que no está dicho. Este trabajo artesanal de la escritura se apoya también en la narración de aspectos importantes de la vida de cada personaje, como cuando Chamorrito se emociona tocando un cardenal o en esta descripción majestuosa del monte: “Hubo una pausa de paz; caminó por el espinillar atento a la fragancia amarga de los aromitos que renació entre las ramas chamuscadas”.
La lectura se sostiene a través de cambios de ritmo que resultan muy estimulantes para el público: los misterios empiezan a sumarse y los hechos hacen acercar la cara a la página, como si así se leyera más rápido hasta que un flashback nos frena en seco y nos levantara de las pestañas para explicarnos con qué historia ese personaje llegó hasta ahí.
Entre todo eso, también son muy vistosos los montajes de las escenas y las voces de sus protagonistas, tanto que sin esfuerzo nos saca a pasear por la ruta provincial y también por el agua; las tonadas de sus personajes, tan difíciles de replicar en cualquiera de sus formas, acá se leen y se escuchan auténticas (“El tajo era por demás guaso”).
A todo esto, además de Margarita, otros animales empiezan a aparecer matados en la zona y de a poco la preocupación empieza a ganar el humor. Entre tantos paisajes lindos y nombres con los que nos vamos encariñando el misterio va escalando con sangre y eso también nos hace crecer las sospechas. En cierta forma, parece que la tierra se estuviera cobrando todo lo que la han explotado.