María Eva Plaini, 12 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Alfonso.

Mi nombre es María Eva Plaini, estoy haciendo el profesorado y la licenciatura de Letras, ya por terminar. Sigo viviendo en el barrio Alfonso, a cuatro cuadras de Avenida Freyre, en la casa de mis viejos, la misma que se inundó en el 2003. 

Foto familiar deteriorada por el agua de la inundación. Retrata una escena familiar. María Eva se encuentra junto a sus padres y su abuelo en la cocina de su casa en 1997.
María junto a sus familiares en su casa, en buen estado, años antes de la inundación.

Al momento de la inundación, tenía 12 años y recién había empezado la secundaria en la escuela Juan Bautista Bustos, que queda frente a la plaza España. Además iba a danza en el Centro Cultural Provincial, en Junín, entre Rivadavia y 25. En esa época me movía por esos lugares, entre el centro y el sur de la ciudad. Para mí, era un periodo de transición, apenas había terminado la escuela primaria, no me había terminado de adaptar como muchos al inicio del secundario y era la primera vez que andaba sola en colectivo. Generalmente, a la ida me llevaba mi viejo en auto y a la vuelta me tomaba el 2, que me dejaba cerquita de casa. 

Al 29 de abril del 2003 lo recuerdo bastante patente. Eso es loco, ¿no? Porque recuerdo muchas cosas de ese día y después tengo un gran vacío, no recuerdo básicamente nada de los años que siguieron después. A veces cuando cuento mis vivencias del 2003, los flashes, las escenas, me digo “¿no las estaré inventando yo? ¿lo viví en serio o no lo viví? ¿no será otra cosa? ¿no será una construcción paralela? Capaz que lo estoy inventando, es una idea de mi cabeza y no pasó”. Es súper raro. 

Ese día fui a la escuela, recuerdo que tenía el uniforme de educación física puesto. Sé que estaba lloviendo, estaba feo, el cielo estaba gris. No recuerdo las lluvias intensas de los días previos, ni nada que se le parezca. Pero sí recuerdo la escena de cuando mi papá me vino a buscar a la escuela porque era inusual. Mi viejo me vino a buscar antes de la clase de educación física. Me estaba esperando en la calle frente a la escuela con el auto y había un amigo de mi hermano, con un paraguas de color negro, charlando con él. 

Lo próximo que recuerdo es estar en mi casa. Debe haber sido la una y media de la tarde más o menos. Mi vieja había hecho hamburguesas con puré y sé que yo no quise comer porque estaba angustiada. Me acuerdo que cuando llegué estaban casi todas las cosas levantadas, unas arriba de las otras, y que seguimos un rato levantando algunas cosas más. También estaba en mi casa el auto de mi tío, porque él y mi mamá trabajaban en el mismo lugar, a unas cuadras. Mi mamá era vicedirectora y mi tío era celador de la escuela Monseñor Zarpe, la 1298. Ese día mi vieja no había ido a trabajar, porque mi tío la puso en sobreaviso de que en el barrio estaba medio complicada la cosa. Entonces él dejó el auto acá y se fue caminando a la escuela. En un momento, mi papá o mi hermano, uno de ellos, miró por la ventanita del portón y dijo que había llegado el agua, que estaba de vereda a vereda, o sea, cubría la calle básicamente. Así que mi viejo agarró su auto y me llevó a lo de mis tíos, que vivían a una cuadra y media de la legislatura. Y ahí se me cortó todo. 

Más tarde mis viejos me contaron las dificultades que tuvieron para salir de la casa. Mi abuela, que ya estaba vieja y enferma en aquel entonces, no quería irse. Un vecino tuvo que alzarla y sacarla, la tuvieron que subir a una canoa porque el agua vino con mucha fuerza y subió muy rápido. Mi abuela perdió el calzado en el camino, de manera que cuando llegaron a la estación Mitre estaba descalza. La estación hacía de tope, como era un sector más alto también fue un punto de referencia. Pudieron llegar hasta ahí con la canoa, bajar a mi abuela, al perro y demás. 

