Colapso ambiental. La bajante en el Paraná es la más extensa de la historia y parece seguir hasta en el verano. Las quemas motivadas por la ganadería están provocando daños profundos en el ecosistema.
Qué audaces, acaso imprudentes, que son estos ganaderos, que llevan cada vez más hacienda a un lugar tan riesgoso, donde cada vez hay más incendios. Sólo en Rosario, según datos del Senasa recogidos por el periodista Juan Chiummiento, entre 2017 y 2021 la cantidad de establecimientos con ganado en islas en la zona de Rosario creció de 436 a 772 y la cantidad de cabezas de vacas creció de 130.992 a 191.662. El principal salto se dio a partir de 2020, cuando había 147.564 vacas.
Sin embargo, a partir de 2020 se multiplicaron los focos de incendio en toda la zona de islas que va desde la ciudad de Santa Fe hasta la desembocadura del Plata. Según el seguimiento que hace el Museo de Ciencias Naturales Antonio Scasso, a partir de información satelital de Nasa, sólo en 2020 hubo 40 mil focos de incendio en las islas, cuando en años anteriores no superaban nunca los cinco mil. En 2021 los focos bajaron a 15 mil y en 2022, al 21 de agosto, ya se habían contado 13.943 focos de calor.
–Entre las distintas especies que encontraron calcinadas en el delta, ¿encontraron alguna vez alguna vaca?
–No, nosotros no. Lo único que hemos visto son las heces. Las llegan a sacar a tiempo en las islas en las que hemos estado. Hemos visto un caballo en la isla Puente, pero no quemado, que era de la isla.
Quien responde es la doctora en Ciencias Naturales, Paola Peltzer. Peltzer y su pareja, Rafael Carlos Lajmanovich, que tiene el mismo título, son científicos del Conicet y de la UNL. Junto a su equipo, integrado por Rafael Fernando Lajmanovich (el hijo), Ana Paula Cuzziol Boccioni, Rodrigo Lorenzón, Andrés Bortoluzzi, Andrés Attademo, Agustín Bassó, Natalia Peña y Silvia Seib, escudriñaron las islas desde Puerto Alvear hasta Los Zapallos entre mayo y diciembre de 2020. Fueron a 17 islas observando el daño del fuego. Identificaron 83 especies vegetales y animales distintas calcinadas. Entre los vertebrados, sobre todo encontraron sapos, tortugas, carpinchos y teros quemados. Qué asombroso, los teros, que vuelan, y los carpinchos, que nadan, tuvieron más dificultad para escapar del fuego que las vacas.
Más asombroso todavía es que las llamas prendan donde ya pasaron. La Municipalidad de Rosario detectó diez puntos del delta donde se iniciaron fuegos hasta 59 veces en los últimos dos años. Parece que se ensaña el fuego en algunos lugares. El resultado final es que, según el relevamiento del Museo Scasso, desde el 2020 hasta hoy se quemaron más de 800 mil hectáreas en la zona de islas de Paraná. En algunos lugares, según el relevamiento de Peltzer y Lajmanovich, la profundidad del suelo quemado alcanzó los 12 centímetros. Tierra arrasada.
Hubo que esperar a que, en el fin de semana de 13 y 14 de agosto de este año, se quemaran más de 15 mil hectáreas en sólo dos días –calculadas por el Observatorio Ambiental de la Universidad Nacional de Rosario y sólo en su zona– y a que hubiera un cambio de viento hacia el sureste para que por unos poquitos días la Capital Federal se envolviera bien de humo, como sucede diariamente en Rosario y de forma un poco más salteada en Santa Fe.
Como les pasó por algunos días de 2020 y 2021, recién entonces los medios capitalinos se dieron cuenta que hace dos años que el humedal del Paraná es un ejemplo del colapso ambiental en curso y entraron en un ataque de convulsión y espasmo.
