Las claves de la elección del domingo 2 y las perspectivas de cara al 30 de octubre. Lula avanza, pero el bolsonarismo se consolida.

Por Joel Sidler

En apenas 24 días el pueblo brasileño volverá a las urnas para definir quién será su próximo presidente. La hazaña del triunfo sin balotaje se presentó esquiva para un Lula que, a pesar de ello, se convirtió en el candidato más votado en una primera vuelta presidencial, con más de 57 millones de votos y un 48,43%. En términos relativos, esta es su segunda mejor elección, apenas unos decimales por debajo del 48,61% que obtuvo en la primera vuelta de 2006. Un regreso formidable para quien cuatro años atrás entraba a la cárcel de Curitiba sin certezas de recuperar la libertad pronto.

Sus principales allegados relataron que, horas después de salir de la cárcel, pronunció estas palabras: "Quiero volver a subir esa rampa, me van a tener que respetar". Se refería a la rampa de acceso al Palacio del Planalto, la casa de gobierno brasileña. Con el 2022 entre ceja y ceja comenzó a tejer las alianzas necesarias, amplió su coalición electoral e incluso sumó a Gerardo Alckim (ex opositor) como candidato a vicepresidente. El resultado fue una recuperación del PT respecto de los votos alcanzados en la elección de 2018, con Fernando Haddad como candidato a presidente. El salto entre una elección y la otra fue de alrededor de 26 millones de votos. No alcanzó para triunfar en primera vuelta, hubiera sido una gesta inédita para la historia del PT, y anómala para la historia política brasileña. 

Por su parte, el caudal de votos de Bolsonaro irrumpió de manera imperceptible para los principales sondeos. Tanto así que los primeros datos divulgados lo posicionaron en el primer lugar, y con una ventaja de al menos 7% respecto de Lula. El resultado final, 43,2% y más de 51 millones de votos, señala una clara subestimación por parte de las principales encuestadoras, quienes le otorgaban entre un 34% y 37%. En números reales, Bolsonaro ganó más de 1,7 millones de votos en comparación con la primera vuelta de 2018, en términos relativos quedó apenas 3 puntos por debajo del 46% alcanzado en esa oportunidad. Son datos llamativos no sólo por la sorpresa frente a las encuestas, sino por lo que han sido estos cuatro años de mandato. 

El crecimiento económico en Brasil es bajo en comparación con el resto de la región, la participación del sector industrial es menor que durante el gobierno de Dilma Roussef, acentuando la primarización de la estructura productiva y la inflación alcanzó los peores niveles en 20 años. Sin dudas, el dato más desgarrador es el regreso del país al mapa del hambre, que había abandonado en 2014. Para referenciar, en 2022, de acuerdo con la Segunda Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria, 33 millones de personas pasan hambre en Brasil. Sin olvidar el desgobierno de la pandemia de Covid, con casi 700 mil muertes registradas. 

Contrario a lo esperado –y sondeado– el oficialismo se mantuvo competitivo, superó las expectativas y logró aglutinar una base electoral que lo posiciona con fortaleza de cara al balotaje. Todavía es temprano para un análisis certero, pero al menos dos hipótesis pueden convivir para entender este fenómeno: 1) estamos frente a una remontada sostenida a partir de medidas económicas, sumadas a la exacerbación del voto útil antipetista; y 2) existe en la sociedad brasilera un bolsonarismo potente pero silencioso, que no fue capturado por las encuestas. Difícil decantar sólo por una explicación, pero tener el aparato del Estado para hacer campaña no puede subestimarse. Así, desde julio que el actual presidente implementa medidas orientadas a recuperar el apoyo de los sectores más desfavorecidos por la orientación económica de su gobierno: entre las políticas adoptadas se destaca el aumento del Auxilio Brasil de 400 a 600 reales y la disminución del precio del combustible. No por casualidad el aumento de la transferencia familiar rige hasta el 31 de diciembre de este año, día previo al hipotético cambio de presidente.

El panorama electoral se completa con Simone Tebet (MDB) con 4,16% de los votos, Ciro Gomes (PDB) con 3,05% y alrededor de un 3,5% entre votos nulos y blancos. Es decir que casi el 92% de los votos válidos se distribuyen entre Lula y Bolsonaro. Esto deja poco lugar donde buscar votos para el balotaje. Si a ello le sumamos que la participación electoral estuvo dentro del promedio histórico cercano al 80% y que la cantidad de votantes siempre cae para la segunda vuelta en Brasil, tanto Lula como Bolsonaro deberán replantear sus campañas y redoblar esfuerzos para movilizar al electorado y asegurarse la victoria. 

Una primera consecuencia de esta concentración de votos es la menor fragmentación del Congreso, contrario a la tendencia habitual. La ventaja la tendrá el Partido Liberal, de Jair Bolsonaro, con la mayor bancada de la Cámara de Diputados (con 99 bancas). Si se suman aliados y fuerzas cercanas (Republicanos y el PSC), alcanza 146 escaños de los 513 totales. Por su parte, la coalición electoral que encabeza el PT alcanzó un total de 110 escaños. La mitad restante de la Cámara se reparte entre alrededor de diez partidos, que serán clave para la gobernabilidad del futuro presidente. El Senado se renueva por tercios y de las 83 bancas en total, el bolsonarismo alcanza 14, mientras que el PT y sus aliados quedan en 12. La mayoría de los dos tercios restantes está en manos de fuerzas identificadas con una derecha no necesariamente aliada a Bolsonaro.

Una segunda consecuencia es la clara división del mapa electoral brasileño. Por un lado, muestra a Lula con apoyos en el Norte, excepto en el estado de Roraima, en la frontera con Venezuela, mientras que Bolsonaro se hace fuerte en los estados del Sur. Por ejemplo, el actual presidente obtuvo resultados mejores de los esperados en estados clave como San Pablo, con el 47,71% de los votos y Río de Janeiro con el 51%. En ambos casos supera en más de 10% lo pronosticado por las encuestas, pero se encuentra por debajo de lo alcanzado en la primera vuelta de 2018. Este mapa coincide con una radiografía del apoyo a Bolsonaro, especialmente fuerte entre los sectores del agronegocio, empresarios del Sur-Sureste, las clases medias o medias altas y el electorado evangélico. Por el contrario, Lula es fuerte en el Noreste, entre las mujeres y los más pobres. Una mirada rápida al PBI per cápita diferenciado por estados y al resultado electoral encuentra importantes semejanzas. 

Con estos resultados se inicia una nueva campaña de cara al 30 de octubre. El principal desafío lo tendrá Bolsonaro, a quien lo separan más de seis millones de votos de Lula, pero que tiene la ventaja de la maquinaria estatal a su disposición. Lula tiene la ventaja de ser Lula, el principal líder político de los últimos sesenta años de historia brasileña. De triunfar, tendrá enfrente a un bolsonarismo fortalecido en el Congreso y en las gobernaciones, sin embargo, ciertas lecturas sobre la debilidad de su futuro mandato pueden ser apresuradas y descansan sobre un error grave en política: tomar a las correlaciones de fuerza como un dato dado. Por el contrario, los apoyos políticos se construyen y se fortalecen con política. Si algo puede aprender Lula mirando de este lado de la frontera es que la movilización popular no puede estar ausente en un proyecto político que necesita fortaleza para encarar las transformaciones necesarias.

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