En casa el agua llegó a los 2,60 metros. Redondeando, puedo decir que la casa quedó cubierta, aunque depende de cada habitación porque tenemos techos de diferentes alturas. Bajo el agua quedaron casi todas nuestras cosas, excepto el auto que mi papá había dejado en Avenida Freyre, la computadora que se la habían llevado y la batería de mi hermano que estaba en el taller donde ensayaba con su banda. El resto, todo el resto, quedó en la casa. Salimos nosotros nomás. Sé que el agua descendió rápido y después se estancó, no estoy muy segura a qué nivel, pero paró más o menos a la altura de las rodillas unos nueve días. Es algo que pasó en muchos barrios. Cuando pusieron las bombas se pudo sacar. 

Al principio, yo pensé que mis viejos me habían dejado abandonada en la casa de mis tíos, porque estuve un día y medio sin saber nada de ellos, pero nada que ver. Mis viejos estaban en Guadalupe en la casa de unos amigos que les hicieron el aguante. Se quedaron unos días con ellos y después se mudaron a lo de mi otra tía y mis abuelos, que es donde estuvimos parando los seis meses siguientes. Cuando se pudieron acomodar me fueron a buscar para llevarme con ellos. 

De esos primeros momentos tengo algunos recuerdos desordenados. Recuerdo encontrarme con mi mejor amiga, aunque probablemente eso fue al día siguiente. Mi mejor amiga vivía a la vuelta de mi casa y casualmente su tía vivía al lado de la casa de mis tíos. Recuerdo que nos juntamos, que lloramos y que habían llevado a sus gatitos y a sus perros ahí. Lo otro que recuerdo es no tener nada. Recuerdo que usaba unas zapatillas de mis primos, seguramente me habían prestado ropa también. Yo tenía unas botas amarillas y andaba dando vueltas por el barrio sur con esas botas, era un poco ridículo, la gente me miraba medio raro, porque además en esa zona no tenían ni idea de lo que estaba pasando en el resto de la ciudad. Después tengo muy presente el alboroto de la gente, los cortes de luz, la falta de velas y linternas. Recuerdo el cielo rojo, ese cielo rojo muy de la inundación, que incluso al día de hoy cuando uno lo ve dice “este cielo del 2003”, típico de los atardeceres de mucha lluvia e inestabilidad, que es propio también del mes de abril y de mayo en Santa Fe. No mucho más. 

Tengo muchas lagunas, pero también tengo una banda de recuerdos concretos sobre ese periodo en que estábamos todos juntos, toda la familia reunida y amontanada. En la casa de mi abuelo paterno dormían además de él, mis viejos, mi abuela materna, mi hermano y mis primos. Esa casa estaba conectada por el patio con un pequeño departamento donde dormía otro primo y donde yo compartía con mi tía una cama de dos plazas. La primera noche que dormí ahí mi tía dijo que me había sacudido mucho, vaya uno a saber que tenía en la cabeza. Lo que sí me acuerdo es que cuando me desperté mi tía me había ido a comprar ropa, así que me pude bañar, cambiarme y tener mis primeras cosas. Estaba chocha. Tenía un pantalón, dos remeras, dos bombachas y estaba encantadísima. 

Pasar el tiempo en otra casa fue una especie de aventura. A la hora de la comida nos congregábamos en la casa de mis abuelos y estábamos todos, salvo el perro. Un dato de color es que nuestra mascota no estaba con nosotros, estaba a una cuadra y media, parando en una veterinaria. Estuvo seis meses ahí, pobrecito, nosotros le llevábamos de comer. Por otro lado, recuerdo que mis abuelos tenían una terraza muy linda, así que en pleno invierno, con el cielo bien azul del invierno, subía a comer mandarinas y me quedaba mucho tiempo al sol, sola, porque me gustaba. Mi hermano tenía otra banda con mis primos, ensayaban juntos y eso también me entretenía. Además, yo venía intentando aprender a tocar la guitarra criolla, me ponía a practicar con la guitarra de mi papá que por algún motivo también se salvó, entonces mi primo me daba la guitarra eléctrica y me decía “mirá, probá, las cuerdas son más blanditas”. El tiempo transcurría de otra manera. Mi recuerdo de esa experiencia es lindo, qué sé yo.