Después de dos años de fuego continuo, las pantallas nacionales empujaron al gobernador Omar Perotti, que reclamó la participación de las Fuerzas Armadas en el control del fuego, como si fuera una carta salvadora. El ministro de Defensa, Jorge Taiana, respondió presuroso y afectó a las unidades de apoyo del Área Naval Fluvial Zárate de la Armada Argentina, el Batallón de Ingenieros Anfibio 121 y el Batallón de Ingenieros 1, ambos con asiento en Santo Tomé, Batallón de Ingenieros 2 de Concepción del Uruguay, la Compañía de Ingenieros con asiento en San Nicolás y, la agrupación de Ingenieros 601 de Campo de Mayo, todas del Ejército Argentino.
Vida muerta
“El escaso número de especies regeneradas indica en forma preliminar que las especies vegetales en los humedales no presentan estrategias adaptativas para incendios de distinta severidad e intensidad, resultados reforzados por los bajos valores de revegetación espectrales. Así, las actividades de restauración activa podrían necesitarse luego de la valoración anual y frecuencia de incendios. Se sugiere que el control y regulación de actividades ganaderas en estos humedales son urgentes para evitar extinciones locales de especies, agotamiento fisiológico de rebrote por cambios en el uso de estos suelos e incendios recurrentes, así como también por la disminución histórica del río Paraná”, reza uno de los estudios del equipo de Peltzer y Lajmanovich, presentados en el II Encuentro Nacional de Restauración Ecológica Argentina.
Las especies vegetales más afectadas por el fuego fueron los ceibos, el timbó blanco, el curupí, las chilcas y la cola de zorro. Lajmanovich advierte: “Para el común de la gente, que crezca el pasto ya se considera que la naturaleza se regenera. Pero eso no quiere decir que el ecosistema se está regenerando”.
“Hay árboles que se han destruido que demoran 40 a 50 años en llegar a su adultez”, explica Peltzer. “Cuando se habla de regeneración o de restauración se está hablando de un sistema complejo. No se aísla un humedal y se restaura. Primero hay que mitigar y remediar los agentes limitantes y tensionantes del humedal: la sequía del Paraná y la cantidad de cabezas de ganado vacuno que hay en islas. No podemos garantizar una restauración activa, ya está afectado el suelo entre otras cosas porque se prende fuego en el mismo lugar. Por eso llevaría tantos años. Se dice que el Iberá, en Corrientes, se regeneró, pero hay una gran diferencia: el fuego fue aéreo, afectó copas y doseles de los árboles, no la fertilidad del suelo, la superficie terrestre. En nuestros humedales sí se afectó, esa es la principal diferencia. Hoy en Iberá hay regeneración de hierba, pero el humedal está formado por un sinfín de especies arbustivas y arbóreas y de interacciones biológicas y procesos que no se pueden restaurar con una receta. ¿Qué vamos a hacer, poner fertilizantes? Una restauración es recuperar la integridad del sistema. Para eso hay que recuperar el sistema fluvial del Paraná, que además está contaminado con microplásticos, los organismos están contaminados, la población avanza hacia áreas costeras…”.
Qué es un colapso
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, está orgulloso del avance de la ganadería, la explotación minera y forestal sobre la selva amazónica y sobre la vegetación del Cerrado.
Desde que asumió en 2019, según la información satelital provista por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, la deforestación anual promedio en la Amazonía aumentó un 75% respecto de la década anterior. Sólo en julio de 2022 fueron talados 1476 km2 de vegetación en la selva amazónica. En lo que va del año se deforestaron 5463 km2. Con las cifras de agosto, la deforestación del Amazonas en 2022 alcanzaría dos veces la superficie del departamento La Capital.
Los fuegos en nuestras islas comenzaron a la par de la sequía y la bajante extraordinarias del Paraná. Y la sequía y la bajante del Paraná se deben a las quemas y deforestaciones del Amazonas y el Cerrado. El yuyo seco arde desde el Amazonas hasta las Lechiguanas. Esa es la dimensión de la crisis ambiental que hoy vive nuestra zona: es de alcance continental.
–¿Esta es la bajante histórica más importante del río Paraná?
