En los últimos cuatro años el gobierno nacional fomentó la violencia contra indígenas, negros, lgbtqia+, mujeres, periodistas, sindicatos, gremios estudiantiles y docentes. Desde Florianópolis, un bastión de Bolsonaro, las vivencias de la primera vuelta que ganó Lula y la esperanza.
Por Emilia Spahn
El olor a café se expande hacia los dormitorios muy temprano. Flavia está en la cocina, mira la calle desde el segundo piso de su departamento en Carvoeira. Alguien pasa y al verla asomada en la ventana transforma el saludo de buenos días en un grito de Fora Bolsonaro. Las calcomanías que pegó en el vidrio semanas atrás dejan explícita su preferencia. También la ropa que elige vestir. Una remera con el rostro colorido de Paulo Freire y un lema en defensa de la educación pública. Así se dirige al centro de votación en la Universidad Federal de Santa Catarina, lo que despierta la sonrisa cómplice de algunos y el reojo de otros.
“El rojo lo dejo para la tarde, ahora voy de blanco en son de paz”, dice y agrega “es un orgullo votar en la universidad, tan cascoteada en los últimos años, acá hay gente que desprecia este espacio y hoy está entrando por primera vez”.
Este domingo 2 en Florianópolis los paseos por las playas de Ingleses a Pantano do Sul se reemplazan por filas en escuelas y salones parroquiales. Recién entrado octubre y particularmente hoy, en las calles del paraíso vacacional de los argentinos, predomina el portugués de los nativos. En la isla, como en el resto del país, se elige el presidente que los 215 millones de brasileños tendrán a partir del 1º de enero. También se renueva una gran cantidad de bancas, entre gobernadores, diputados y senadores, cargos a los que se les presta bastante menos atención a pesar de que son fundamentales en la administración del aparato estatal y a la hora de garantizar la gobernabilidad.
Al desplazamiento del Partido de los Trabajadores, con la destitución de Dilma en 2016, Flavia lo recuerda como el inicio de una mala racha que se puede cortar. Este año hay un clima de revancha en la disputa polarizada entre Lula y Bolsonaro, que no se enfrentaron en los comicios anteriores debido a que Lula, el favorito según las encuestas, fue impedido de participar, víctima del lawfare, juzgado sin pruebas pero con la convicción del juez Sergio Moro, posterior ministro del gobierno que favoreció. En 2018, con Lula detenido en una sede de la Policía Federal en Curitiba, Bolsonaro le ganó a Haddad al obtener un 55% de los votos. Con Lula absuelto, el enfrentamiento electoral aplazado se lleva a cabo, como si fuera una chance de recuperar lo perdido, como si fuera posible.
Un largo historial de agresiones marca los últimos cuatro años, por acción, omisión y declaración, no solo del presidente en vigencia, sino también de los ministros que compartieron su gestión. El gobierno nacional fomentó la violencia contra indígenas, negros, lgbtqia+, mujeres, periodistas, sindicatos, gremios estudiantiles y docentes.
Recortó la financiación a instituciones de desarrollo científico y educativo. Desmontó la fiscalización del medio ambiente, los incendios aumentaron y la deforestación de la selva amazónica batió récord. Trataron de idiotas a los que en lugar de fusiles se preocupaban por comprar porotos, base de la alimentación del país. En este período, 686 mil personas murieron de Covid y Bolsonaro, desdeñando su responsabilidad en la administración de la salud pública, dejó un compilado de frases: “Es una gripecita”, “No soy enterrador. ¿Qué querés que haga?”, “Soy Messias, pero no hago milagros”, “Hay que dejar de ser un país de maricas”, “Lamento los muertos, pero todos nos vamos a morir algún día”. “Tenemos que enfrentar nuestros problemas. ¿Hasta cuándo van a llorar?”, “Mirá qué plato lleno para la prensa, para los buitres”.
La siesta se hace eterna. En el comedor de Flavia se reúnen su pareja y sus amigos. La voz de Seu Jorge cantando meu Brasil, se eu tiver que sair por aí, vou morrer de saudade de ti, mas eu volto com graça de Deus, com orgulho de ser um Tupi-Guarani, descendente também de Zumbi le cede el turno a Beth Carvalho vamos lá rapaziada, tá no hora da virada. Al ritmo del samba que despega desde el tocadiscos se intercambian las primeras impresiones. Hablan de las demoras en las filas, del abandono de algunos compañeros, de lo difícil que es saber a quién vota la mayoría, de lo inexpresivo de los colores vestidos, de la disimulación, del resguardo. Comentan episodios aislados que circulan por las redes sociales de sabotajes contra las urnas electrónicas que se vienen empleando desde 1996.