La escuela Bustos funcionó como centro de evacuados, mi hermano había ido a trabajar de voluntario un tiempo, así que las clases no volvieron enseguida. Cuando regresé a la escuela tuve que pedir las carpetas prestadas. Como acababa de arrancar la secundaria todavía no tenía amigos, no conseguía que nadie me prestara las cosas, hasta que finalmente una compañera lo hizo, aunque sin muchas ganas, y pude completar el material de las clases que había perdido. En algún momento aparecieron mis carpetas, como apareció un montón de ropa, porque mi viejo volvía a buscar cosas a la casa. Pero, claro, estaba toda corrida la tinta, así que gran parte la tuve que hacer de cero. Sé que me costó mucho adaptarme, había algunas materias que me costaban demasiado, mi vieja tuvo que ir a hablar con las profesoras a ver qué es lo que pasaba porque no iba para atrás ni para adelante, por ejemplo, en contabilidad.

Recuerdo que volví a hacer danza y que para empezar también me habían tenido que prestar cancanes, malla, o sea, todo. En esa época tuve al menos dos cumpleaños de 15 de compañeras de danza, así que también recuerdo ese proceso de ir a comprar ropa de fiesta. Muy naif todo. Muy inocente.

Era raro porque de alguna manera, no lo podía poner en palabras en ese momento, yo sentía el peso de la mirada de los otros, eso de “vos te inundaste”. Más en danza que es una actividad, incluso al día de hoy, súper mega elitista. Las chicas que van, sobre todo, son de clase social alta o de media alta. Entonces el tema de la inundación, esta cosa de “el que se inundó es pobre” me afectaba. Porque encima se inundó la parte más pobre de Santa Fe, que al día de hoy sigue siendo la zona más pobre de la ciudad, digamos, pasa el tiempo, pasan los gobiernos y sigue siendo la parte más pobre, la parte olvidada. 

Entonces, tengo un vago recuerdo de esa sensación, yo creo que en la escuela también lo pasé. Esa incomodidad de decir “están todas las miradas encima mío” y capaz que era una percepción errada. Alguna que otra profesora me ha preguntado en la escuela secundaria a dónde estaba viviendo en ese momento o si necesitaba algo o cómo fue. A mí me generaba mucho dolor y me cuestionaba “¿por qué me están preguntando esto si ya saben que me inundé?”. En la escuela se sabía quiénes eran los estudiantes que se habían inundado y la exposición volvía a revolver un poquito esa situación bastante complicada.

Además, yo no sé con apenas 12 años cuánto te podés llegar a dar cuenta de todo lo que está pasando alrededor tuyo. Porque hay muchas cosas que pasan, en muchos niveles distintos, y a vos te da hasta un cierto punto de percepción nomás. La verdad es que yo viví el tiempo de la inundación con un total desconocimiento de muchas cosas, digamos, pero cada integrante de la familia lo pasó de una manera totalmente diferente. Al menos en mi familia aparecía esta cosa de “sos la más chica, tratá de pasarlo lo mejor posible, vamos a mostrarte todo el tiempo otra cosa, de que no la estamos pasando tan mal, de que esto es un juego, de que vamos a pasar un tiempo acá y no pasa nada”. Me parece que es medio una sensación que yo tuve, más allá de esa cuestión de la mirada, tanto en danza como en la escuela en los primeros tiempos, como de “dale, no pasa nada, tratá de despejarte”. Esta cosa de armar, no un circo, pero sí una cosa como alrededor, para que no estés pensando todo el tiempo en eso o en esa cosa que te falta, en esa carencia.