–Sí. Si uno considera toda la historia de niveles hidrométricos registrados, que en la escala de Rosario se tienen desde enero de 1884, esta bajante no se puede comparar con nada. En casi 140 años nunca se vio esta situación. Más allá de mejoras temporarias, desde septiembre de 2019, van a ser tres años, que viene esta bajante. El límite convencional de aguas bajas en Rosario es de 2,40 metros. Debajo de eso se considera que el agua está baja, porque afecta la navegación comercial. Son ocho pies por encima del cero, 2.40 metros. Si uno toma esa referencia, desde septiembre de 2019 hay continuidad. En esos tres años habrá habido 70 días, salteados, en los que se superó esa marca, pero después enseguida volvió a bajar. Es mucho eso. No tiene comparación. Es la bajante más larga, sin ninguna duda. Si tomamos desde 1983, que se creó el sistema hidrológico de la cuenca del Plata, respondiendo a un evento opuesto, una inundación, las bajantes fueron unas cuantas, pero muy acotadas, siempre muy acotadas y luego con una buena recuperación. Inclusive, no se tiene muy claro todavía cuándo vamos a empezar a retornar a la normalidad.
El ingeniero Juan Borús repite tanto lo mismo porque no le alcanzan las palabras. Borús está a cargo de la Subgerencia de Sistemas de Información y Alerta Hidrológico del Instituto Nacional del Agua. Es el tipo que alerta cuando se viene el agua o cuando se va. Según Borús, la sequía y la bajante van a seguir una buena cantidad de meses. Quizás sigan todo el verano 2023.
Con la deforestación del Amazonas y el Cerrado, las nacientes del Paraná y el Paraguay pierden la humedad, la lluvia, que hace que nuestro río tenga su caudal normal. Las selvas del norte de Brasil dejan de retener y soltar humedad, para que el viento la traslade hacia el sur y termine eclosionado como lluvias en las nacientes. Ese fenómeno, que se da en llamar ríos voladores, se va esfumando a medida que desaparecen las selvas.
Deforestar para que avance la ganadería en el Amazonas, secar el Paraná, quemar para que avance la ganadería en islas. Ante la continuidad de ese panorama, la última respuesta es la afectación de militares sin experiencia en manejo del fuego para abarcar un área intrincada, extensa, imposible. Los soldados de los batallones de ingenieros de Santo Tomé pasan la mayor parte de sus días cortando pasto, pintando los postes de la cerca del distrito militar y paseando disfrazados con sus fusiles. Durante los últimos dos años, brigadistas del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, mucho más experimentados, fueron completamente sobrepasados por la cantidad de incendios.
Cada cierta cantidad de meses, el ministro de Ambiente, Juan Cabandié, se exhibe sobrevolando las islas y anunciando medidas. Actualmente, la Nación tiene desplegados más de cien brigadistas y 13 medios aéreos: cuatro aviones hidrantes, cuatro helicópteros con helibalde y un avión observador, tres helicópteros para traslado de personal pertenecientes al Ministerio de Defensa y un helicóptero perteneciente a la provincia de Buenos Aires.
Todo esto se hizo en lugar de ir a patearle las puertas a las casas del puñado de ganaderos que están incinerando las islas desde hace dos años. En el Congreso, los dos principales proyectos de Ley de Humedales, cajoneados, siguen reconociendo a la ganadería comercial, no tradicional o de subsistencia, como actividad lícita en islas. El colapso es todo nuestro, todo humano.
El exilio de las vacas
Ya sin fuegos las islas están en un proceso continuo de degradación ambiental. Ninguna de las leyes de humedales prohíbe el traslado de ganado al humedal. La vaca es un vertebrado de gran porte, completamente exótico para las islas. A su pisoteo masivo y bobo fueron corriéndose todos los bichos del lugar.
“Los grandes vertebrados que existían en las islas, como ciervos, ya no existen, están casi extintos”, señala Rafael Lajmanovich. “No existe la carga de vertebrados que habían antes. Muchos dicen que la vaca hace un ramoneo –comer de las ramas más altas– que favorece a la biodiversidad. Es muy cuestionable desde un punto de visto ecológico”.
“Tiene una intensidad y una frecuencia muy superior a la un ciervo o una corzuela que habita en estos lugares, o del mismo carpincho”, continúa Paola Peltzer. “Están fuera del contexto ecológico de los humedales. Cuando la vaca no encuentra forrajera se alimenta de cualquier planta. Otro de los efectos directos es el pisoteo. Además, muchas de estas vacas, trasladadas en grandes barcazas están tratadas con medicina veterinaria. Hay hasta feed lots en el Delta. Y estas vacas tienen en su cuerpo medicamentos que son liberados por heces y orina. Uno es la Ivermectina”.