En una ciudad alguien golpeó una urna a palazos, en otras les trabaron la tecla del número 3 para impedir el voto al PT. Rememoran experiencias de las elecciones anteriores, de personas yendo a votar portando pistolas o cargando libros. Unos muestran los mensajes de los grupos de Whatsapp y las fotos que sus hermanos postean optando por el candidato opuesto, la polarización está instalada en el interior de familias y matrimonios. En parte, por eso, las elecciones se acompañan entre amigos. Antes de que se cierren las mesas en Brasil, se empieza a anunciar el resultado de los votos emitidos por los brasileños en las embajadas. En Japón se pierde, en Alemania se gana, en Israel se pierde, en Palestina se gana. En un momento alguien golpea la puerta, Flavia se levanta, del otro lado no hay nadie, mirando al vacío saluda “bienvenida Esperanza” y la invita a entrar. La puerta del departamento queda abierta.
A eso de las 18:00 el grupo decide salir al encuentro de otros en la vía pública, cuando Bolsonaro lleva la delantera, una diferencia de 7 puntos con el 2% de las mesas escrutadas. Evitan pasar por la Avenida Beira Mar donde suelen reunirse sus simpatizantes y se organizan las caravanas de motos con las que el actual presidente, acompañado de sus seguidores, imita los desfiles del dictador italiano, Mussolini. Sobre esa costanera se exhiben, colgados desde las ventanas de los edificios, enormes carteles verdes y amarillos con eslogans bolsonaristas, Patria Amada Brasil, Dios arriba de todos, Ave María ruega por nuestro pueblo brasilero. En su visita a la capital catarinense en septiembre, en el cierre de su gira por la región sur, Lula confrontó a su adversario “Brasil no es un partido, Brasil es nuestro país”. En los últimos años, el sector se apropió de la bandera nacional y de la camiseta de la selección de fútbol, que pasó de ser un símbolo identitario de todo el país para tornarse marca de exclusividad y exclusión.
En contraste, en el centro histórico prima el rojo. Las personas se congregan a lo largo de algunas cuadras, sobre la avenida Hercilio Luz y en la esquina de las calles Mirelles y Machado. Hay música, bocinazos, cañitas voladoras, mucha cerveza, mucho viento. Son horas festivas y de tensión. Los televisores de un par de bares están girados hacia la calle, frente a uno levantaron una pantalla. Cada tanto, alguien se cola entre la gente para actualizarse sobre los datos que se van cargando y trae la información al grupo. Hay una especie de desconcierto por el gran apoyo a Bolsonaro, por la baja adhesión que tuvo Ciro Gomes, que se anunciaba como la tercera opción y que va saliendo cuarto, superado por Simone Tebet. Las primeras especulaciones ponen el foco en la migración de votos de un candidato a otro. Para los asistentes, la tranquilidad radica en que se sabe que los votos del sur se suelen computar más rápido que los del norte, por lo que dentro de unas horas se va revertir el resultado. Los candidatos principales van acortando la distancia, cada punto que Lula suma y Bolsonaro resta son celebrados con gritos colectivos. El festejo más eufórico ocurre pasadas las 20:00, cuando Lula comienza a liderar. A esa altura, ya se sospecha que habrá que esperar hasta el 30 de octubre para definir quién encabezará el gobierno nacional.
La alegría, que no se desmorona en la calle, merma en la fila del baño del interior de uno de los bares. En la espera se rumorea que la preocupación surge por la convivencia con aquellos, vecinos y familia, que a través de su voto atentan contra la integridad de las personas. Incluso aunque Lula gane tanto la primera vuelta como la segunda, hay algo desalentador en saber que casi la mitad de la población prefiere al candidato que arremete contra la diversidad en sus múltiples expresiones. La noche cerró con Lula obteniendo a nivel nacional un 48,4%, pero un 43,2% de los electores eligió que Bolsonaro sea su representante en el cargo más alto del Poder Ejecutivo. Ese alto índice de apoyo se despliega también en la conformación del Senado y de la Cámara de Diputados, donde los resultados, a grandes rasgos, no son favorables para el PT y sus aliados.
Aunque la región sur sigue siendo el bastión bolsonarista, en algunos lugares ese porcentaje disminuyó. En la elección pasada en Florianópolis el apoyo a Bolsonaro fue de un 64%, en este primer turno fue de un 45%. Ese 19% de diferencia es la razón por la que Flavia sostiene la sonrisa para encarar los 28 días que restan de la campaña electoral.