Con el paso de los años, mi vieja me viene a contar su historia de la inundación. Su relato es otra cosa, por el sufrimiento, por el dolor, no solo de haber perdido todo, sino de estar en una casa que era ajena, en donde no tenía su espacio. Una situación donde el único y escaso sustento económico que teníamos para comer todos, incluidos mis primos y mi tía, era el sueldo de mi vieja como vicedirectora, el sueldo de mi papá y los doscientos treinta pesos de mi abuela jubilada. Sumado a esto, de ese capital tenía que salir una parte para arreglar la casa inundada. 

La casa es grande, había que picar todas las paredes hasta el ladrillo y hacerle una serie de refacciones. No sé si en algunos lugares de la casa no lo han hecho, porque hace unos dos años hubo que picar completamente una habitación porque había un montón de humedad. Todavía en algunos lugares de la casa hay humedad, aunque a esta altura más bien lo atribuyo al exceso de humedad que tiene Santa Fe en general. Obviamente, hubo que comprar sanitarios nuevos, grifería nueva, o sea, todo de cero. Por suerte, la casa no sufrió problemas de cimientos, no se hundió en ningún lugar, ni hubo que poner un fangote de guita para repararla. Pero sí llevó mucho tiempo porque evidentemente en ese momento había mucha demanda. Y debe funcionar como funciona ahora si uno se pone a remodelar una casa, si no tenés el capital económico en mano. Era un proceso que se iba alargando cada vez más, no terminaba y no había más plata. Llegó un momento en que mi vieja dijo, “bueno, nos volvemos, que la casa esté como esté, pero nos volvemos porque yo acá no aguanto más”. Por eso, vuelvo a lo mismo, cada uno la vivió de una manera muy distinta. 

Los obreros que venían a trabajar en la remodelación nos robaron. Encima de que teníamos poco y nada, de que ya nos habían entrado a robar incluso con el agua dentro de la casa, nos volvieron a robar. Eso era muy común o muy normal, pasaba acá adentro del barrio, en este y en todos los afectados. Era tanta la necesidad que a pesar del agua la gente se metía igual a las casas y sacaba lo que podía. Fue una estupidez, por ejemplo, a nosotros nos robaron el ventilador de techo de la cocina, una juguera, una escalera, herramientas, boludeces. Nadie tenía nada, digamos, todos habíamos perdido absolutamente todo como para encima andar carancheando. Fue la miseria humana llevada al máximo extremo. Cuando vinieron a remodelar la casa, te decían que hacían una cosa y no la hacían, quizás azulejos o cosas que habían sobrado no estaban más. Cosas que pasan. 

Recuerdo haber vuelto a la casa después de unos seis meses, en noviembre de ese mismo año habrá sido. La casa estaba remodelada y pintada, tenía otras ventanas, todos los muebles eran nuevos. Las camas nuevas, la mesa nueva, la heladera nueva, dicho sea de paso, cosas que tenemos al día de hoy. Mi cama y mi mesa de luz actuales son las del 2003. Las habitaciones estaban armadas de otra manera, había una luz diferente. A pesar de eso, yo no lo sentía como empezar de cero, aunque justamente fue eso, ¿no? 

Por suerte a la casa yo no la vi sucia, no la vi con todos los muebles caídos, no la vi con las plantas todas podridas, no vi nada de eso. Pero sí es cierto que todavía al día de hoy uno se sigue encontrando con ciertos rastros. Los días de mucha humedad, por ejemplo, en la pieza de mi vieja, la zona del mueble que está empotrado en la pared tiene ese olor a inundación, de mucha humedad. Pero vos decís, ¿cuál es el olor a inundación? Es una mezcla, es un poco de olor a humedad, un poco de olor a barro, un poco de olor a podrido. Pero no es ninguna de todas esas, sino que es una sola cosa junta, es un olor particular. 

