Mientras nos acercamos a una inflación anual que podría cerrar en los tres dígitos, los millenials reaccionan de la única manera que conocen: llorando.
Anuncio, con la seriedad precisa para este vínculo que hemos gestado, que he abandonado las gaseosas en todos sus tipos y las harinas blancas. Puede que esto les parezca, en contexto, un detalle menor. Pero debo advertirles que ha repercutido directamente no sólo en mi físico (que lo agradece) si no más notoriamente en mi estado de ánimo e incluso mi personalidad. Me encuentro en un estado mejorable, pero fresca como una lechuga. Es entendible: una llevaba 31 años de meterse porquerías ultraprocesadas en el cuerpo. Insto a quienes quieran seguir mi camino a que nos agrupemos en algún tipo de colectivo que nos contenga y nos acaricie frente al desasosiego que puede llegar a sentirse cada vez que ataca esa gana en la tripita de volver a la porquería. Unides seremos mejores. O nos transformaremos en los zombies a los que tanto temíamos. Adelanto, además, que mi humor irascible y mis pocas pulgas van a filtrarse en las próximas columnas. Me he preparado para recibir las canceladas y el “hate” correspondiente.
Poco se dice de lo difícil que es para nosotres, millenials del universo, encontrarnos ahora en el peor escenario posible para tener la crisis de los 30. Me dirán ustedes, con buen criterio, que hubo escenarios peores. Hay gente que tuvo la crisis de los 30 en medio de la guerra del Paraguay o durante la peste negra. Vale preguntarnos si en ese entonces existía la “crisis de los 30” cuando, en términos generales, la esperanza de vida y las urgencias eran otras. Haré entonces uso del más grande don de mi generación: pretenderé que el mundo, su historia y sus desavenencias, comenzaron con nosotros. Por lo tanto, todo lo que nos ha precedido no tiene sentido. Y todo lo que venga después no podrá superarnos.
Mi decisión de frenar mi vínculo tóxico con las harinas y las gaseosas no ha sido movida por ningún tipo de concepción filosófica ni ideológica sino más bien porque el cuerpo ya no me da. En esa andamos, los que pasamos la brecha de los 30 años de edad en medio de una pandemia con tintes de crisis económica, una guerra en las europas, un mundo que se fagocita a sí mismo ambientalmente y el patriarcado molestando como una mosca dominguera. Perdón si en ese marco a veces se nos ve desanimados. Quizás todo esto es lo que pesa tanto sobre los hombros de Mariano Martínez, que sigue bailando con ojos vacíos en algún rincón inhóspito de TikTok.
Sobre esta última red social diseñada por chinos para dominarnos a todos, traigo una novedad: de un tiempo a esta parte, han surgido numerosos videos virales y challenges relacionados con la inflación. Diré que los primeros en producir este tipo de contenido fueron los españoles y los yankees, que como ustedes saben están atravesando inauditos procesos inflacionarios en sus economías. Lo de ellos, en todo caso, surgió desde el asombro.
Pero la versión argentina de estos videos virales es quizás una suerte de mix entre Lita de Lazzari, Migue Granados y ese primo tuyo que se cree que se las sabe todas. Hay un espacio subalterno de Tiktok en el que se nuclean videos de amas de casa contando cómo acumular las promos del super para pagar menos, tips de cocina para reutilizar los alimentos tantas veces como sea posible, incluso dudosos “proyectos” en los que te invitan a participar por una mínima contribución y con los que en menos de seis meses vas a hacerte millonario.
Prometo mirarlo con detenimiento, para traerles mis conclusiones. La preliminar, desprolija e insensata, es que el terreno en el que crecen las estafas es el más fértil de este país. Especialmente en una generación que no sabe distinguir una estafa piramidal.