“Se utiliza como un antiparasitario y es extremadamente ecotóxico”, completa Lajmanovich. “Se están encontrando sus restos en muchos lugares de islas del río Paraná. Es un efecto sinérgico, no deseado. No se sabe qué hacer con esos residuos, que están llegando a los sistemas acuáticos. También se da eutrofización –exceso de aporte de nitrógeno y fósforo al agua, que se contamina con algas– por el exceso de nitrógeno en las heces. La carga vacuna en islas no sólo tiene relación con los incendios, sino con la contaminación ambiental”.
Juan Borús: “Los eventos extremos son más frecuentes ahora”
–¿Qué perspectivas tienen la sequía y la bajante?
–Para analizar el clima para adelante ir más allá de los tres meses es imposible. El clima es caótico. Un límite de tres meses es razonable para ir corriendo el mojón y seguirlo. Se ha fijado una tendencia climática en toda la región, en la Cuenca del Paraná, la del Uruguay, la del Paraguay, del Iguazú, la del Plata en general: hasta el 31 de octubre, todo va a seguir igual. Hay razones para adelantar, de todos modos, que el último bimestre del año también va a ser muy parecido, con alguna mejora fugaz. No va a cambiar el escenario. Inclusive, en el diálogo regional con especialistas de Brasil y Paraguay, existe la preocupación por cómo viene el verano. El verano podría llegar a venir con lluvias a lo sumo normales. Y lo que estamos necesitando es que la recuperación sea franca, con lluvias por encima de los normal. Si el verano tiene lluvias normales, o por debajo de lo normal, no alcanzaría para recuperar. Sería mejor que enero de 2022, eso hay que decirlo, pero ese mes fue crítico en todo sentido. Eso, en principio, no se daría. Pero que sea mejor no significa que sean aguas normales. Vamos a continuar en aguas bajas.
–¿A qué se debe esta falta de lluvias en la naciente de la cuenca? ¿No hay movimiento de humedad desde el Amazonas?
–De alguna manera, es así. Esa alteración lleva tres años. En el primer trimestre de 2019, el río Paraguay, que es el que se alimenta directamente con ese flujo de humedad que viene del norte de Brasil, tuvo una crecida muy significativa. Llegó a estar en la escala de Formosa, a principios de junio de 2019, en un nivel muy próximo al de los máximos históricos, una de las cuatro o cinco crecidas mayores en 120 años. Cuando la onda de crecida estaba a Formosa, ya había dejado de llover totalmente en la parte alta de la cuenca. Dejó de llover y en el segundo semestre de 2019 no cayó una gota. La disminución de la actividad fue muy marcada. A partir del 6 de junio de 2019, que fue el pico en Formosa capital, se dio una bajante de más de 150 días de descenso consecutivo y se convirtió en la mayor bajante de la historia a la altura de Formosa. Estamos hablando permanentemente de situaciones “históricas”, “récord”, uno tras otro. Es la manifestación más evidente del cambio climático. Estamos con la dinámica climática alterada. Yo no voy más allá porque soy hidrólogo, no meteorólogo. Hay que esperar que este escenario termine y los climatólogos expliquen qué estamos viviendo.
–¿Puede suceder que esto no termine y se vuelva una nueva normalidad?
–Nos tenemos que acostumbrar a que cada tanto tengamos un curso de crecida fuerte en medio de una situación de aguas bajas. Pasar de situaciones de aguas bajas a aguas altas y de altas a bajas. Que los eventos extremos se den con mayor frecuencia. Lo que llamábamos antes “normalidad” va a ser puesto en tela de juicio. Ya no vamos a saber bien qué es “normalidad”. Vamos a pasar de aguas bajas como ahora a aguas significativamente altas como las que hemos tenido en 2014 o 2016. Hemos tenido situaciones de aguas altas severas. Si uno mira 140 años de historia en el río Paraná, los tiempos que pasaban entre una crecida y otra y una bajante y otra, actualmente se nota que se han reducido. Los eventos extremos son más frecuentes ahora.