Imágenes del barrio atravesando esto no tengo. El barrio ha cambiado mucho desde entonces. La gente ha construido, apenas queda un solo ranchito en la esquina. Sacaron toda la chapa, construyeron y listo, se terminó. Entonces como que no queda ese rastro en la urbanización. 

Pero hay esa cosa impalpable que nos ha quedado a muchos que nos hemos inundado, cuando viene tormenta, cuando se corta la luz. Es una locura. Yo no duermo, me pongo re nerviosa. En mi casa, por un problema estructural, cuando llueve del sur se desborda la canaleta, el agua cae sobre la puerta del patio y entonces entra, así que siempre ponemos bolsas de arena. Cada vez que viene una tormenta pienso “¡qué sea leve!”. Capaz que son las dos y media de la mañana y me pregunto “¿mi vieja habrá puesto las bolsas? ¿y si entra agua? ¿y si viene fuerte? ¿me levanto a poner las bolsas? ¿me levanto a mirar? ¿la gata está adentro?”. No sé, todas cosas así, mambos y locuras que te quedan.

El patio en buen estado antes de la inundación. Fotografía del cumpleaños de María de 1998 deteriorada en los bordes. Retrata una reunión familiar en el patio de la casa. A los recuerdos del pasado se les sobreimprimen las marcas de la inundación del 2003.
El patio en buen estado antes de la inundación. Fotografía del cumpleaños de María de 1998 deteriorada en los bordes. Retrata una reunión familiar en el patio de la casa. A los recuerdos del pasado se les sobreimprimen las marcas de la inundación del 2003.

Creo que durante muchos años lamentaba haber perdido algunas cosas. Por ejemplo, se perdieron todas las carpetas y los recuerdos que tenía de la escuela primaria. Actualmente, pasó tanto tiempo que pienso que capaz que ni los tendría, capaz que los hubiese tirado. En ese momento, yo era chica, tenía muchos juguetes, dos bolsas llenas de peluches. Lamenté haber perdido eso. Mis barbies se recuperaron. Cuando volví a la casa estaban todas bañaditas y con las ropitas lavadas. Se recuperaron todas las cosas de las barbies y eso sí me importaba en aquella época. 

Como cosa material, lamento haber perdido la biblioteca. Aunque muchos libros se perdieron y muchos se fueron recuperando con el tiempo. A veces necesito algún libro, lo restauro, lo limpio un poco. Es ahí donde uno, en el presente, se encuentra todavía con el paso de la inundación. No es solamente en el olor, en que viene una tormenta, es que cuando vas tocando cosas en tu casa te encontrás con un rastro, como pasa con los libros. O como me pasó hace poquito cuando restauré un mueble que tiene unos ochenta años y que se inundó. Cuando lo íbamos desarmando con mi hermano todavía estaban las marcas del barro, porque no estaba totalmente limpio entre las juntas. Entonces uno se sigue encontrando con esas cosas. 

Las fotos, eso lamento un poco. Pero, fijate vos, incluso con el transcurrir de los años me siguen llegando fotos mías de bebé que tienen mis tíos o que tiene la prima de mi mamá. Sí se perdió el álbum de casamiento de mis viejos, como también se perdió todo el material de mi vieja de cuando estudiaba en la facultad y cosas del trabajo.

