Relato de Aldana Melisa Viano, 11 años en abril del 2003, residente entonces del barrio Roma.
Me llamo Aldana Melisa Viano, actualmente estoy viviendo en San Martín de los Andes, en Neuquén. Soy profesora y traductora de inglés. Por el momento me estoy tomando un descanso, un recreo de la docencia, pero sí estoy realizando traducciones. A la tarde trabajo en un local de ropa.
Cuando ocurrió la inundación tenía 11 años. Estaba en séptimo grado de la escuela Sagrado Corazón de Jesús y vivía con mi familia, donde viví siempre, en barrio Roma. Cuando no estaba en la escuela, visitaba a mis amigas que vivían en la zona. Me acuerdo que iba mucho al kiosco de Tucumán y San José que se llamaba Huck, que además tenía un cyber. Siempre nos juntábamos con una amiga a tomar gaseosas y comer girasol. Digamos que no manejé mucho más que el barrio a esa edad. Me movía siempre por ahí, en torno al Parque Garay.
Me acuerdo que ese día fue horrible. Se empezaba a palpitar desesperación porque no se sabía lo que estaba pasando. Nos pasó a buscar mi mamá por la escuela, a mí y a mis dos hermanas mayores. Me acuerdo que a esa hora en que nos fuimos a casa era un lío la calle. Mi mamá y mi viejo se habían ido a sacar gente por el barrio Santa Rosa con la lancha y nosotras tres nos fuimos a dormir. Fue como un antes y un después.
Me acuerdo patente de cuando me levanté de la siesta y no entendía lo que estaba pasando. Salí a la calle, a la vereda, con mi abuela que vivía al lado y vimos una procesión de gente. Gente que pasaba totalmente con la mirada perdida, diciendo “pude sacar todo lo que tenía” y apenas llevaban una frazada y una olla. Esa procesión de gente no paraba, no paraba. Ahí nos empezamos a asustar con mis hermanas. No sabíamos qué hacer porque ni mi vieja ni mi viejo estaban y mi abuela decía “no va a llegar, el agua hasta acá no llega”.
Cuando empezó a oscurecer volvieron mis viejos asustados porque les habían apuntado con un revólver, les habían querido sacar la lancha. Ahí nos desesperamos y empezamos a levantar todo lo de la casa de mi abuela que estaba en la planta baja. Mi abuela decía que el agua no llegaba, estaba re confiada, hasta que vino mi tía y se la terminó llevando. Mis hermanas, mis viejos y yo nos quedamos en nuestra casa que estaba en la planta alta, en ese mismo lugar. En ese interín recibimos a la familia de la farmacéutica, que llegó con su hermana, su cuñado y su sobrino de unos 5 años. Finalmente decidimos que nos íbamos a quedar. Cuando se empezó a inundar todo, se cortó la luz.
Me acuerdo que la primera noche escuchábamos a un perro que lloraba, lloraba, lloraba. Hasta que nos dimos cuenta de que la perra que tenía mi abuela había quedado en el patio. Así que mi vieja bajó, entró a la casa de mi abuela ya con el agua a la cintura, la agarró a la Panki, que era la perra, y la subió a nuestro departamento donde además estábamos con Pilar, la otra perra.
No teníamos agua ni luz y pasamos varios días conviviendo en esas condiciones. A la noche me acuerdo que se vivía mucha tensión, porque se escuchaba gente que corría por los techos, se escuchaban tiros. Lo que me quedó más grabado fue la noche, los gritos, los disparos, los helicópteros, el ruido todo el tiempo. Era muy fea esa sensación de estar en la nada.
A los días nos empezamos a quedar sin comida. Mi vieja, que a todo esto no sabe nadar, tuvo que ir con el agua hasta el cuello a la farmacia, a ver si había algo de comida allá. Volvió con un colchón que encontró por el camino, lo llenó de comida. Estuvimos en esa situación un par de días más hasta que mi tía nos acercó alimentos, con unos vecinos en una canoa.
