Releo el Diario del Dinero de Rosario Bléfari (Mansalva 2020), una obra póstuma donde el dinero es el tema pero la estructura la da el tiempo prisma de la voz narradora desde 1983 hasta 2019. Las entradas no son cronológicas. De la voz más joven a la última hay un arco que va de lo sensorial expresionista a la sencillez, sin perder la imagen.
El texto hace foco en los lazos que crea el dinero: los que permiten la creación artística y la continuidad familiar. ¿Le importa a esta narración cuánto sale un café dado su título? Sí. Le importa el precio de la medialuna que acompaña un café, le importa cuántas hamburguesas rinde un kilo de carne picada, si se terminó repentinamente el alimento para el perro o si juntó para el alquiler o las tapas de los discos. Pero ese detalle económico se rodea de una necesidad superior: cómo entrar y salir del sistema, sin daño.
Escuché a Rosario Bléfari por primera vez en el disco Estaciones (2004). Me lo regalaron grabado en compact unos amigos el día de mi cumpleaños, después de una decepción amorosa. El disco estaba en una cajita de plástico transparente en el que habían escrito con liquid la leyenda “Serás feliz”. Fue así, una suerte de sortilegio (hace poco leí que le dicen la santa del indie ¿se hubiera reido?).
Yo me había comprado mi primer equipo de música con mi sueldo, vivía sola por primera vez. Son canciones de pasaje, de observación. ¡Qué cuidado tiene la música de ese disco con el oído de quienes escuchamos! Una actividad curadora para mí era caminar por la calle sin rumbo fijo con la epifanía de escuchar la canción que nombra el disco, dar pasos en la calle al ritmo del silbido en “Ningún mensaje”, sentir alivio al escuchar el verso que dice “yo tampoco sé muy bien cómo es” y encontrar allí un resguardo, en ese clima de época en el que el neoliberalismo venido de los 90 profundizaba sus raíces negras.
Vuelvo a escuchar el disco Estaciones ahora. Creo que para Rosario Bléfari escribir una letra de canción se trata de alojar poesía en un ritmo que abra la posibilidad de la interpretación, por eso a veces sus melodías no repiten la misma línea de voz cuando uno así lo espera. Pocas veces grita, siempre corea y graba voces sobre voces. En “Viento helado”, la última del disco, la letra dice: Los eucaliptos de la calle principal/ se agitan por lo mismo que nos asustamos, mostrando la multiplicidad de todo acontecimiento.
La voz de Rosario habla y charla. ¿Es posible eso en una canción? Sí. Y usa también una voz clara, con apoyo en una interpretación que quiere llegar limpia al oyente. Los temas son universales y materiales. Dice en “Cartas”: Este desorden superior/ me parece que soy yo/ Todos protegidos menos yo/ da en el blanco el amor. Dice en “Mejillas”: que la fiebre no me pierda el rastro/ que la luna no se esfume tanto/ en tus mejillas, ese sol naciente.
Dice en el Diario del Dinero (Agosto, 2014), provocándose a sí misma: Y qué si este sea mi diario de acá en más, si este enorme cuaderno único -como decían en la primaria- que parece una novela vacía, se vaya ocupando con el recuento de los días, los datos en apariencia inútiles, las cuestiones pasajeras, todo eso que decepciona cuando se vuelve a las hojas de un diario.
Jamás nos decepcionaste, Rosario.