Pero como cosas puntuales que decís “uf, qué dolor”, no sé, capaz que teníamos demasiado. No quiero pensarlo en esos términos, no quiero decir que teníamos demasiado y tenía que venir una inundación para que no tuviésemos nada. No es eso, hay otra cuestión de por medio. Pero sí esas pérdidas me marcaron un montón porque ahora como que, entre comillas, “vivo con pocas cosas”. Me agarra siempre en una época del año esto de ponerme a ver qué puedo tirar, de qué me puedo deshacer, qué puedo donar. Me quedó eso, que de última no está mal, de entre todo lo malo me quedó eso de la limpieza y el orden, de estar con lo mínimo e indispensable. Quizás yo me quedé, de una manera muy inconsciente, con cierto instinto de supervivencia de tener lo menos posible, porque si llegara a pasar algo, bueno, es cuestión de juntar mis cosas e irme. Aunque en verdad no sería tán fácil, porque actualmente tengo muchos libros, mucha ropa. Quizás a otra persona le quedó otro mambo, de pensar que por haber perdido todo entonces todos los años que vengan por delante se va a llenar de un montón de cosas para completar eso que no se recupera más. A mí me pasaba lo contrario, necesito tener los espacios libres, limpios. Es más, me ha pasado de pensar que si a mi computadora le llegara a pasar algo y pierdo trabajos de la facultad, bueno, los pierdo. Me quedó eso de tampoco preocuparme demasiado, de no volverme loca. 

Sé que a mis viejos les ha afectado de otra manera el haber perdido cosas, a mi tío ni hablar porque le quedó el auto abajo del agua y no se recuperó más ese auto. Entonces, es muy subjetivo.

Sobre lo que salía en los medios no recuerdo nada en particular. Sí tenemos guardado el diario del 29 de abril del 2003, está guardado todavía, ¿vos te creés que lo volví a leer? Ni lo agarré, ni lo pienso mirar tampoco, ni revisar. Por otro lado, acá siempre se escuchó mucha radio y se sigue escuchando radio, pero no recuerdo haber escuchado mucha radio en la casa de mis abuelos en ese momento. Me parece que debe haber sido una elección también por parte de mis viejos de mantenerse un poco alejados, sin dejar de mantenerse informados. Me imaginó que se trataba de no secarse ellos la cabeza, porque sin duda era terrible. Andá a saber qué era lo que les suponía a ellos escuchar cosas en la radio o mirar las noticias. De la tele me acuerdo más o menos, pero veía cualquier otra cosa, no veía cosas de acá de Santa Fe. Por ejemplo, en ese momento se pasaba Sex and the City, mis primos la veían y a mí no me dejaban ver eso. Lo que sí me acuerdo de ver por la tele es el 25 de mayo que asumió Néstor. 

Más adelante, tengo el recuerdo de haber visto esas imágenes que se repiten cada vez que se recuerda el 29 de abril, de uno de los noticieros de Santa Fe, de Cable y Diario. La filmación de toda la zona inundada, grabada desde un helicóptero, donde se ve el techo de la escuela Zaspe donde laburaba mi vieja. Esas imágenes estaban acompañadas de una música de fondo, que a mí me generó una asociación re fea, porque recuerdo también que una de las veces que fui a danza la profesora había puesto el mismo tema con que habían armado esa compilación en el diario y a mí me hizo tan mal. Claro, no me podía concentrar en hacer el ejercicio porque yo tenía ese tema asociado a la filmación de la ciudad de Santa Fe inundada, ¿entendés? Cosas re locas.

Acerca de los subsidios y el papel del gobierno a lo mejor pueden dar más cuenta mis viejos porque me acuerdo poco. Después recuerdo que íbamos con mi vieja a Guadalupe a buscar unos bolsones de alimentos que se entregaban en centros de evacuados. Sé que mis padres recibieron un subsidio del gobierno que no alcanzaba para una mierda, con el que se compraron una tele, apenas eso. Pero yo creo que alguien fue a la casa de mis abuelos a hablar con mi mamá, porque creo que se hizo como un seudo censo de personas inundadas, evacuadas o autoevacuadas. Entonces, no sé, quizás por la escuela la rastrearon a mi mamá y fueron una vez a charlar con ella. Pero así que hayan venido a mi casa, que nos hayan ofrecido algo, no, la verdad, recuerdos de eso no tengo. Creo que fue más la ayuda de otras personas, de amigos, que del gobierno en sí. Yo sé que a mi viejo lo ayudaron mucho desde la Caja de Ahorros que es donde él trabajaba. Como él también fue empleado bancario, los que nos amueblaron la casa, los que nos dieron sábanas, frazadas, colchones, la cama, los muebles, la heladera, la cocina y ese tipo de cosas fueron ellos, compañeros del laburo de mi viejo.

