La obra “Esenciales”, de Julieta Vigo, se estrenó en La 3068.
Esas noches de calor/ cuando todo el mundo duerme/ yo me voy hasta el costado/ de la ruta para ver/ cómo salen las luciérnagas. / Entrecerrando los ojos, / hago de cuenta que son alucinaciones mías, / meras ondas cerebrales/ inventadas. Yo les digo/ “brillantina de los campos”.
Leo este poema de Ada Limón (California, 1976, traducción de Ezequiel Zaidenwerg), la misma noche que vuelvo de ver el estreno de la obra “Esenciales”, de Julieta Vigo. Pienso: si tuviera que describir el comienzo y el final de la obra, podría describirlo con este poema de cuerpo, luz y artificio.
“Esenciales” es una obra que usa todos los códigos teatrales posibles para contar la historia de Spósito De los Ángeles, Micaela/ Mika (Sofía Kreig), una piba que llega a la salita del centro de salud de su barrio para pedir una IVE. Está de 14 semanas. Los datos aparecen y sabemos calcularlos, no nos hace falta otro ejercicio que el de la ley. Así como tampoco se nos hace difícil entender que la enfermera Federica / Ricocha (Raúl Kreig) y la doctora Celeste/ la Márquez (Luciana Brunetti) harán lo posible y lo imposible para que Mika desista.
En clave de grotesco lingüístico y escénico que nos enfrenta al espejo (nosotros mismos), Vigo hace teatro valiéndose de una escena limpia, un vestuario realista y la máquina lingüística que es el texto. Un biombo de metal con rueditas suena en el piso, y una cortina blanca que se abre y se cierra con suavidad o violencia para dar paso a los personajes: este objeto instala el cambio. Es un portal que nos permite respirar o nos encierra para pasar a la siguiente pantalla del recorrido institucional. La salita de atención sanitaria construye lo íntimo, el vínculo personal entre enfermera y doctora, dos clases instituidas y separadas pero que hacen alianzas de poder para dejar entrar o expulsar a Mika.
La acción teatral está puesta a favor del espectador, a favor de la posibilidad, con un tema que es de moralidad fácil. La risa nos alivia. La directora hace una apuesta: lo posible es todo lo que el universo capitalista nos permite, aún con una ley a favor. Sabemos que ese universo es poderoso y que la única herramienta hoy para combatirlo es no ser literal. Así que los personajes son representaciones de los lugares sociales pero la autora y directora se vale de infinidad de códigos para ponerlos en la escena: Mika, Ricocha y la Márquez hablan, cantan, gruñen, gritan, invocan, disertan, intiman con sus cuerpos, sus voces y tonos, su gestualidad. El claroscuro, la infinidad de matices, es lo que comunica. Los personajes son amígdalas cerebrales impulsivas y violentas, pero también hologramas, sombras de una realidad, construcciones que miramos, nos hacen reír y nos señalan.
Este teatro es amoroso, de complicidad con el espectador, con sus contradicciones. No es un teatro para entendidos ni es un teatro para los que hacen teatro. Es un teatro para los espectadores. En toda la obra, un signo muy potente que nos hermana con los personajes son los tonos del afecto, del silencio, de la ironía o de la ausencia: los personajes gruñen y se comunican con sonidos inarticulados, ladran, lanzan signos que no son palabras pero que significan todo lo que falta cuando la articulación ya no alcanza para nombrar.
El final del poema de Ada Limón bien podría ser el final poético y aliviador de “Esenciales”: Yo les digo “bichos finos”. / Como hacía mucho tiempo/ que no pensaba en morirme, / me dan ganas de sacarme/ este traje que es mi piel, / para ver cómo mi luz/ sale a volar por su cuenta, toda fluorescente, elástica, / una estrella que despunta.
Teatro de texto, cuerpo y escena. Esenciales puede disfrutarse durante el mes de agosto en La 3068 (San Martín 3068). Dramaturgia y dirección de Julieta Vigo. Actúan: Raúl Kreig, Luciana Brunetti y Sofía Kreig. Música original: Esteban Coutaz. Iluminación: Diego Julián López. Escenografía: Victoria Saez. Fotografía: Paula Pochettino. Producción: Emanuel Zuberbuhler.