Teníamos mucho miedo. Me acuerdo que a la noche intentaban cambiar las vibras porque había cuatro criaturas presentes, pero creo que no se logró. Incluso la farmaceútica estaba afectada porque había perdido todo. Fue como un choque de energías muy fuerte.
La casa de mi abuela y el taller de mi viejo quedaron aproximadamente un metro y medio bajo agua. La casa donde vivíamos en esa época y donde nos quedamos durante la inundación se salvó porque estaba en el segundo piso. Pero sí se destruyó la casa donde vivimos después, que en ese momento estábamos construyendo. Recién nos mudamos definitivamente cuando yo tenía 14 años, o sea, dos o tres años después.
Con el pasar de los días el agua empezó a bajar, me parece que pasó una semana hasta que pudimos bajar. Me acuerdo de ver la casa de mi abuela, de verla a ella super angustiada por ver los muebles arruinados. Fue super angustiante, porque mi viejo había hecho muchos muebles de madera y estaban todos arruinados, pero al mismo tiempo estábamos contentos porque no se habían roto los vidrios de las puertas que habíamos ido a abrir con mi mamá. La pared hasta el día de hoy tiene durlock, porque le hicieron varios tratamientos pero la humedad siguió brotando y la única solución fue taparla con el durlock de dos metros y pico. Me acuerdo que el taller era un asco porque estaba todo lleno de aceite, grasa, con olor fuerte. Recuerdo que tuvieron que hacer trámites para obtener ayuda del Estado y que a mi viejo le dieron algo para cubrir los daños del taller.
Me acuerdo que de a poco nos íbamos enterando de las anécdotas, de la gente que había sobrevivido agarrada de la lámpara en su casa, de la gente que había muerto. Me acuerdo de los camiones que empezaron a llegar con mercadería, ropa que donaba la gente, ropa nueva, ropa vieja.
Volver a la escuela fue loco. Si bien no se llegó a inundar, el gimnasio techado seguía siendo lugar de alojamiento para personas que habían perdido la vivienda. Pero no recuerdo en absoluto cómo fue el regreso. Es como que tengo todo bloqueado. No me acuerdo de qué hablábamos. Solamente me acuerdo que hacíamos gimnasia en el patio delantero porque en el gimnasio estaban las personas evacuadas y como en ese patio había otro tipo de piso nos pelábamos todas las rodillas. Creo que además estaba bloqueada esa sección de la escuela, no era que podíamos ir a ver o hablar con la gente alojada ahí.
La relación con mis amigas no se vio afectada porque éramos chicas, como que estábamos en otra. Me acuerdo de una amiga que un día fue a buscarme con botas de lluvia, no entendíamos qué estaba pasando porque eramos re pequeñas y para ella era un juego. Pero en la familia sí hubo una cierta depresión tras la inundación, un trauma que perduró por un tiempo. Esa tristeza aguda de no saber qué hacer, sobre todo por lo que se perdió en la casa.
Nos volvimos a inundar, porque vivimos en una zona donde llueve mucho, se tapan las napas y sube el agua, pero no al punto de aquella vez. El 2003 representó un antes y un después, porque nunca había vivido algo así, nunca había visto a mi viejo y a mi vieja en esa situación de estar tan vulnerables, de no saber qué hacer y tener que depender de alguien de afuera que nos trajera comida. También esa solidaridad que tuvimos con la familia de la farmacéutica fue loco.
Si tuviera que describir la inundación a partir de sentimientos el primero sería el de impotencia, de ver a mi papá y a mi mamá perder cosas por las cuales habían luchado toda su vida. Impotencia por no poder hacer nada para ayudar. Impotencia porque se sabía que iba a pasar esto y no se hizo nada para evitarlo, porque nadie tomó las medidas correspondientes. Nunca había sentido ese tipo de miedo. Nunca había estado antes en una situación donde realmente corría riesgo de vida y nunca había visto a mi familia experimentar una situación así. Fue mi miedo sumado al miedo colectivo de mi familia.
Entrevistas y edición: Larisa Cumin y Emilia Spahn.
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