Lo que sí quedó grabado en mi cabeza de haberlo escuchado en los medios fue la famosa frase de Reutemann de “a mí nadie me avisó”, como también recuerdo escucharlo a Álvarez, que entonces era intendente, decir la noche anterior, el 28 de abril, que la situación estaba controlada y hacer una enumeración de los barrios en los que no iba a pasar nada, siendo que al día siguiente nos inundamos. Circula mucho, incluso al día de hoy, esta imagen de Reutemann en el Hospital de Niños. Supuestamente había caído ahí porque era uno de los que impulsó la construcción del Alassia, pero los vecinos lo sacaron cagando. 

El Hospital de Niños está a siete cuadras de mi casa, pero acá pasó otra cosa. Cada barrio fue como un submundo y en cada barrio pasaron cosas muy diferentes. Estoy convencida de que si yo viviera tres cuadras más hacia el oeste te contaría otra cosa. Acá sigue habiendo problemas como las calles que están hechas pelota después de la inundación, sigue habiendo problemas de todo tipo, sin embargo, tenemos luz, tenemos cloaca, tenemos calle asfaltada. En cambio, ciertos barrios después de la inundación quedaron como cristalizados en una manera de vivir que no se recuperó nunca. Hay un montón de problemas estructurales con los que nunca pasó nada y no pasa nada al día de hoy. 

Hay un abogado, Iván Cullen, que tomó causas de muchas personas que se inundaron. Hace como dos años que se quiso empezar a mover la causa y nos volvieron a pedir datos, pero nada más. Está todo ahí, todo dormido. No creo que con la muerte de Reutemann cambie mucho, estaría bueno que sí, pero es como mis viejos dicen “quizás nosotros no estemos ni vivos para cuando suceda algo, si es que sucede algo”. Ya a esta altura, casi después de veinte años, hay cosas que no se recuperan más, es así. Por más que venga el Estado y ponga dinero, hay cosas que no se van a recuperar más. Hay gente que la pasó peor y que está al día de hoy mucho peor, porque nosotros nos hemos podido acomodar dentro de todo y no la hemos pasado tan mal, somos privilegiados en ese sentido. Yo pude volver a armar mi biblioteca, al día de hoy tengo más libros que los que teníamos antes de que nos inundáramos. Un poco por la carrera y otro poco por esta cosa de “bueno, ¡a comprar libros!, se perdió este, este, este, este, bueno, ¡a comprar libros! ¡compremos libros!”. 

En el 2007 estuvimos al borde de volver a inundarnos. Eso fue un golpe. Yo era mucho más grande, estaba por terminar quinto año. Me acuerdo que vino mi tío, todos activamos rápido, vaciamos la casa. Mi hermano no estaba, mi viejo estaba trabajando, así que estábamos mi mamá y yo solas en casa, mi abuela ya había fallecido en el 2006. Recibimos el llamado del mismo amigo que alojó a mis viejos unos días en el 2003 allá en Guadalupe, que nos avisaba, por las dudas, que estaba jodido otra vez. Vaciamos la casa en ese momento. Fue otra vez ir a lo de mi tía y al final no pasó nada. El agua llegó a la esquina, a una cuadra, estaba cubierta la calle nada más. En la casa vacía y sin luz se quedaron mi viejo, mi hermano y el perro. Recuerdo, otra nota de color, que mi prima política le prestó un arma a mi viejo, ¡nada que ver si mi viejo no sabe usar armas! Pero como se iban a quedar acá cuidando la casa, con la luz cortada, entonces le prestó un arma, un delirio. Nos pegamos un buen susto. A diferencia del 2003, tuvimos esa capacidad de reacción de juntar todo. Me acuerdo que vino mi tío y que ponía las sábanas arriba de la cama, les tiraba ropa encima y juntaba con un nudo las puntas. Nada de andar guardando la ropa cuidadosamente. Teníamos libros, pero no tantos, porque habían pasado cuatro años apenas. Levantamos todo, no dejamos nada. Todo lo que se pudo sacar de la casa se sacó. Y se repartió un poco en la casa de un tío, un poco en la casa de otro y así. Tampoco recuerdo cómo fue la vuelta, tres o cuatro días después.

Sé que la inundación significó un corte, un antes y un después, en muchos sentidos. Algo significativo fue empezar a vivir con lo mínimo e indispensable. Otra cosa que me pasó es que después de la inundación decidí que no iba a seguir mi carrera de bailarina, o sea, con escasa edad tuve la capacidad de decir esto yo no lo quiero, no lo voy a seguir. Por otra parte, me quedaron esas marcas de los olores, de los colores del cielo y de mi vínculo con el agua. A mí el agua como tal no me da miedo, porque voy a nadar, no tengo miedo o pánico de meter la cabeza debajo del agua, porque veo, porque el agua es transparente. A lo que le tengo mucho miedo es al agua del río, al agua junto al barro. Eso que yo no vi nada, porque a mí mi viejo me sacó de la casa antes de que se inundara, ni siquiera recuerdo haber visto agua en la calle, pero me queda ese miedo ante el color del agua del río, esa cosa marrón que impide saber que hay en el fondo. Me pasó algunas veces a lo largo de estos años, sobre todo al ir a campings y encontrarme con sectores inundados por la lluvia o por la creciente de un río. Entro en pánico, me pongo muy nerviosa, me genera mucha impresión ver el agua acumulada en el pasto, sentir que mis pies se hunden. 

El fantasma de que está la posibilidad de que nos volvamos a inundar no me preocupa, ya están hechas las defensas y la situación actualmente es muy distinta como para siquiera pensar en otra inundación. No es algo que me haya puesto a reflexionar. Si tuviéramos que dejar la casa por tercera vez no volvemos más. Mis viejos tienen arriba de setenta, yo tengo treinta y uno, antes era otra cosa y se salía de otra manera. En el caso particular de ellos se salió trabajando, porque estaban activos en ese momento. Ahora ya están jubilados y es otra historia. Sería ya surrealista pensar en una inundación o pensar en un panorama parecido.

Para resumir la experiencia de la inundación diría que uno en ese momento se siente muy solo, siente un desasosiego muy grande, porque uno se desarraiga de todo, se siente desamparado. Para mí fue un corte, del paso de la infancia al inicio de la adultez, que es justo en la secundaria. Otro sentimiento es el de angustia, porque causa un dolor muy particular el decir “perdí todo”. ¿Qué sería perder todo? Porque estamos vivos nosotros. Pero después, el resto, es perder todo y empezar de cero. Yo ni me di cuenta, no tengo el registro de ese recomienzo, porque volví a mi casa y tenía lo indispensable. La ropa me la iba a hacer en el transcurso, los libros iban a aparecer, se sacarían fotos nuevas. Entonces, es loco porque es como que durante mucho tiempo lo viví con mucho dolor. Ahora me lo tomo en joda y me río, hago chistes, pero durante mucho tiempo me lo tomé con mucho dolor, como una cosa muy seria como que “oh, porque la inundación…”. También, cambié mucho, así que volver a recordar qué era lo que yo sentía en ese momento claramente es complejo, porque no es algo que me represente ahora. Ya no me representa más el dolor, ni la angustia, ni el desasosiego. La vida siguió y pasan otras cosas en la vida. 

Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.

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